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Sí, tienen razón, seríamos otra Nicaragua

En Nicaragua ganó la Revolución Sandinista en 1979. Esto provocó el pánico entre los militares y la élite guatemalteca

Familiares y simpatizantes de los militares se manifestaron en Ciudad Guatemala. Foto: Carlos Sebastián para Nómada.

Martín Rodríguez Pellecer

11 de enero 2016

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Hay una cosa en la que los seguidores de los militares tienen razón. De no haber sido por los militares y hubieran ganado los guerrilleros, seríamos una Nicaragua. Y nadie puede enorgullecerse de Nicaragua. Un país con 65% de pobres, autoritario, dirigido por un imbécil amigo de Chávez y que se cree designado por Dios. Un país sin mucho futuro.

“Es que así, mulata, con esos labios, pareces una diosa del Caribe”, le decía la española a mi amiga nicaragüense en la maestría. ‘Y fue guerrillera sandinista’, pensaba yo y le añadía puntos. Como guatemalteco progresista tiendo a idealizar las revoluciones centroamericanas. Pero su historia de la revolución no era para nada el romanticismo que yo estaba esperando.


– Contanos historias del sandinismo, de cómo fue la guerra, le pedía yo.

– ¿Qué les voy a contar, mi amor? Si yo arriesgué mi vida, mi alma y mi cuerpo, este templo, para eso que tenemos ahora. Fue una pérdida de vidas, de sueños, de todo.

Y tiene razón.

Antes me parecía que la pancarta era retórica: “Seríamos una Cuba, una Nicaragua”. Pero es cierto. Los conservadores guatemaltecos agradecen todavía hoy al ejército porque evitó que fuéramos una Nicaragua. Y en realidad no hay ninguna garantía de que si hubieran ganado los guerrilleros, Guatemala hubiera sido un país justo y próspero.

Si hubieran ganado los guerrilleros en Guatemala en 1980, es posible que el planeta se hubiera entusiasmado, la segunda Revolución guatemalteca hubiera expropiado tierras, alfabetizado indígenas mayas, bajado los índices de desnutrición, bajado los asesinatos, demostrado al mundo que un pueblo puede rebelarse. Pero es posible que hubieran gobernado 10 años y que hubiéramos recibido una contra-guerra gringa, una presión centroamericana para hacer elecciones, las hubiera ganado la derecha, se hubieran devuelto las tierras, se hubieran eliminado los avances y todo habría vuelto a dónde estaba.

Y peor. En la Nicaragua actual gobierna un excomandante guerrillero, llamado Daniel Ortega. Acá habría podido ser un racista e impresentable excomandante como Pablo Monsanto. Y Monsanto podría haber imitado a Ortega y podría haber transado con militares y corruptos, hubiera negociado una ley electoral para hacer fraudes. Después hubiera hecho alianza con Hugo Chávez, el CACIF, los gringos y las iglesias católica y evangélica, y nuestro país, como le ocurre a nuestros vecinos nicas, sería un país de poetas revolucionarios y 65% de pobres.

Nómada sería un medio acusado de ser de derecha, de ser financiado por la CIA. Así les pasa a nuestros aliados de Confidencial en Nicaragua.

Una de las diferencias sería que Guatemala tendría una tasa de asesinatos de 11 por cada 100 mil habitantes nicaragüense y no la actual de 30 por cada 100 mil o la de 48 por cada 100 mil que vivimos en 2009. Tampoco hubiéramos exportados decenas de miles de niños robados para adopciones ni hubieran llegado los narcos zetas ni serían tan fuertes las maras. Pero eso es otra historia.

Regresemos al argumento de los seguidores de los militares.

La victoria guerrillera que asustó a los militares chapines

En Nicaragua ganó la Revolución Sandinista en 1979. Esto provocó el pánico entre los militares y la élite guatemalteca, que miraban cómo las guerrillas y la simpatía por las guerrillas iba creciendo después del terremoto de 1976 y después de la represión de las manifestaciones a favor de la democracia en 1977 y 1978 –cuando mataron en la plaza central al líder estudiantil Oliverio Castañeda, o a los socialdemócratas Manuel Colom Argueta y Juan Alberto Fuentes Mohr–.

Los militares se volvieron locos. Empezaron a ver comunistas en cualquier sombra.

El ejército guatemalteco cifró en sus documentos internos el tamaño de la amenaza: 15 mil guerrilleros. Las guerrillas explotaban puentes. Secuestraban finqueros para cobrar dinero y financiar la subversión. Emboscaban cuarteles militares. Y eran populares. Reclutaban igual a muchachitos ricos idealistas formados por los jesuitas, que a indígenas indignados en el Altiplano, en especial en el área ixil en Quiché. ‘Venceremos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala’, decían los comunistas internacionales.

Además, en 1978, el presidente estadounidense Jimmy Carter prohibió la ayuda militar al ejército de Guatemala por los asesinatos y desapariciones de civiles. Había una posibilidad real de que los guerrilleros ganaran y volvieran a Guatemala en una segunda Nicaragua.

