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Monseñor Báez: “La justicia no es negociable, hay que establecer la verdad”

Obispo auxiliar de Managua en el exilio aboga por refugiados y presos políticos: “Vivimos entre el miedo y la libertad”

El obispo llama a los fieles católicos de Nicaragua a no ser “indiferentes frente a las víctimas” de la crisis sociopolítica que vive el país.

Carlos F. Chamorro

27 de abril 2020

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Después de permanecer un año en un exilio itinerante, el obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez, está en Miami en casa de sus familiares, donde quedó confinado en estos días por la pandemia del coronavirus. El papa Francisco no le ha asignado ninguna misión específica, pero tampoco le permite regresar a su patria: “No quiero que te expongas, no quiero otro obispo mártir en Nicaragua”, le ha dicho.

En esta entrevista con el programa televisivo Esta Semana, el obispo Báez aboga por los exiliados, los presos políticos, y los familiares de las víctimas de la represión que reclaman justicia, y rememora el encuentro con el presidente Daniel Ortega, el siete de junio de 2018, cuando el gobernante pidió “dos o tres días” para responder a la propuesta de los obispos sobre el itinerario para realizar elecciones libres. Dos años después de la insurrección cívica, dice el obispo: “Vivimos entre el miedo y la libertad, uno de los grandes retos que tenemos es romper el temor y saber que es posible una Nicaragua distinta, en donde correremos el mayor riesgo, que es de la libertad y el temor de arriesgar”.


Monseñor, han transcurrido dos años desde el estallido de la protesta de abril en 2018, y un año de exilio para usted. ¿Cómo ha vivido, como obispo auxiliar de Managua, este año fuera del país?

Los dos años de la insurrección cívica de abril ha sido ocasión para mirar hacia atrás y dar gracias a Dios de haber podido vivir el Evangelio al lado de nuestro pueblo, proclamando las exigencias de libertad y de justicia, propias del proyecto del reino de Dios. Yo lo he vivido con una gran coherencia de mi parte, manifestando lo que llevo en mi corazón, viviendo de cara a Dios y de cara a la gente.

¿Cómo ha pasado este año de exilio? Ha estado en Italia, en distintos países, pero hasta donde conocemos el Santo Padre no le asignó una misión específica.

Desde que salí de Nicaragua he tenido con el papa, al menos, tres o cuatro encuentros muy cercanos, muy afectuosos. Él en todo momento lo que me ha manifestado es “no quiero que te expongas, no quiero otro obispo mártir en Nicaragua”.

En este año yo he estado prácticamente sin ninguna misión concreta de parte de la Iglesia, y no he estado fijo en Roma, entonces he pasado varios meses en Irlanda, en España, estuve también en Perú, y también en Roma algunos meses. En este momento estoy siempre disposición del santo padre, que me ha dicho que lo que él quiere es que yo no llegue en este momento a Nicaragua porque no ve las condiciones para poder desarrollar el ministerio sin correr riesgo.

Los exiliados y los presos políticos

El Papa se refiere a usted como un “obispo exiliado”. ¿Qué significa un obispo en el exilio?

Yo nunca había querido utilizar ese adjetivo, sobre todo porque al inicio creí que el regreso iba a ser pronto, pero fue el mismo papa Francisco el que, en tono tal vez medio en broma, me dijo, “bueno, un obispo en el exilio”. En aquel momento tomé más clara conciencia de lo que significaba mi condición estando fuera de Nicaragua. Estar el exilio es una experiencia no solo dolorosa sino sumamente enriquecedora, y me siento muy honrado de poder compartir la inseguridad, la incertidumbre que viven muchos de nuestros hermanos fuera del país.

Hay más de 100 000 nicaragüenses refugiados en Costa Rica, en España, en Panamá, en Estados Unidos, en Italia, y en otros países. ¿Cómo valora las condiciones para que puedan regresar al país con seguridad?

A mí me parece que el problema de los exiliados nicaragüenses, junto al de los presos políticos, son dos problemas humanitarios de una magnitud increíble, que no podemos obviar y que tenemos que poner en la agenda política, en primer lugar.

