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Un propósito de desarrollo para Año Nuevo

El conocimiento logrado por la humanidad hasta ahora debería ser central para el nuevo enfoque sobre el desarrollo que el mundo necesita

La campesina guatemalteca María González posa al lado de los fogones alimentados por troncos de madera. Hace unos meses, ese simple gesto los estaba matado. Hoy, apenas hay humo en la estancia. EFE/Pablo López Orosa.

Joseph E. Stiglitz

4 de enero 2017

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BEIJING/PARÍS/NUEVA YORK.– El voto del Reino Unido para abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como próximo presidente de Estados Unidos han dejado de manifiesto la insatisfacción de los ciudadanos de los países desarrollados con la globalización. Equivocados o no, la culpan (o, al menos, la forma en que se la ha gestionado) por el estancamiento del ingreso, el alza del desempleo y la creciente inseguridad.

Los ciudadanos de los países en desarrollo han expresado por largo tiempo sentimientos parecidos. Aunque la globalización ha traído muchos beneficios al mundo en desarrollo, muchos critican el modo en que el neoliberalismo ha guiado su gestión. En particular, el llamado Consenso de Washington, que llama a una liberalización y privatización ilimitadas y las políticas macroeconómicas centradas en la inflación, en lugar del empleo y el crecimiento, han atraído muchas críticas a lo largo de los años. ¿Es el momento de revisar los criterios comúnmente aceptados sobre economía internacional?


La Agencia Sueca de Cooperación para el Desarrollo Internacional (Sida, por sus siglas en inglés) pensó que era una pregunta que merecía plantearse, por lo que invitó a hablar de ello a 13 economistas de todo el mundo (entre ellos, los autores de este artículo, cuatro de ellos ex economistas en jefe del Banco Mundial).

Concluimos que, en efecto, algunas de las ideas que subyacen a la economía para el desarrollo tradicional pueden haber contribuido al origen de algunos de los retos económicos que el mundo enfrenta en la actualidad. En particular, hoy es evidente que no basta con mantener el equilibro de los presupuestos nacionales y controlar la inflación, dejando el resto sujeto a la acción de los mercados, en el supuesto de que así se logrará automáticamente un crecimiento sostenido e incluyente. Con eso en mente, identificamos ocho principios amplios que deberían guiar la política para el desarrollo.

Primero, el crecimiento del PIB se debe ver como un medio para un fin y no como un fin en sí mismo. El crecimiento importa principalmente porque provee los recursos necesarios para impulsar diversas dimensiones del bienestar humano: el empleo, un consumo sostenible, vivienda, salud, educación y seguridad.

Segundo, la política económica debe promover activamente un desarrollo incluyente. En lugar de esperar el “derrame” del desarrollo, las autoridades deberían asegurarse de que nadie quede atrás, haciendo frente de manera directa a las privaciones (como el desempleo o el acceso insuficiente a la salud o a la educación) que tanto daño causan a los pobres.

Más allá del imperativo moral, un enfoque así ayudaría a mantener el desempeño económico, que puede verse afectado por una excesiva desigualdad del ingreso, a través de tensiones sociales, turbulencias políticas e incluso conflictos violentos. De hecho, algunos de los últimos tumultos políticos (como el Brexit y la victoria de Trump) se han originado en parte en un exceso de desigualdad.

Tercero, la sostenibilidad ambiental no es una opción. A nivel nacional, el crecimiento del ingreso a costa de dañar el medio ambiente es insostenible y, por tanto, inaceptable. A nivel global, el cambio climático representa una amenaza a la salud, los sustentos y los hábitats. Es imperativo que las políticas de adaptación y mitigación del cambio climático sean parte integral, y no un añadido, de la política de desarrollo tanto en el nivel nacional como el internacional.

Cuarto, tiene que haber un equilibrio entre mercado, estado y comunidad. Los mercados son fundamentalmente instituciones sociales y precisan de normas para asignar los recursos con eficiencia. En el último cuarto de siglo, la subregulación de los mercados ha sido la principal causa de muchos resultados económicos adversos, como la crisis financiera de 2008 y niveles insostenibles de desigualdad.

