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Tras la muerte del dictador

Solo cuando el cambio de líder es forzado es posible generar dinámicas de sustitución de régimen autoritario

Estudiantes reprimidos tras una protesta por las fuerzas militares de la dictadura de Pinochet en Chile.

Umanzor López Baltodano

12 de diciembre 2016

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El epicentro de la vida política de una dictadura es, obviamente, el dictador. Aunque deba moverse en diversos frentes que pueden modular la aplicación de su poder (pactos con las élites económicas, partido único, ejército, etc.) parece un hecho incontestable que las decisiones y el método utilizado por el dictador, en singular, marcan el devenir político de un estado en su día a día. ¿Qué ocurre entonces en un país cuando el dictador muere?

Normalmente las opiniones sobre esta pregunta se mueven en dos direcciones. No faltan quienes consideran que aquella circunstancia es de inmediato un buen augurio para la democracia. Otros, en cambio, resaltan que el vacío de poder que deja el actor principal de régimen autoritario generará incertidumbres y escaramuzas desestabilizadoras que podrían hundir al país en el caos.


Un estudio publicado recientemente puede darnos algunas respuestas.  Se analizaron los casos de 79 dictadores, en el periodo 1946-2012, que murieron de causas naturales mientras regían sus países. Los resultados señalan la improcedencia de sostener que la muerte del dictador llevará, en el corto plazo, a iniciar un proceso de democratización. Asimismo, raramente el fallecimiento ha supuesto grandes oleadas desestabilizadoras. En síntesis, los regímenes autoritarios se han mostrado particularmente resistentes al cambio tras la muerte del dictador.

Fallecido el líder autoritario, el régimen –esto es: los grupos, las lógicas y las reglas que operan el poder- se mantuvieron intactos un año después en un 87% de los casos. Con mucha menos frecuencia la muerte del dictador ha supuesto un cambio de régimen, pero que ha llevado a otra dictadura (con otros actores). Finalmente, un año después de la muerte del dictador sólo un 4% de los países estudiados habían dado pasos hacia la democracia.

La razón de esta a priori sorprendente estabilidad puede estar en que la causa del cambio de liderazgo (muerte natural) obviamente no está motivada por razones políticas. Al momento de fallecer, el dictador ha dejado atrás unos actores y una población que hasta cierto punto habían decidido no oponerse a su liderazgo y al régimen que dirigía. Por tanto, cuando el dictador muere, las élites, en lugar de fragmentarse, se aglutinan en torno al sucesor a la espera de mantener su favorable status quo. La población difícilmente se opondrá de inmediato y con vigor al nuevo liderazgo si no lo hizo con el anterior.

Siguiendo con la lógica de la motivación política, no sorprende que la muerte natural de dictador sea menos perjudicial para el régimen que cuando el cambio de liderazgo se da condicionado por otras razones (asesinato, renuncia, elecciones, guerra civil, protestas). El estudio señala que las probabilidades de un cambio de régimen cuando previamente se ha forzado el cambio de liderazgo son mucho más significativas. En este sentido, las causas del cambio con más impacto son  protestas (95%), guerra civil (90%), intervención externa (90%) y elecciones (85%). Más relevante aún: cuando se obligó al cambio de liderazgo, la transición a la democracia empezó a gestarse un año después en un 26% de los casos.

Volviendo a la muerte del líder, aunque hay una robusta resistencia del régimen tras su muerte, sí hay casos en los cuales su fallecimiento ha desatado dinámicas desestabilizadoras. Un factor que puede determinar esa posibilidad es el tipo de régimen autoritario del que se trate: monárquico, militar, partido único o personalista. Obviamente los regímenes más vulnerables al deceso del líder son aquellos que precisamente se sustentan en su imagen, es decir los personalistas. Hay que tener en cuenta que, por una parte, los regímenes personalistas normalmente carecen de redes institucionales de presión tan robustas como aquellas de los tipos militares o de partido único. Por otro lado, la dictadura personalista normalmente no tiene establecidas claramente las reglas de sucesión, y no en pocas ocasiones el líder prefiere no nombrar y/o empoderar claramente a un sustituto. La incertidumbre sobre la identidad del sucesor o carencias evidentes en su liderazgo pueden desestabilizar el régimen al presentarse como oportunidades para otros actores.

Aún con todo lo anterior, los regímenes de carácter personalista han sobrevivido en un aplastante 78% a la muerte del líder. Además, estas posibilidades de resistir aumentan cuando el dictador: i) se apoya en un partido fuerte; ii) mantiene estrechas relaciones con las élites militares y económicas; iii) nombra y empodera a su sucesor/a. Sin duda, a más de algún lector estas características le recordarán un país y a unos personajes conocidos.

Hay otro contexto en el cual el sistema es más vulnerable tras morir el dictador: cuando el deceso viene precedido de importantes manifestaciones populares de repudio al régimen. El razonamiento es que las anteriores manifestaciones dejan un relevante legado de activismo, experiencia y redes de trabajo que permite a los actores sociales movilizarse rápida y eficazmente para desestabilizar a la nueva figura autoritaria.

Se deja entrever aquí que las protestas populares tienen uno de los roles más importantes para el cambio de régimen en este contexto. Por un lado, si anteriormente a la muerte del dictador la sociedad se logró movilizar masiva y organizadamente, tras el fallecimiento del mismo tendrá margen y peso para desestabilizar el sistema con una nueva oleada de manifestaciones,  más aún si el sucesor no goza de popularidad entre las élites. Por otro lado, cuando las manifestaciones fuerzan por si mismas el cambio de liderazgo en el régimen es mucho más probable que eso a su vez ocasione un cambio de régimen en un estrecho margen de tiempo.

Por tanto, sólo cuando el cambio de líder es forzado es posible generar dinámicas de sustitución de régimen autoritario. La evidencia empírica señala que ninguna transformación política de calado sigue por si misma a la muerte en el cargo de un autócrata, y que en ausencia de presión social el fallecimiento del dictador “tiende a ser un evento remarcablemente insignificante”.

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El autor es abogado y Politólogo. MA Derecho de la Unión Europea.

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Umanzor López Baltodano

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