Como creyente siento profundamente el dolor de los exiliados, sobre todo porque en la fe cristiana el exiliado, que la Biblia llama el forastero, el extranjero, precisamente por su condición de vulnerabilidad en una tierra que no es la suya, goza del favor de Dios, y hay que acudir en su ayuda y proteger su vida y sus derechos.

La situación que viven muchos de nuestros hermanos es muy dolorosa, no solo por el desarraigo de la familia, de la tierra, de la nación, que ya es muy grande en cuanto a dolor y a inseguridad, sino también las condiciones económicas, sociales, en las que se encuentra.

Creo que es un punto que la Iglesia debe colocar en el centro sus preocupaciones, y cualquier tipo de acuerdo político en el futuro en Nicaragua tiene también que ponerlo como primer punto de la agenda.

¿Qué dicen el Papa y el Vaticano sobre la persecución que ha desatado el Gobierno de Nicaragua en contra de la Iglesia católica? Ha habido ataques contra los templos, persecución a sacerdotes, usted mismo ha sido víctima de esto. Y la gente dice ¿pero por qué no se escucha un pronunciamiento de solidaridad del Santo Padre o del Vaticano, una denuncia contra el Gobierno de Nicaragua para frenar estos ataques contra la Iglesia?

En las ocasiones que me he encontrado con el papa, hemos hablado sobre la situación de Nicaragua y sobre los riesgos que corre la Iglesia, los obispos, los sacerdotes, las comunidades cristianas. Lo que te puedo decir es que él escucha, hace una que otra pregunta, toma nota y lo guarda como trasfondo para ir armando el mosaico de la situación de Nicaragua. El por qué luego no se manifiesta en modo abierto y claro como muchos quisieran, yo no te podría dar la razón. Lo que sí te puedo decir es que el papa sí es consciente de la situación de Nicaragua, y de la situación de riesgo que vive la Iglesia, y concretamente las comunidades cristianas.

¿Cómo valora la situación en la que se encuentran los obispos en Nicaragua y la Iglesia, a raíz de este año de exilio que ha vivido usted? Por ejemplo, recientemente monseñor Rolado Álvarez, en Matagalpa, convocó a un plan de prevención del coronavirus, y el Ministerio de Salud se lo prohibió. ¿Puede el Estado de Nicaragua impedirle a la Iglesia practicar una función de solidaridad, como parte de su propia doctrina social?

Las relaciones entre la jerarquía de la Iglesia y el régimen en Nicaragua se dañaron muchísimo desde mediados y finales del 2018. Yo no he estado ahí, no tengo mucha información de primera mano, pero creo que las relaciones están distantes, frías. Una de las dimensiones de la misión de la Iglesia, además de anunciar el Evangelio y celebrar los sacramentos como memoria de Jesucristo, es la caridad, la solidaridad, hacer el bien, porque esa es otra dimensión, la promoción humana es parte de la evangelización, y creo que un régimen no tiene derecho a prohibir y a evitar que se haga el bien. Atenta no solamente contra la lógica humana, sino contra la libertad religiosa, porque es parte de la misión de la Iglesia la promoción humana, la atención a los más desfavorecidos, las obras de caridad, de hecho Cáritas existe para eso, y cada diócesis está organizada en estas tres dimensiones: anuncio de la palabra, celebraciones sacramentales, y caridad, solidaridad, y obras de promoción humana. Esto, aunque no parece, es un atentado contra la libertad religiosa en Nicaragua.

Ortega pidió dos o tres días para responder

Hablemos de lo que ocurrió el siete de junio de 2018, cuando en el país había una gran esperanza de que se pudiera encontrar una salida política a la crisis y a la represión, y probablemente fue ese uno de los momentos de máxima tensión entre la Iglesia y el Gobierno, según se conoció después.

