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Trump y Putin al pie de la letra

Rusia está profundamente sumida en su pasado dictatorial. Pero Estados Unidos sigue siendo una democracia, por ahora. Así son Trump y Putin

Foto: EFE/ Michael Klimentyev | Confidencial

Nina L. Khrushcheva

24 de julio 2020

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MOSCÚ – Cada vez con más frecuencia nos vemos gobernados por personajes, y no así por personas. La presidencia de programa de telerrealidad de Donald Trump o el autoritarismo de dibujos animados de Vladimir Putin traen a la memoria la película de Charlie Chaplin del año 1940, The Great Dictator. No obstante, tanto en Rusia como en Estados Unidos – países que son polos opuestos y que se han convertido casi en imágenes especulares uno del otro – los mensajes populistas y divisivos de dictadores chaplinescos podrían considerarse como cualquier cosa, pero de ninguna forma como cómicos.

Intentar comprender a estos personajes absurdos e inquietantes requiere que consultemos algo más que el cine clásico. Necesitamos echar mano de la literatura, del tipo que nos recuerda por qué somos lo que somos. Las grandes historias ofrecen hojas de ruta morales, y cuando el sentido común escasea, pueden mantenernos con los pies puestos en la tierra en medio del caos y la incertidumbre.


En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, se encuentra la novela escrita por Sinclair Lewis en el año 1935, It Can’t Happen Here, o la novela de Philip Roth de 2004, The Plot Against America. En la historia alternativa escrita por Roth sobre las elecciones presidenciales estadounidenses de 1940, Charles Lindbergh, en representación del America First Committee, desempeña el papel del vulgar populista. Pero, a diferencia de Lindbergh, que derrota al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en la novela, el desempeño reciente de Trump no ha hecho más que meramente debilitarlo: ahora va diez puntos detrás de Joe Biden, el presunto candidato demócrata.

Después de insistir durante mucho tiempo sobre que el COVID-19 simplemente “se iba a desvanecer”, Trump se ha mostrado desesperado por empezar a hacer campaña para la reelección. Pero su reciente rally en Tulsa, Oklahoma (su primero desde el comienzo de la pandemia), tuvo poca concurrencia y fue un fracaso. Posteriormente, realizó otro rally, con motivo del Día de la Independencia en el Monte Rushmore, donde insinúo que los manifestantes a favor del movimiento Black Lives Matter son “personas malas y malvadas”.

Desde entonces, Trump se dedicó a defender lo indefendible: el legado racista que dejó la Confederación formada por los secesionistas; el cual ha sido repudiado incluso por el Partido Republicano de Trump. Hasta este punto nomás llegó la máxima ‘Primero Estados Unidos’.

Entre tanto, en Rusia, donde el autoritarismo es una forma de vida, Putin, que celebra su vigésimo aniversario en el trono del Kremlin, se está convirtiendo en una mezcla de los personajes creados por Nikolai Gogol en el siglo XIX, y por Vladimir Nabokov y Evgeny Schwartz en el siglo XX.

Después de organizar su propia respuesta desigual e inconsistente a la pandemia, el gobierno ruso, a finales de junio, suspendió repentinamente sus medidas de cuarentena con el propósito de celebrar un desfile por el 75 aniversario de la victoria aliada sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. No importó para nada que el Día de la Victoria fuera en realidad el 9 de mayo, el desfile fue simplemente un acto de inauguración del golpe de gracia que dio Putin: un simulacro de referéndum nacional con el objetivo de restablecer los límites de su mandato constitucional y asegurar así su permanencia indefinida en el poder.

Al igual que Trump, Putin no estaba dispuesto a esperar a que las circunstancias fueran más seguras e hizo sus apariciones públicas sin mascarilla cubre bocas, socavando los mensajes de salud pública en aras de lucir como macho. Pero la impaciencia de Putin es comprensible. Su popularidad se ha ido desvaneciendo rápidamente, debido al descenso del nivel de vida y al fracaso de su régimen para aprobar reformas significativas. “Cuando eres Putin, tu Rusia está floreciendo”, bromean los rusos irreverentes, para quienes la sátira callejera ha sido, desde mucho tiempo atrás, un mecanismo de afrontamiento cuando se encuentran gobernados por regímenes dictatoriales.

De hecho, tales murmullos a menudo han dado lugar a literatura irreverente, como por ejemplo la obra maestra satírica de Gogol, The Inspector-General, en la que un empleado de bajo nivel engaña a un montón de funcionarios municipales torpes e incompetentes. El libro siempre ha ofrecido paralelismos obvios con el ascenso al poder del propio Putin. Pero, si se sigue las acciones más recientes de Putin, la novela de Nabokov de 1947, Bend Sinister, es aún más relevante. Nabokov ofrece un vistazo aterrador hacia dentro de la mente de un dictador, quien casual y coincidentemente es de baja estatura, inseguro y vengativo.