Tanto como para los mercados como los actores que no lo son, el estado es indispensable para una regulación eficaz. Por su parte, las instituciones de la sociedad civil con esenciales para que el estado funcione con eficiencia y justicia.

Quinto, para la estabilidad macroeconómica se necesita flexibilidad en las políticas. Tradicionalmente, la asesoría política tradicional fetichizaba el equilibrio presupuestario, algunas veces en detrimento de la estabilidad macroeconómica. Un mejor enfoque sería considerar los equilibrios fiscal y externo como limitantes en el mediano plazo. De esta manera, el estímulo fiscal, como por ejemplo la inversión pública, puede ayudar a dar vigor a las economías más lentas y sentar las bases para el crecimiento en el mayor plazo. La clave es asegurar que la deuda pública y las presiones inflacionarias se manejen bien en tiempos de prosperidad.

Sexto, es necesario prestar especial atención al impacto del cambio tecnológico sobre la desigualdad. Los últimos avances tecnológicos han desplazado la mano de obra, elevando la proporción del capital en el ingreso y, en consecuencia, el nivel de desigualdad. Después de todo, la automatización permite a las compañías gastar menos en salarios, mejorando significativamente las utilidades de los accionistas.

Lamentablemente, lo que es en esencial un problema de trabajo frente a capital se ha presentado con frecuencia como uno de trabajo frente a trabajo, y en las economías avanzadas algunos señalan que los países en desarrollo están robando sus empleos. Esto ha contribuido al rechazo del libre comercio y a llamadas a adoptar medidas proteccionistas. Sin embargo, lo que en verdad se necesita es mejorar el capital humano, adaptar y mejorar los instrumentos de redistribución del ingreso, y promover la igualdad en los ingresos de mercado, lo que incluye mejorar el poder negociador de los trabajadores.

Séptimo, las normas sociales, los valores y las mentalidades afectan el desempeño económico. Una economía funciona mejor cuando hay confianza entre las personas. Las normas sociales también pueden ayudar a reducir la corrupción y fomentar prácticas justas. Por tanto, la sociedad civil y los gobiernos deberían promover valores y normas favorables.

Octavo, la comunidad internacional tiene un papel importante que desempeñar. Las fuerzas globales y las políticas nacionales crean situaciones externas que limitan las opciones de políticas. Tal vez el ejemplo del que más se ha hablado recientemente es el impacto de las políticas monetarias de los países avanzados sobre los flujos de capitales entrantes y salientes de las economías emergentes. Otros ejemplos son las restricciones migratorias, las políticas de comercio y las regulaciones a los paraísos tributarios.

Solo las instituciones internacionales pueden gestionar las externalidades creadas por estas políticas. La clave para asegurar que lo hagan de manera justa y eficaz es dar más voz a los países en desarrollo que forman parte de ellas.

Ahora que 2016 tocó a su fin, también deberían hacerlo los antiguos modos de pensamiento económico que han causado tantos problemas económicos y generado tanta agitación. El desarrollo económico alcanzado en el pasado, junto con  los avances en el pensamiento económico, nos han dado una importante visión de lo que funciona y lo que no. Ese conocimiento debería ser central para el nuevo enfoque sobre el desarrollo que el mundo necesita.

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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
En este artículo también colaboraron Kaushik Basu, François Bourguignon y Justin Yifu Lin
Kaushik Basu, ex economista en jefe del Banco Mundial, es Profesor de Economía de la Universidad de Cornell.  François Bourguignon, ex economista principal del Banco Mundial, es Profesor Emérito de Economía de la Escuela de Economía de París. Justin Yifu Lin, ex economista en jefe del Banco Mundial, es profesor de la Universidad de Pekín. Joseph E. Stiglitz, ex economista en jefe del Banco Mundial, es Profesor de la Universidad de Columbia.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org

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Joseph E. Stiglitz

Joseph E. Stiglitz

Economista y profesor estadounidense. Recibió la Medalla John Bates Clark y fue laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. Desde 2005 dirige el Instituto Brooks para la Pobreza Mundial, de la Universidad de Mánchester.

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