Pero aparecieron los militares indicados para hacer el trabajo sucio de la guerra.

Los principales se llamaban Fernando y Benedicto Lucas García entre 1978 y 1982. Dictador y jefe del Estado Mayor de la Defensa. Y luego Ríos Montt & company entre 1982 y 1983.

Junto a la élite decidieron que la forma de ganarle a las guerrillas era quitándole el apoyo popular. Ésta era su teoría: “Las guerrillas se apoyan en la población, que los alimenta, les avisa, los protege. Son como pez en el agua. La guerrilla es el pez; la población es el agua. Entonces, si le quitamos el agua, el pez muere”, fue el razonamiento.

Y empezaron a perseguir no sólo a los guerrilleros. Empezaron a buscar, acusar, torturar, violar y masacrar a cualquiera que pudiera tener el mínimo de crítica. Cualquiera que criticara que el país fuera tan desigual, tan racista, o con situaciones injustas. Si alguien o una comunidad lo pensaba y lo decía, para los militares y los finqueros se convertía en guerrillero. Y por lo tanto merecía la muerte más cruel. Y si era indígena, merecían la muerte él, sus familiares y su comunidad.

De la guerra de 1978 a los juicios de 2016

En medio de esa estrategia militar llegó el año 1978. El Estado decidió que construiría “la obra más grande del hombre hecha en Centroamérica” en un lugar entre Quiché y las Verapaces. La represa del Río Negro en Chixoy, para abastecer de energía eléctrica a buena parte del país. Pero había una comunidad maya achí de Rabinal, a la orilla del río, que no estaba de acuerdo con que la sacaran de sus tierras y les dieran otras, ajenas y menos fértiles.

A su resistencia se sumaron el Comité de Unidad Campesina (CUC, co-organizador de la marcha de 27 de agosto de 2015 para pedir la renuncia de Otto Pérez Molina), y también el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), que intentó que la comunidad, de unas 300 personas, se sumara a la guerrilla.

Las fuerzas del Estado asesinaron a los líderes de la comunidad de Río Negro en 1981. Y en el 13 de febrero de 1982 cometieron la primera masacre, de 74 personas, según el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Los sobrevivientes escaparon. El ejército los persiguió. El 14 de mayo de 1982 incendió todas las casas de la comunidad donde estaban, Los Encuentros, y mató a otras 79 personas. “El ejército secuestró también a más de 15 personas adultas y 40 niños, trasladándolos en un helicóptero hacia el Norte, con destino desconocido. En ese helicóptero iba Martina Rojas”, encontró la investigación de la Fundación de Antropología Forense (FAFG), narrada en 2013 por el periodista Sebastián Escalón, de Plaza Pública.

Ante muchas denuncias de familiares y vecinos, 30 años después, el 27 de febrero de 2012, los arqueólogos de la FAFG lograron el permiso para escavar dentro del destacamento militar de Cobán, donde está una sede de fuerzas de paz de la ONU. Sí, la misma ONU que hizo el informe de la verdad también tiene alianzas con el ejército de Guatemala para misiones de paz.

Los arqueólogos encontraron muchas fosas, con muchísimos esqueletos, muchos con las manos y los pies atados, ejecutados. 535 personas asesinadas, incluyendo muchos niños y muchas mujeres. Pero había una fosa que era distinta a las demás, la número 15.

“En esta se encontraron 63 cuerpos, de los cuales 18 eran mujeres y 43 eran niños. Todos menos 2. Los objetos (collares, pulseras) y las vestimentas no correspondían al área de Cobán. Eran de Rabinal”, explicó la FAFG.

Los antropólogos forenses fueron a buscar a los sobrevivientes de las masacres de Río Negro y les tomaron una muestra de ADN, frotando un hisopo sobre las paredes de la boca. Las compararon con los huesos que recuperaron de la fosa 15 del destacamento militar de Cobán.

Y ahí estaba el vínculo. Martina Rojas, la secuestrada el 14 de mayo de 1982 cerca de Chixoy y llevada en helicóptero al Norte, estaba entre los cuerpos enterrados en la fosa 15 de la base militar de Cobán.

Los militares responsables de ese destacamento –identificados con base en documentos oficiales militares– son 12 de los 16 capturados el 6 de enero de 2016. El Ministerio Público los acusa de haber secuestrado y matado a más de 500 guatemaltecos civiles, incluida Martina Rojas. A los otros 4 militares los acusa el MP por el caso Molina Thiesen. Los acusa de haber torturado y violado a una adolescente que encontraron con libros políticos, Emma Molina Thiesen, quien logró escapar del destacamento militar de Xela. En represalia por haberse escapado, el ejército fue a secuestrar y desaparecer para siempre a su hermano pequeño, Marco, de 14 años. Un comunista en potencia de seguro.

Una segunda Nicaragua

Hay quienes pueden argumentar que los mayas achís, los indios de Rabinal, que se oponían a ser trasladados de la cuenca de Chixoy, se oponían porque eran en realidad unos guerrilleros. O que al menos los líderes comunitarios sí eran guerrilleros. De hecho, hay evidencias de que el EGP intentó sumarlos a la guerrilla.