Los obispos se reunieron a dialogar con el presidente Ortega, pero unas semanas después, el 19 de julio, el presidente dijo que le habían presentado un ultimátum en un plan de un golpe de Estado. ¿Qué ocurrió en ese encuentro? ¿Qué dijo entonces el presidente Ortega?

A inicios de junio los obispos nos habíamos dado cuenta ya que el diálogo que había iniciado el 16 de mayo era un callejón sin salida, que no íbamos a llegar a ninguna parte; la represión arreciaba, ya comenzaban los presos políticos, la gente seguía siendo perseguida, y continuaban los asesinatos. En aquel momento los obispos tomamos una decisión: hablar cara a cara con lo que están al frente de este régimen, y fue una decisión nuestra pedir una audiencia con Daniel Ortega y Rosario Murillo, nos recibieron en la Casa de los Pueblos. Los obispos me pidieron a mí que yo hiciera una presentación de la realidad, y a mí me tocó, delante de ellos dos, contarles lo que estaba ocurriendo en la calle, lo que la gente decía y el juicio que nosotros nos habíamos hecho, de que si ellos hubieran reaccionado ante las primeras protestas en un modo más racional, más dialogante, más abierto a escuchar, quizá no hubiéramos llegado a lo que en ese momento estábamos ya lamentando, con una inmensa cantidad de gente asesinada en las calles. Entonces me atreví a decir “ustedes son los únicos responsables, aquí somos nicaragüenses y sabemos muy bien que los que están en este momento actuando en las calles contra la gente desarmada, son paramilitares de ustedes”. Incluso, les hablé de las torturas que ya se estaban dando en las cárceles, porque tenía información de primera mano, chicos de nuestras parroquias a los que se les estaba arrancando las uñas y sufriendo otros castigos atroces.

Ellos me escucharon muy atentamente, con una leve interrupción en algún momento. Después, monseñor Rolando Álvarez presentó un escrito, no era una creación nuestra, recogíamos el sentir del diálogo nacional, era un itinerario hacia las elecciones. En ningún momento pedimos la renuncia de Daniel Ortega, por lo tanto no puede ser considerado como un golpe de Estado institucional. Lo que presentamos fue un itinerario, con fechas concretas, para la una salida constitucional y pacífica.

En aquel momento la respuesta de Ortega fue “déjenme pensarlo, que me presentan esto, así de improviso, déjenme pensarlo y en dos o tres días yo les doy la respuesta”. Y eso fue lo que nosotros dijimos a la prensa, al salir de esa reunión. Ya el 19 de julio las cosas se habían salido de su curso y empezó la narrativa falsa de ellos del Golpe de Estado, y atribuirnos a los obispos acciones que nunca hemos cometido.

Después vino la “Operación Limpieza” y el reclamo de justicia de las víctimas de la represión. En estos días, usted envió un mensaje de solidaridad a las Madres de Abril, que al día de hoy siguen reclamando por la impunidad en que se encuentran los asesinatos de sus familiares. ¿Cómo se puede hacer justicia ante estos crímenes, estos delitos que han sido tipificados como crímenes de lesa humanidad?

Yo creo que es importante no olvidar que una de las demandas fundamentales con las que inició el primer diálogo, y que recogía el sentir del pueblo, porque a esas alturas se habían cometido efectivamente muchos crímenes, era la demanda de justicia. Justicia auténtica, donde quedara clara la verdad, donde los responsables comparecieran ante tribunales, donde las víctimas fueran restituidas en su dignidad, y que se asegurara la no repetición de los crímenes. Esta exigencia formó parte del programa del primer diálogo en mayo de 2018.

Cuando uno tiene en cuenta el dolor de las madres y familiares que perdieron a sus parientes en esta represión tan violenta, inmediatamente se viene a la mente ¡esto no puede quedar así! Este es un proceso de transformación social que ha costado mucha sangre, en donde muchas vidas han sido sacrificadas. Entonces la construcción de una nueva sociedad en Nicaragua no es simplemente pasar página, yo creo que hay que recuperar la exigencia de justicia del inicio de la rebelión cívica de abril de 2018. El llanto de las mamás, de las esposas, de los familiares de las víctimas de la represión no puede quedar en el olvido. Ya muchas veces en Nicaragua hemos pasado página sin establecer la verdad, y sin hacer que los culpables paguen por sus crímenes. Creo que es una demanda que no se puede obviar.

