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Periódicos, desertificación y falta de agua

El anunciado obituario sobre los periódicos impresos, la destrucción de los bosques y las amenazas a los recursos hídricos nacionales

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Insisto que aquí, amigo, todo se seca.
y no vive nada, ni nadie. Solo en el potrero brilla
la calavera blanca de una vaca muerta/ bajo el sol
y que mira por un hueco: / el pasto seco/
a la hormiga seca, / al río seco, / reseco.
Oda al verano en los llanos de Chontales
Guillermo Rothschuh Tablada.

I


Durante dos semanas me pasé guardando los ejemplares leídos de La Prensa y Novedades con la intención de conseguir unos buenos chambulines. Un mes atrás descubrí entusiasmado que me había encontrado una mina de cobre. Mi madre me dijo te los regalo, ahora buscá dónde venderlos. Salí averiguar quién me los compraba. El papel de revistas, diarios y periódicos tenía y sigue teniendo múltiples usos: envolver, limpiar y embalar. También puede reusarse y reciclarse. En los primeros lugares que indagué fue en ventas y pulperías. El mejor precio me lo ofreció doña Miriam Cerrato de Téllez. Treinta centavos de córdoba por libra. En casa ya no quería que los ocuparan en nada. Ejemplar leído ejemplar guardado. Cada quince días los arpillaba y amarraba en el asiento trasero de mi bicicleta. Mis lecturas predilectas se reducían a sus páginas deportivas, sobre todo cuando se jugaba la Liga de Beisbol Profesional y los muñequitos: El Fantasma, Tarzán, Lorenzo y Pepita, La Pequeña Lulú, Roy Rogers y El Llanero Solitario. Me divertía leerlos.

Los córdobas ganados —de tres a seis nunca más— lo traducía de inmediato al número de raspados que podría comprarle a don Gonzalo Romero, los vasos de refrescos que podía tomarme en la glorieta de doña Clotilde Zelaya, los pastelitos, donas o repollos que podía consumir donde la Mama Guicha, el número de empanadillas y biscotelas que podía adquirir donde las Sánchez o doña Aura Benavente o las tajadas con queso que podía comer donde la Anita Andino. No tenía ni la más remota idea que el papel constituía el porcentaje más alto en los costos de impresión de periódicos y diarios. Mi interés estaba centrado en saber que tenía garantizado el consumo de mis más apetecidas delicias. Una práctica que no he podido desterrar. Cuando gané mis primeros treinta córdobas por la publicación de unos poemas en La Prensa Literaria celebré el acontecimiento yéndome directo al Eskimo —esquina opuesta al cine Salazar— para comprarme una Banana Split. Son exquisiteces a las que no puedo renunciar. Cada cierto tiempo vuelvo a degustarlas.

Goodbye Guttemberg (1981) de Anthony Smith, un réquiem en el misal de quienes desde hace rato escriben el obituario sobre una muerte que todavía no llega a diarios y periódicos. Una temprana clarinada ante la nueva época que se abría frente a nuestros ojos. El 70% de los costos de impresión se debe al uso del papel. El papel se extrae de la madera. El 30% restante al pago de periodistas y otros gastos directos o indirectos. El dato lo ofrecen de manera gratuita los miembros de la Compañía Periodística Nacional de los Estados Unidos Mexicanos. Para enfrentar el desastre prescriben el uso de los adelantos tecnológicos. La eliminación de árboles encarece el papel. En Nicaragua la pérdida de bosques por razones de incendio fueron 4 veces superiores en el año 2013 con relación a 2012. Las cifras son desalentadoras. “Nicaragua está perdiendo tierras y bosques agrícolas a un ritmo promedio de 133 hectáreas por día principalmente por causas de incendios forestales”, advirtió en una entrevista a Efe el vice ministro del Ambiente y Recursos Naturales (Marena) Roberto Araquistain.

II

Los datos recogidos por El 19 Digital —medio oficial del gobierno— cierran espacio a la duda. El diagnóstico resulta letal: “La mayoría son incendios que se causan para la limpieza de la tierra para los cultivos, y lo hacen de tan mala manera que el (fuego) no se detiene en el área que quieren limpiar sino que se pasa a bosques y tierras vecinas”. A esta desgracia sumémosle el arboricidio sistemático en las áreas protegidas y tendremos una visión más o menos completa del drama. Los chontaleños son señalados de ser abanderados de estás dos malas prácticas. Son pioneros en la expansión de la frontera agrícola. Amantes de los pastizales tumban los árboles, extraen la madera y una vez logrado el propósito, venden las parcelas convertidas en fincas aptas para la ganadería. Este proceso inmisericorde ha sido bautizado como chontaleñización. Para mediados de los noventa del siglo pasado los efectos de este fenómeno ya eran devastadores.

Jaime Incer Barquero, infatigable defensor del bosque y mantos acuíferos, vocero oficioso e insumiso, encendió la luz roja desde los setenta. En 1996 constató “la incontrolable destrucción del bosque causada por el avance de la frontera agrícola y la chontaleñización pecuaria de la Costa Atlántica están acabando con sus recursos forestales. Las vacas pronto desplazaran aquellas dantas y jaguares que descubrió Archie Carr cuando Wawashán era todavía un paraíso escondido”. (NICARAGUA: Un anecdotario de Memorias y Vivencias, Invercasa, 2015, página 184). El desangre ecológico conduce a que “Nicaragua pierda su gran potencial forestal, de mayor demanda en el mercado internacional que cualquier producto de los que tradicionalmente se cultivan en la región”. (Op. citada, p 234). La situación hoy es más crítica y perentoria. Los pobladores que habitan los cuatro puntos cardinales del país claman una detente. Nada parece contener la voracidad de los madereros y el afán de hacer potreros. La otra cara del infortunio son las quemas sistemáticas.

