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Tuvo la suerte de encontrarse

La buena suerte, de Rosa Montero, una combinación entre novela y crónica, viene a ser una suerte de historia de seres marginales

Portada del libro La buena suerte, de Rosa Montero

Guillermo Rothschuh Villanueva

1 de noviembre 2020

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Salió huyendo para encontrarse a sí mismo, sorpresas de la vida, la felicidad le esperaba en el lugar menos indicado. Su llegada a Pozonegro constituía un enigma. Trató de mantenerse en el anonimato. Un viaje hacia adelante. Aunque nunca dejó de torcer la mirada hacia atrás. Se detuvo en el lugar menos propicio. Creyó haber escapado de su destino. A eso se debió la urgencia de haber partido. Trata de olvidar su pasado. ¿Es posible? ¿Los seres humanos acaso no somos presa de todos nuestros actos? Los buenos y malos. Un tema que apasiona a políticos, sociólogos, sicólogos y demás cientistas sociales. No hay uno solo que deje de interrogarse por la forma que el pasado aprisiona nuestro cerebro e incide en el presente. Una obsesión permanente.

La buena suerte (Alfaguara, México, septiembre, 2020), la más reciente incursión de Rosa Montero por el mundo de la literatura, una combinación entre novela y crónica, viene a ser una suerte de historia de seres marginales, con excepción de Pablo, que viven al borde de la civilización. Los días mejores en Pozonegro se habían diluido. Dejó de ser un centro minero para convertirse en un moridero. Las personas que lo habitan se quedaron varadas en el tiempo. El pueblo fantasmal es una creación de la novelista española, para situar a sus personajes. Una localidad gris y obtusa. Dueña de un pasado que ya no le corresponde. Un thriller envuelto en amor y desamor. En el corazón de las tinieblas, Pablo volverá a sentir el gusto por la vida. Se enamora.


Una vez más Rosa Montero deja por sentado que el amor es la única tabla de salvación para quienes viven aterrados, muertos de miedo. El amor convertido nuevamente en lo único que oponer a la desintegración. Cuando la desesperanza y el desasosiego abruman y consumen los días de Pablo, encontrará en Raluca (nombre antipoético), el sedante requerido para atravesar hasta la otra orilla de su suerte. Todo presagiaba su hundimiento. Una muerte lenta, inescapable. Imposibilitado para querer a nadie, en los pliegues del amor encontrará su redención definitiva. Titubea. No alcanza a ver más allá del recelo que lo entume. La miseria espiritual corroe lentamente su alma. La intrepidez de Raluca amortigua la negrura de sus días.

Con una sencillez narrativa puesta al servicio de su historia, Rosa Montero dibuja los claro-oscuros de cada uno de los personajes de La buena suerte. De esta manera crea la atmósfera adecuada para deslizar su relato. La escogencia hecha por Pablo para desembarazarse de su pasado, no pudo haber sido mejor. Como ocurre casi siempre, él mismo —en su desaliento— va dejando un reguero de pistas para que den con su paradero. La escogencia del lugar donde decide vivir oculto al solo desembarcar del tren, abre espacio a la duda y a los interrogantes. ¿Quién es este loco que desembolsa miles de euros para comprar un piso desolado, ubicado frente a un lugar ruidoso? Solo alguien chiflado podría incurrir en semejante insensatez. A nadie más.

El primero en mostrarse desconfiado, es el vendedor de la estancia, un malandrín heredero de la mala sangre de su familia. Decide indagar de quién se trata. El rufián se siente estafado. Después de realizar la venta a precio exorbitante, está convencido que Pablo podría haberle pagado el doble de lo pactado. Huele su desesperación. Siente un doble apremio. Sacarle más billetes e indagar quién es. Como en todas esas historias donde se confían secretos a quienes no se debe, Raluca es la primera en revelar la identidad de Pablo. Un arquitecto famoso cuyos pasos lo guiaron hacia un sitio impensable, irrespirable. ¿Qué haría para venir a dar a un lugar que agoniza? Esa misma pregunta se hace Felipe, amigo de Raluca a prueba de infortunios.