Este mes, Ivan Safronov, un ex periodista de investigación quien en el pasado ayudó a exponer ventas secretas de armas y cambios radicales en el Kremlin, fue arrestado bajo cargos de alta traición. Safronov, quien en la actualidad se desempeña como asesor de medios de la agencia gubernamental Roscosmos, fue acusado de revelar secretos militares a la OTAN, a pesar de que trabajaba como periodista en el momento del presunto delito. En su calidad de ex agente clandestino, Putin está comprometido con mantener los asuntos de su Estado alejados de la vista del público, a cualquier costo.

Del mismo modo, Schwartz, un dramaturgo soviético que escribió sátiras de Hitler y Stalin disfrazadas de cuentos de hadas para niños, podría bien haber estado ridiculizando a Putin. En su versión de El traje nuevo del Emperador (1934), ofrece un relato que se hace familiar sobre un tirano ruin y vano. En The Shadow (1940), la sombra de un hombre, en su búsqueda por inflar su propia importancia, le arrebata subrepticiamente al hombre de su poder. Y, en The Dragon (1944), un reptil excéntrico y aterrador, pero a la vez cobarde, comparte un deseo profundamente arraigado de comerse a sus enemigos.

Después de 20 años en el poder, tal vez era inevitable que Putin se convirtiera en una caricatura literaria. Dado que las personas rusas dedicadas a las letras tienen una larga tradición de burlarse y satirizar a las figuras políticas, la adhesión de Putin a esta forma de literatura no causa sorpresa. Menos esperado ha sido el grado en que el presidente de Estados Unidos se asemeja a las parodias rusas, no obstante que los estadounidenses, quienes están acostumbrados a las caricaturas o sketches políticos formales en Saturday Night Live, aún no han dominado el arte de los chistes callejeros espontáneos. Quizás a Estados Unidos no le está yendo lo suficientemente mal todavía.

Aun así, Trump es un impostor de la talla del Inspector General de Gogol; y, su principal lamebotas, el fiscal general William Barr, sería una adición apropiada a cualquier historia gogoliana sobre moral. Trump es tan mezquino e ignorante como lo es el dictador de Nabokov, y tan ruin y cruel como cualquiera de los villanos de Schwartz.

Trump incluso supera a Putin, que al menos es más estratégico en su exhibicionismo populista. Los berrinches en Twitter de Trump – “¡Qué triste!” “¡Acoso presidencial!” – son como algo salido de la obra de Mikhail Saltykov-Shchedrin, el satírico del siglo XIX. En su parodia de 1870, The History of a Town, Saltykov-Shchedrin describe a un funcionario de la ciudad apodado “The Little Organ”, quien es capaz de reunir coraje para emitir únicamente dos respuestas a sus subordinados: “Destruiré” y “No toleraré”.

Grosero y poco compasivo, The Little Organ emite decretos interminables y no tolera ninguna oposición. Al final de la obra, el lector descubre que el cerebro de este personaje, en realidad, era un instrumento musical con sólo dos teclas.

Estas y otras obras clásicas ofrecen cierto consuelo, recordándonos que existen límites al despotismo. El populismo y el engrandecimiento personal no pueden durar para siempre, especialmente cuando el mensaje está tan reñido con la realidad.

Incluso así, Saltykov-Shchedrin – cuyo título original (censurado) era The History of Foolsville – nos recordaría que el sufrimiento bajo el poder de malos líderes no es excusa para actuar de manera inmoral o idiota. Rusia está profundamente sumida en su pasado dictatorial. Pero Estados Unidos sigue siendo una democracia, por ahora. En noviembre, los estadounidenses deben demostrar que no están dispuestos a ser gobernados por personajes semejantes al Little Organ.

Traducción Rocío L. Barrientos

Nina L. Khrushcheva es profesora de Asuntos Internacionales en The New School. Su libro más reciente (en coautoría con Jeffrey Tayler) es In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones.

Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.


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Nina L. Khrushcheva

Nina L. Khrushcheva

Profesora de Relaciones Internacionales en “The New School” de Nueva York. Dirigió el Proyecto Rusia en el Instituto de Política Mundial. Autora de los libros “Imaginando a Nabokov: Rusia entre el arte y la política” y “El Khrushchev perdido: Un viaje al Gulag de la mente rusa”.

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