La gran mayoría de los finqueros —con las contadas excepciones de quienes han modernizado sus prácticas— prefiere recurrir a las quemas. No son proclives a introducir formas de explotación más rentables y provechosas. El argumento al que recurren es de una enorme pobreza mental. Sostienen que resulta más barato pagar las multas que impone el Marena que pagar a los trabajadores para que se encarguen de hacer las chapodas y dar mantenimiento a los potreros. Ni siquiera se detienen a reparar en los beneficios evidentes de quienes han tecnificado su proceso productivo y mejorado los hatos ganaderos. Siguen empobreciendo las tierras. Tumban bosques incluso dónde jamás debieron hacerlo. ¿Será que no saben que las aguas bajan de los cerros? El ejemplo más deplorable fue la decisión tomada por el dueño de la finca aledaña al puente Santa Rosa, junto al empalme a Comalapa, que con tal de ganar un poco de espacio echó abajo los árboles. La quebrada ahora se seca apenas asoma el verano. Ya no corre como antes durante todo el año.

La grita ante las inclemencias provocadas por El Niño sería menos trágica si adoptaran otro comportamiento. Las tolvaneras en León generan enfermedades. Con el anuncio que hicieron de volver a sembrar algodón dejaron claro que no habían aprendido las lecciones amargas derivadas de su cultivo. Los medios de comunicación, diarios, radioemisoras y estaciones televisivas, tienen meses de evidenciar la falta de agua a lo largo y ancho del país. Los ríos se han secado. Los chontaleños que antes se ufanaban de las pozas de agua dulce donde mitigaban los calores de Semana Santa, desaparecieron por obra y gracia de su codicia. En Comalapa están preocupados porque el río está seco, reseco. En el año 2006 los alcaldes de La Libertad, San Pedro de Lóvago, Santo Tomás y Villa San Francisco se vieron obligados a crear unidades ambientales para hacer frente a la contaminación del rio Mico. Diez años después, ¿dónde están resultados? La carencia de agua se ha empeorado y la explotación minera funciona como agravante.

III

En Juigalpa, el Mayales vive estertores irreversibles. El río pareciera agotado. El río Cuisalá que pasa en la zona noroeste de Juigalpa se secó en varios trechos por primera vez este 2016. Los habitantes aledaños a la quebrada Cofradía viven iguales pesadillas. En la finca de don Ronald Bendaña Castrillo, el río Cuisalá se secó —para su perplejidad— en diversos trayectos. Radio Centro (870 A.M.) informó el 19 de febrero que la quebrada de Carca está a punto de desaparecer. Una quebrada menos se une a esta tragedia. Con deje nostálgico, el periodista Marvin Miranda, reporta su agonía. “Los más perjudicados con el colapso de esta famosa quebrada son los habitantes de la comarca Piedras Grandes No 1, quienes utilizaban esa fuente para bañarse, lavar su ropa y el brebaje del ganado”. El lamento de los chontaleños se suma a la desesperación que cunde entre los nicaragüenses. La crisis no parece amainar.

Las alarmas también sonaron en los entresijos del poder, Itzamna Úbeda Co-Directora Ejecutiva del Instituto Nicaraguense de Estudios Territoriales (Ineter), declaró en 2015, que el cambio climático había provocado la pérdida de 560 mil manzanas de granos en el período 2005-2010. La depresión tropical 12-E en octubre de 2011 afectó a 148 mil 530 personas y provocó 6 muertes. Los fenómenos Niño-Niña provocaron pérdidas en la cosecha de postrera (Tormenta STAN-octubre 2005). En 2007 los daños fueron por exceso de humedad y en 2008 el país vivió los rigores de las inundaciones; en 2010 los cultivos se vieron otra vez averiados por las lluvias. El Niño ocasionó pérdidas por sequía en 2006 y en su transición en 2007 sequía en la siembra primera y déficit de lluvias en junio y julio. En 2009 los efectos fueron en la cosecha de postrera. ¡Hay que parar este viaje en picada! La contundencia de los datos debería servir como disuasivo. La sociedad nicaraguense necesita desarrollar esfuerzos conjuntos. El problema es de todos.

Se requiere cambios de hábitos y el impulso de iniciativas más eficaces. Mientras los ganaderos persistan en su actitud, continuaremos precipitándonos al abismo. El precio internacional de la madera abrió el apetito de los finqueros de manera desmesurada y la quema de los potreros tiene efectos adversos. Ciertos despistados preguntan en qué consiste el cambio climático. No quieren comprender que dos veranos consecutivos y lluvias recurrentes en meses que nunca había llovido, más la acción depredadora, forman parte de este fenómeno. El despale y las quemas producen desertificación y falta de agua. Gobierno y ciudadanía deberían asumir y poner en práctica los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS). Menos mal que las transformaciones tecnológicas son un formidable sucedáneo para la sobrevivencia y expansión de los medios impresos. Mientras tanto, evoco aquellos días que encajado en mi bicicleta llevaba a vender La Prensa y Novedades donde doña Miriam Cerrato de Téllez, para ganarme tres o cinco córdobas que volvían feliz mi existencia.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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