Una vez conocida la identidad del arquitecto, las dudas acrecientan, ninguna de las personas de su pequeño círculo encuentra justificación para que se haya enganchado como empleado de El Goliat, un supermercado de quinta. Todos estaríamos haciéndonos las mismas preguntas. La fama tiene precio. Un precio intangible incapaz de traducible en pesos y centavos. Sobre todo ahora que tiene mayor valor el prestigio personal, en cuya sombra se acumulan fortunas. La personalización de la política, la economía, arte y religión es un signo de los tiempos. Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg, han amasado grandes cantidades de plata al amparo de sus logros. Los nuevos varones comandan imperios mediáticos. Sus nombres relucen por todos lados.

Cuando Pablo cree haber logrado escapar de su infortunio, este regresa para golpearle de nuevo. ¿Será que no hay escapatoria? Nuestros actos marcan nuestras vidas para siempre. Vivir el presente obviando el pasado, ¿una tarea fallida? ¿Cómo lograrlo? La historia de la humanidad esta llena de ejemplos que refrendan la imposibilidad de escapar de nuestros actos. Sean estos nobles o crueles. Montero en su novela no hace sino ratificar el axioma. La carga del pasado solo puede aligerarse con acciones que rediman los hechos anteriores. Aunque siempre habrá personas que jamás olvidaran de dónde venimos. Son los guardianes del pasado. Sacerdotisas y sacerdotisos, aspiran a que nadie purgue sus penas. Implacables, dueños de una santidad desconocida.

Con una prosa ajena a pretensiones retóricas, Montero pasa de lo siniestro (el pasado) hacia la búsqueda de un mañana (futuro), que calce con su historia. Pablo tropieza con su propia silla. Siente culpabilidad por no haber atendido a su hijo como un auténtico padre lo hubiese hecho. No solo los genes marcan nuestras vidas, también el entorno en que nos desenvolvemos, un viejo dilema jamás resuelto. Sus proponentes, Maquiavelo y Rousseau gozan de prestigio. Rubén Darío se inclinaba por el entorno. Su responso A Phocás, el campesino, señala que a su hijo le espera la acritud: “Tarda a venir a este dolor adonde vienes, /a este mundo terrible en duelos y en espantos;/duerme bajo los Ángeles, sueña bajo los Santos, /que ya tendrás la Vida para que te envenenes...”.

Rosa Montero desea construir una fábula donde el amor triunfe sobre cualquier adversidad. El pretexto requerido para redondear una historia, donde el afecto y el desafecto forman las dos caras de la moneda de nuestras vidas. En esa eterna disputa entre el bien y el mal, era de suponer que el bien triunfaría de nuevo. Las amargas condiciones autoimpuestas por Pablo tienen su contracara al toparse con una mujer a quien la vida le ha jugado duro. Raluca viene de un pasado de sufrimientos. Víctima de su propia humanidad, creyente enajenada del amor, espera que este explosione.  Cree encontrar en Pablo la recompensa esperada. Las dudas atormentan a Pablo, se cree incapaz de dispensar amor. El humanismo de Raluca lo seduce.

La buena suerte es una apuesta por la felicidad humana, ratifica que la vida nos ofrece múltiples oportunidades. Donde todo parece oscuro podría alumbrarnos un nuevo camino. Las posibilidades que tenemos para enderezar el rumbo de nuestras vidas son infinitas. Nada es para siempre. Debemos perseverar y leer con claridad las señales que los dioses plantan ante nuestros ojos. Cuando creemos que todas las salidas han sido clausuradas, de repente suceden acontecimientos que nos salvan de la muerte. Desde los memórales del tiempo, nuestras vidas oscilan entre Thánatos y Eros. Una tensión permanente. El amor ofrece la mejor oportunidad para despistar a la muerte. Ofrece el camino de la libertad. Un deseo del que no debemos ni podemos rehusarnos.

La novela contiene muchos cabos sueltos, Marcos hijo irredento de Pablo, escapa nuevamente de la policía. ¿Será que el mal es más escurridizo de lo que suponemos? El arquitecto encuentra —aunque las dudas lo consumen— su renacer. Con todos sus defectos físicos (perdió un ojo, usa prótesis), Raluca posee el don del amor. Sin ofrecerle más que el vacío, la rumana decide seguir sus pasos. Está persuadida que encontró en Pablo el amor que buscaba. En su embarazo, Pablo encuentra su liberación. Deja atrás sus miedos. Sabe que su hijo, el causante de su dolor, seguirá agriando sus vidas. Eso no le importa. Huir puede resultar para muchos encontrar vida dónde veía muerte. ¡El amor continúa siendo el mejor antídoto contra todo mal!

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Guillermo Rothschuh Villanueva
Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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