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Telarañas en las urnas

Ante los planes del proyecto dinástico de consagrar su mascarada, la población ha respondido dejando que las arañas tejieran sus redes en las urnas

JRV en el Centro de Votación de Ciudad Sandino, en Managua. Carlos Herrera/Confidencial

18 de noviembre 2016

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Las discusiones entre quienes propugnaban por el voto nulo y quienes defendían la abstención en las pasadas elecciones, sostenidas en estas mismas páginas hace pocas semanas, finalmente se saldaron en favor de los segundos: la abstención resultó ser no sólo un mecanismo de empoderamiento político, sino además ha sido una demostración de rechazo claro de la población a la pantomima de elecciones semi-competitivas.  Por ello no es exagerado afirmar que la abstención del pueblo nicaragüense en las “elecciones” presidenciales en 2016 está entre los fenómenos políticos más importantes en los últimos 26 años del país.

Según los datos del CSE, Nicaragua es un país con índices de participación electoral decrecientes a medida que se fueron estabilizando las elecciones como mecanismo para escoger a las autoridades en todos los niveles de gobierno, salvo en las elecciones municipales en las que la participación pasó del 50.8% en 2004 al 56.3% en 2008.  En las elecciones nacionales la participación había caído entre el 6% y el 8% desde el 2001, llegando a su piso mínimo del 58.0% en 2011. Sin embargo nunca antes como en 2016 la abstención se había convertido en el tema principal de unos comicios debido a su clara deriva hacia un formato semi-competitivo por la exclusión de los partidos y alianzas que tenían más posibilidades de disputarle el poder el orteguismo.


Según Dieter Nohlen, por elecciones semi-competitivas se entiende las elecciones que ni calzan completamente en la democracia liberal, ni son totalmente represivas del disenso político, y aunque no se cuestiona el poder “las élites gobernantes las interpretan como fuente de legitimación”.  En síntesis, “sirven para estabilizar los regímenes autoritarios”.

En esa línea el régimen orteguista, consciente de que no se jugaba el poder frente a sus partidos satélites, y del desafío que le planteaba la oposición excluida que llamaba abiertamente a la abstención, se preparó para cerrar cualquier posible brecha en su legitimidad dando un portazo a los indicios de un alto abstencionismo. Pero se le fue la mano una vez más. Las prisas por maquillar los resultados llevaron exagerar los cómputos sobre la participación de la población de tal manera que no se sostienen ni estadística ni políticamente.

En lo estadístico, como ya lo han argumentado otras personas, resulta inverosímil que la participación haya mostrado un repunte del 10.0% al pasar del 58.0% en 2012 al 68.2 % en 2016. Incluso aceptando la esquizofrenia de los tres o cuatro padrones electorales. Estadísticamente estos niveles de participación superarían en 2.0% los registros de 2006, calculados en 66.8%, cuando se celebraron las últimas elecciones competitivas.

En lo político, el incremento de la participación es inasumible considerando que no había estímulos que empujaran a la población para salir a votar: ni se estaba rifando el poder entre el FSLN y sus satélites, ni estaban en la competición los partidos y agrupaciones que habían sido excluidos tres meses antes. En otras palabras, ni los propios simpatizantes del FSLN tenían motivos para salir a disputar un juego que ya tenían ganado de antemano, ni los simpatizantes de la oposición tenían confianza en que sus votos cambiarían algo.

Adicionalmente, el 6 de noviembre dejó muestras sobradas de que la gente se abstuvo y que abonan la veracidad de una participación extraordinariamente baja. Las escenas patéticas recogidas en fotos y videos de los miembros de los centros de votación sentados en el suelo, sosteniéndose la quijada o medio dormidos, son la mejor imagen de una lánguida jornada electoral en la que algunas urnas terminaron con telarañas por la falta de uso. Las copias de las actas de escrutinio que han podido ser recuperadas confirman que hubo centros de votación donde las urnas apenas fueron utilizadas, estableciendo verdaderos records de abstención.

A falta de estadísticas oficiales confiables, estos indicios podrían tener muchas lecturas para la política nacional relacionadas con las distintas causas que influyen en el fenómeno. En Ciencia Política se reconocen grosso modo cuatro tipos de abstencionistas: quienes no votan por desinterés en todo lo relacionado con la política; quienes se abstienen por factores de contexto (imagen de candidatos, voto de castigo por programas o políticas públicas); quienes se ven obstaculizados por un procedimiento de votación engorroso o por impedimentos administrativos como la falta de cédula; y quienes se ausentan de las urnas por un rechazo consciente al sistema político (lo que incluye la desconfianza hacia el sistema electoral), que mostraría niveles de empoderamiento político de la población.

En el caso nicaragüense, como en los demás países donde el voto no es obligatorio, seguramente concurran todos estos factores. Parece claro que la desafección a la política venía ganando peso desde las elecciones de 1990 cuando se alcanzó una participación del 86.2%. Sin embargo desde 2006 se bajó de la barrera simbólica del 60.0% por efecto del descrédito del CSE como árbitro imparcial de la competencia electoral, ratificado con la manipulación de sucesivos resultados a partir de aquel año.

Quizás era un resultado que buscaba el orteguismo: liquidar la confianza ciudadana en el voto como recurso cívico para cambiar los gobiernos, y que los potenciales electores críticos se alejaran de las urnas, dejando a sus agentes en la más absoluta soledad contando las papeletas que enmascaran la pantomima. Pero como en política los tiros no siempre salen por el cañón, esta vez les salió por la culata.

La alta abstención, no por no reconocida ha tenido su impacto en la opinión pública nacional e internacional. La soledad captada en las innumerables imágenes del 6 de noviembre se ha vuelto en contra de sus creadores. Esa soledad fue la huella que dejaron miles de nicaragüenses mostrando su rechazo a un régimen político que requería de su presencia para legitimarse.

Como ha ocurrido con anteriores elecciones, con toda seguridad que nunca se sabrá cuál fue el verdadero resultado ni el tamaño de la abstención el pasado 6 de noviembre. Para echar tierra sobre las cifras reales el régimen orteguista al día siguiente empezó a lanzar sus mentiras, pero como reza una frase ingeniosa, el tamaño de una mentira se puede conocer midiendo el largo de la explicación por el ancho de la excusa. A juzgar por las infladas estadísticas, el área que el discurso oficial pretende cubrir esta en relación directa con el tamaño de la abstención que realmente hubo.

Ante los planes del proyecto dinástico de consagrar su mascarada, la población ha respondido dejando que las arañas tejieran sus redes en las urnas de una jornada para la historia, pero de la entronización sino del repudio.


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Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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