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¿Qué hacer con Venezuela?

Sólo Estados Unidos tiene el nivel operacional y logístico para garantizar el cambio de gobierno y restablecer el orden social

Sólo Estados Unidos tiene el nivel operacional y logístico para garantizar el cambio de gobierno y restablecer el orden social en Venezuela

12 de enero 2018

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La pregunta se ha formulado reiteradamente en las cancillerías latinoamericanas y en los centros de pensamiento. Si el clamor fue incesante en el pasado, aún será más intenso en 2018 ante una crisis humanitaria que se agrava por momentos y con imprevistas consecuencias. Frente a este interrogante se han alegado diversas respuestas, pero la magnitud del desastre y la resistencia gubernamental a negociar complican las propuestas.

La constante reformulación de las reglas de juego reduce el margen de acción de la oposición, lastrada por su incoherencia y desunión.


Ni la vía electoral ni las protestas callejeras le han permitido consolidarse, pese al rechazo que genera el liderazgo bolivariano. Cuba, Rusia y China son el reaseguro del régimen y solo Raúl Castro puede solucionar el conflicto. Pero una cosa es poder hacerlo y otra muy distinta quererlo.

Para La Habana, receptora de un elevado número diario de barriles de petróleo, un cambio de gobierno en Caracas sería catastrófico.

El venezolano Ricardo Hausmann, profesor de Economía en Harvard, acaba de proponer una idea muy polémica: que la Asamblea Nacional en uso de sus prerrogativas deponga a Maduro y elija a un nuevo gobierno que a su vez solicite asistencia militar a la comunidad internacional para solucionar la crisis.
Su propuesta provocó enconadas reacciones, avivadas por todo lo que está en juego: la supervivencia del chavismo, una nueva intervención militar de EU en América Latina, su elevado coste material y humano y el papel de la región.

Los críticos resaltan las dificultades de montar una operación militar a tenor del potencial bélico bolivariano y el que una guerra civil desestabilizaría al país y a América Latina.

Sólo EU tiene el nivel operacional y logístico para garantizar el cambio de gobierno y restablecer el orden social. Su participación (descontando el factor Trump) generaría un fuerte rechazo en los gobiernos regionales, tan pendientes de la no injerencia y la defensa de la soberanía, y avivaría el nacionalismo en Venezuela.

¿Hay margen para salidas políticas? Algunos creen posible negociar unas elecciones justas y con garantías y mantienen que éste es el único camino para resolver la crisis y comenzar la reconstrucción. Pero Hausmann resalta la inviabilidad de las opciones ensayadas.

Dada la tremenda envergadura de la catástrofe humanitaria, la inacción sólo aumenta exponencialmente el número de víctimas y el sufrimiento del pueblo venezolano.

Hoy semejante dilema no tiene respuesta. Clóvis Rossi señaló que como todas las posibles soluciones han fracasado (elecciones y protestas) o están por fracasar (diálogo), hay que pensar lo impensable.

Ahora bien, ¿dónde están sus límites y cuán dispuestos a aceptarlos están todos los actores implicados? Puede que Hausmann acierte y que la única solución sea la militar. ¿Pero a qué precio? En las actuales circunstancias, una intervención rápida y con pocas víctimas es imposible. La guerra dejaría profundas heridas y alimentaría el mito del chavismo durante generaciones, condenando el futuro de Venezuela, como ocurrió tras la sangrienta destitución de Perón en 1955.

Argentina es un buen espejo en el que mirarse.

También puede leer este artículo en El Heraldo, de México.


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Carlos Malamud

Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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