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¿Quiénes decidirán el futuro en la COP21?

¿Qué sucederá con los actores sin poder, si más poder que el de las calles?

Un visitante, en la cumbre sobre el cambio climático COP21 celebrada en Le Bourget al norte de París, Francia. EFE/Etienne Laurent.

Nadine Lacayo

2 de diciembre 2015

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Esperaría que América Latina asumiera en la COP21 el liderazgo para sacar los mejores acuerdos sobre Cambio Climático, pero sobre todo que pudiera asumir la tarea de implementar “inmediatamente” en los países de la “región” políticas económicas con bajas tasas de producción de carbono. Sin embargo, y siendo coherente con el realismo que trato de profesar en torno a estos temas mundiales, no lo creo posible: primero, porque América Latina no es una “región” políticamente hablando. América Latina (todavía para los que soñamos), es solo un proyecto político en un hermoso trozo del sur de un joven continente Bolívar se murió soñando y hay que dejarlo en paz, porque a su esperado sueño se le adelantó hace tiempo, la globalización que lo desordenó todito. La mundialización económica, hegemonizada por el mercado, alteró hasta lo lineal de la historia y sus saltos naturales.

El liderazgo de Latinoamérica en la COP 21, es difícil también porque los “países”, en el sentido estricto, no existen. No hay unidad de nación en éstos, es más, siguen siendo seudo naciones igual que sus estados y sociedades. Lo que tienen son voceros indisciplinados que se originan de las caricaturescas democracias trasplantadas desde Europa, cuyo subsuelo es de otra naturaleza. Igual están las sociedades civiles: amputadas de su sentido y responsabilidad histórica, dependiendo de los estados y cooptadas por el consumo y el mercado. Es duro decir esto: en América Latina hay estados y narco estados oferentes de sueños fraudulentos y sociedades clientelistas que se los tragan sin chistar y consumen todo lo que les pongan en la mesa. Esto es lo general, sé que hay grupos sociales que saltan por aquí o por allá, cuando les quitan el salero de la mesa.


Por otra parte, “lo inmediato” en la dinámica de los “arreglos mundiales” y en las “decisiones de políticas de estado”, el tiempo se mide con otros cronómetros. Los segundos son horas, las horas días y lo meses años y hasta décadas. Sería un sueño que que América Latina se sentara como región y que con el poder de su mercado les golpeara fuerte la mesa en la COP21 a los actores fundamentales que tomarán las decisiones y que estarán bien representados: la OGCI y sus poderosas BG Group, BP, Eni, Pemex, Reliance Industries, Repsol, Saudi Aramco, Shell, Statoil y Total. Sería además fabuloso, que América Latina, en concreto desarrollara acciones para promover en sus economías la reducción gases de efecto invernadero. Tal vez sería viable si este fuera un mandato de los dioses. El problema es que las deidades no existen, y el poder del mercado es superior al de los santos, porque lo detenta el diablo que tiene tomado en el mundo el sartén por el mango.

Se acabó la utopía y, ahora el Estado Islámico (que obviamente no está fuera del mercado de los hidrocarburos), tiene en jaque a todo el mundo. Un mundo asustado, perplejo, desintegrado y cuyos actores, directores y todos los personajes del reparto, siguen filmando una película de Hollywood del viejo oeste, solo que en vez de revólveres 45 emplean drones manejados desde una cabina helada por adolescentes,

La COP 21 abordará un problema vital, esto es: de vida o muerte para la humanidad, lo que equivale decir, para la vida y muerte del planeta. Digo “planeta” porque las conferencias internacionales sobre el CC, no están movidas por la irreversible destrucción de la Tierra (Planeta con vida) si no la de la especie humana que es la que consume. Insisto en llamarla especie para subrayar o enfatizar la naturaleza biológica de los homínidos que somos. Aunque en la visión de esta estratégica agenda (COP21) no está puesto ni siquiera como un primate social al borde de la extinción también, sino que, como un colosal e inmensurable mercado sin el cual no hay sentido de nada, para nadie y menos para las monstruosas petroleras. La sociedades son para la OGCI y las miles de corporaciones mundiales, solamente un nutrido y delicioso cerro de hormigas locas que giran esquizofrénicas en torno a la demanda mundial (hidrocarburos base de todo lo demás, hasta de la basura que se recicla) que se despedaza y desconcentra y que amenaza con un conflicto a gran escala. Las hormigas ni cuenta nos damos y si lo hacemos, solo sabemos rezar y encerrarnos en casa, seguros siempre que el desastre pasará y que los muertos estarán descansando en paz.

Se firmaran acuerdos en la COP21, no es políticamente posible evitarlos. Pero no será posible llevarlos a cabo plenamente y la razón precisamente se refiere a la ausencia de actores sociales con poder. Pero lo central de la reflexión es esta: ¿qué sucede con los actores sin poder, si más poder que el de las calles? Es decir, los otros actores que no ostentamos el control del mercado y de las armas. No hemos evolucionado y me refiero al hormiguero de casi 8 billones de esta especie personas que nos enseñaron a consumir omnívoramente. De ahí que una buena pregunta es ¿cuáles son los” actores” que pueden influir con su poder en políticas para la reducción efectiva de gases de efecto invernadero, que no tengan intereses en juego? ¿Qué formas de presión son las más efectivas en estos nuevos contextos? ¿Cuál es el alcance real de la movilización de cientos de personas en todo el mundo (sobre todo en Europa y Norte América) frente a la COP 21? ¿Cómo innovar nuevas maneras de presión?

Será políticamente correcto firmar los acuerdos de la COP21, aunque salgan pálidos, ambiguos y tímidos; además, sin el tono y la profundidad para acatarlos según los relojes que le miden la vida al planeta. Otras preguntas son las siguientes: ¿Se llevaran a la práctica? ¿Se implementaran en el tiempo que demandan las amenazas inminentes que no tienen tregua? ¡It is too late¡ Yo creo que el Papa Francisco se quedará mudo o loco después de tantos gritos de sabias advertencias.

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Nadine Lacayo

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