Supongamos (porque nunca lo demostraron ante un tribunal) que los líderes comunitarios eran guerrilleros. Todos esos líderes fueron asesinados en 1981 por fuerzas estatales.

Pero el ejército no estaba conforme. Para asegurar que nunca volvieran a oponerse a órdenes estatales, en 1982 el ejército masacró a todos los que pudo de la comunidad y a muchos de los sobrevivientes que iban huyendo. Mujeres, niños y ancianos incluidos. Y fueron a enterrarlos al destacamento militar de Cobán.

Así, matando a líderes comunitarios, pero también mujeres, ancianos y niños que podían llegar a ser guerrilleros, los militares guatemaltecos evitaron que Guatemala se convirtiera en una segunda Nicaragua.

Para ganarle a 15,000 guerrilleros, desaparecieron a 50,000 personas, violaron a decenas de miles de mujeres, masacraron a 200,000 más e hicieron que 1 millón tuvieran que escapar de sus comunidades rumbo a otras partes del país, rumbo a los barrios marginales de Ciudad de Guatemala o rumbo a México y Estados Unidos. Los datos son científicos, demostrados con denuncias con nombres y apellidos de desaparecidos o con fosas llenas de osamentas.

Así ganaron la guerra.

De lo que nos salvamos.

Nicaragua, donde ganaron los guerrilleros, es un país en 2016 en el que hay 65% de pobres y un 10% escapa del país como migrante rumbo a Costa Rica.

Guatemala, donde ganaron los militares, es un país en 2016 en el que hay 60% de pobres y un 10% escapa del país como migrante rumbo a Estados Unidos. ¡5% menos de pobres!

La Nicaragua de Daniel Ortega de 2016 (que regresó al poder hace nueve años) es una en la que los grandes empresarios mandan y las instituciones están cooptadas. Hay pocas esperanzas de futuro.

La Guatemala de los militares, materializada en su partido, el PP de Otto Pérez Molina, era una Guatemala que nos habían dejado con 98% de impunidad en los asesinatos y con estructuras de corrupción muy sofisticadas. Por dicha el MP empezó a meter presos a muchos de estos corruptos.

La diferencia entre Nicaragua y Guatemala

Pero hay otra diferencia más importante. La victoria guerrillera nica costó mucho menos vidas de civiles, más o menos cinco veces menos en proporción. La victoria militar chapina costó la vida de 240 mil ciudadanos civiles asesinados por fuerzas del Estado y 8 mil asesinados por la guerrilla, según la ONU con base en testimonios. Testimonios que hoy son respaldados por el MP con pruebas científicas, como la de ADN de Martina Rojas.

20 estadios Mateo Flores llenos de personas asesinadas especialmente por el Estado. Personas sin armas, que no eran guerrilleros, como el niño Molina Thiesen de 14 años que vivía en la colonia La Florida de esta capital. Porque el mismo ejército escribió que sólo eran 15 mil guerrilleros, y no los mató a todos. Así que ganó la guerra matando a civiles. Más que en ningún país de América Latina. Y en casi todos los países ganaron los militares.

¿Los militares guatemaltecos realmente tenían que desaparecer, torturar, violar y masacrar a tantas mujeres, niños y ancianos para ganar la guerra?

¿Eso los convierte en héroes?

¿Esto les da permiso para pasar los últimos años de su vida en sus casas, tranquilos?

Entre cinco mil y diez mil capitalinos llegaron a decirles que sí este sábado. Tienen todo el derecho de manifestar. De agradecerles por haber salvado al país del comunismo a costa de matar a tantos ciudadanos. Algunos quizás saben de estos crímenes contra civiles, algunos prefieren ignorarlo y otros nunca habían oído de los abusos de los militares.

Yo no lo quiero. Yo no quiero agradecerle al ejército por haber ganado la guerra matando ciudadanos.

Yo sí quiero agradecerle a las víctimas que sobrevivieron, a las organizaciones, al Ministerio Público y a los jueces porque hoy estemos buscando justicia y hayan capturado a esos 16 militares.

Les agradezco porque también juzgaron al responsable de la peor masacre guerrillera, en 2013, la de El Aguacate, en Chimaltenango. Y les exigiré que juzguen a todos los que hayan cometido crímenes de lesa humanidad en mi país, Guatemala.

Porque ninguna guerra vale la vida de 250 mil ciudadanos civiles porque pudieran haber simpatizado con cualquier causa o haber tenido cualquier origen étnico o de clase.

Porque la diferencia después de haber acabado con 250 mil vidas y haber dejado un Estado mafioso y corrupto es de 5% menos de pobres que Nicaragua.

Y como las víctimas tienen derecho a la justicia y no quiero que esta violencia se repita, no sólo nunca le voy a agradecer a los militares por habernos salvado de ser otra Nicaragua, sino que le voy a exigir al Ministerio Público que estos crímenes no queden en la impunidad.

Esto apenas empieza.

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El autor es el director fundador de Nómada, revista en la que este texto fue publicado originalmente.


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