Entre el miedo y la libertad

¿Esa demanda de justicia es un tema de consenso dentro de la Iglesia católica nicaragüense, o es algo que eventualmente podría ser objeto de negociación política?

Yo creo que la justicia no es negociable, la verdad hay que establecerla, y hay que construir, no sobre la impunidad, sino sobre la responsabilidad de cada uno. A veces tenemos miedo de hablar de justicia porque suena a venganza, pero la justicia no es venganza, en el fondo es darle oportunidad, incluso al agresor, al culpable, de que al reconocer su culpa pueda humanizarse; es también una expresión de misericordia, no está reñida con el perdón; porque además el culmen de la justicia es cuando al agresor, al culpable, se le da la oportunidad de comparecer y arrepentirse, y se le ofrece, no una acción similar, violenta, a la que ha cometido, sino un perdón, una oportunidad de rehacerse, y de alguna manera, pagar por los crímenes cometidos. A veces tenemos miedo en la Iglesia de hablar de justicia. Yo en este momento no hablo en nombre de la Iglesia, hablo de mí personalmente, como yo lo veo, y creo que esta es una demanda que no podemos obviar en el futuro.

¿Dónde ubica hoy el pueblo de Nicaragua, dos años después de las protestas de abril? ¿Qué le dejó esa rebelión cívica a la gente? Muchas personas hoy dicen el país está dominado por el miedo, otros hablan del predominio de la esperanza. ¿Para donde se inclina la balanza?

La experiencia de la rebelión cívica de abril del 2018 nos hizo redescubrir algo muy importante, y es que el pueblo es el sujeto de la historia, y que cuando el pueblo se organiza y decide el rumbo de la historia, lo puede lograr, la historia nos enseñó que esto se puede lograr en modo pacífico y creo que hay que seguir manteniendo esta estrategia. Indudablemente que, frente a un régimen monstruoso, su capacidad militar y también económica, pareciera que aquella experiencia quedó frustrada, pareciera que no hay nada que se pueda hacer ahora.

Yo creo que, en primer lugar, hay que mantener vivo el espíritu de abril del 2018, donde no hubo violencia pero si hubo un consenso nacional, más allá de ideologías, más allá de clases sociales, más allá de los egoísmos personales de cada quien, nos unimos todos en el sueño de una Nicaragua distinta, donde reinara la justicia y donde se respetaran los derechos humanos. Entonces, ese espíritu es el que hay que recuperar.

Ahora, de cara al futuro, es verdad que se perdió el miedo en el 2018, pero el miedo no se pierde una sola vez, esta es una experiencia que hay que renovar continuamente porque mueren unos miedos y nacen otros. Vivimos continuamente entre el miedo y la libertad, y en este momento aunque perdimos muchos miedos en 2018, han surgido otros, y el gran reto que tenemos en este momento es superar los nuevos miedos que han ido surgiendo. Entonces, uno de los grandes retos que en este momento tenemos es romper el temor y saber que es posible una Nicaragua distinta en donde, correremos el mayor riesgo, que es el de la libertad. En el fondo ese es el gran temor que tenemos: arriesgar, arriesgar bienes, relaciones, futuro, arriesgar la vida, esto da temor; pero en la medida que vamos entrando y percibiendo el futuro como posible, también ya se va perdiendo.


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Carlos F. Chamorro

Carlos F. Chamorro

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Fundador y director de Confidencial y Esta Semana. Miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha sido Knight Fellow en la Universidad de Stanford (1997-1998) y profesor visitante en la Maestría de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California (1998-1999). En mayo 2009, obtuvo el Premio a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, de Casa América Cataluña (España). En octubre de 2010 recibió el Premio Maria Moors Cabot de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. En 2021 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria periodística.

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