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El peligroso juego de quién se arrepiente primero

Ni Trump ni Kim tienen el capital político necesario para impulsar un tránsito desde las amenazas militares hacia las soluciones diplomáticas

Ni Trump ni Kim parecen contar con el capital político necesario para impulsar un tránsito desde las amenazas militares hacia las soluciones diplomáticas

Yoon Young-kwan

17 de agosto 2017

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SEÚL – La guerra entre el presidente estadounidense Donald Trump y el dictador norcoreano Kim Jong-un por el programa nuclear de este último se ha librado hasta el momento solo con palabras. Pero cada vuelta de tuerca retórica aumenta el riesgo de que, parafraseando a Winston Churchill, el “mucho hablar” se convierta en “guerra abierta”.

Tras la segunda prueba de un misil balístico intercontinental de Corea del Norte de este verano, en el último mes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acordó por unanimidad imponer al pequeño país nuevas sanciones, aún más estrictas. Sus medios de comunicación estatales difundieron la respuesta: prometiendo que “se emprenderán sin dudarlo medidas estratégicas y acciones físicas con la movilización de todo el poder nacional [de Corea del Norte]”.


Al día siguiente, Trump se salió del guión y sostuvo que se respondería a las nuevas intimidaciones de Corea del Norte con “fuego y furia como el mundo nunca ha visto”. Inmediatamente el país asiático hizo justamente eso, amenazando con emprender un ataque “envolvente” sobre el territorio estadounidense de Guam. Trump replicó que su ejército está “completamente listo”.

En efecto, al ir avanzando este intercambio de fuego retórico, Estados Unidos habría estado preparando opciones militares para atacar a Corea del Norte. Según un informe confidencial de la inteligencia estadounidense, este país ha logrado miniaturizar ojivas nucleares y puede tener hasta 60 bombas. Aumentan las apuestas en el juego de quién se arrepiente primero entre Kim y Trump.

Resulta poco probable que Corea del Norte o Estados Unidos realmente deseen la guerra. Sin embargo, como concluyó el fallecido historiador inglés A.J.P. Taylor después de haber estudiado ocho grandes guerras desde finales del siglo XVIII, estos conflictos a menudo han “surgido más de la aprensión que de un deseo de guerra o de conquista”.

Según Taylor, muchas guerras europeas “fueron iniciadas por una potencia amenazada que no tenía nada que ganar y mucho que perder con la guerra”. Si Taylor estuviera vivo para presenciar la situación actual (caracterizada por errores de percepción que aumentan los temores, errores de cálculo y las reacciones exageradas) sin duda sentiría un alarmante déjà vu. La pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿qué se puede hacer para evitar la catástrofe?

Para comenzar, tanto Estados Unidos como Corea del Norte tendrán que evitar arrinconarse mutuamente. Durante la crisis de los misiles de Cuba de 1962, el presidente John F. Kennedy se mantuvo firme en su postura de no permitir los misiles soviéticos en la isla. Pero él sabía que no era suficiente con una completa victoria estadounidense y una total derrota soviética.

Kennedy ofreció un acuerdo que protegería la reputación del líder soviético Nikita Khrushchev ante los halcones del Kremlin: Estados Unidos retiraría sus misiles de Turquía (que ya eran innecesarios) a cambio de la retirada de los misiles soviéticos de Cuba. Esta aproximación pragmática y valiente creó el espacio necesario para que ambos líderes (ninguno de los cuales quería realmente una guerra nuclear) se alejaran del abismo sin dañar su prestigio.

Para lograr un final pacífico de la actual crisis, Kim deberá rebajar su hostilidad. Para que esto ocurra, sin embargo, el gobierno de Trump tiene que demostrar claramente que no busca un cambio de régimen, sino un cambio de política en Corea del Norte. Es decir, su desnuclearización.

Desafortunadamente, las señales que provienen de Estados Unidos son todavía dispares. Mientras el secretario de Estado Rex Tillerson centró en la diplomacia sus recientes declaraciones sobre la crisis, el director de la CIA Mike Pompeo mencionó un cambio de régimen, en tanto que el asesor de Seguridad Nacional H.R. McMaster planteó la posibilidad de una guerra preventiva.

Si bien es importante presionar a Kim para llevarlo a la mesa de negociación, esta presión debe calibrarse más cuidadosamente. Si Estados Unidos da la impresión de buscar un cambio de régimen o una guerra preventiva, será más probable que un Kim despavorido reparta golpes a diestro y siniestro. El objetivo debe ser relativo, no absoluto, procurando seguridad para ambas partes.

Resulta crucial para este objetivo mantener un riguroso control civil de los militares. La Primera Guerra Mundial estalló en gran medida por la militarización del proceso de toma de decisiones políticas. Al no desactivar el piloto automático de los procesos nacionales de movilización militar, los líderes políticos europeos permitieron que se produjera una reacción internacional en cadena. No quedaba mucho espacio para la diplomacia una vez desencadenado el proceso hacia la guerra.

Sin embargo, lejos de crear espacio para la diplomacia, el asesor de Trump Sebastian Gorka recientemente dijo a la prensa que “la idea de que el secretario Tillerson trate asuntos militares es simplemente absurda”. Pero ¿por qué el máximo diplomático estadounidense no habría de tener una influencia significativa sobre los asuntos militares? De no cambiar pronto esta situación, como escribió el entonces primer ministro británico David Lloyd George sobre la Primera Guerra Mundial, podríamos “[liarnos] en la guerra” una vez más.

Los líderes políticos surcoreanos también deben evitar caer en esta creciente retórica de guerra. Su ejército endureció las reglas de combate después del hundimiento del buque de guerra Cheonan y el bombardeo de la isla de Yeonpyeong por parte de Corea del Norte en 2010. Los líderes militares surcoreanos advierten hoy en día de que si este país ataca de nuevo, enfrentará represalias no solo contra la fuente de los ataques, sino también contra su cúpula de mando. Al igual que las amenazas de Trump, esta política pretende disuadir a Corea del Norte, pero es más probable que provoque una rápida escalada del conflicto.

China también debe desempeñar un papel fundamental. El 10 de junio de 1994, en el momento culminante de la primera crisis nuclear norcoreana, este país informó a Kim Jong-il (padre de Kim) que no seguiría vetando las sanciones de Naciones Unidas a Corea del Norte, lo que provocó que el viejo Kim adoptara una posición menos antagónica. Actualmente China podría estar utilizando una táctica similar: a través de sus medios estatales declara públicamente que Corea del Norte no debería contar con su apoyo en un conflicto militar generado por sí mismo.

Ni Trump ni Kim parecen contar con el capital político necesario para impulsar un tránsito desde las amenazas militares hacia las soluciones diplomáticas. Teniendo en cuenta el gran alcance de los riesgos que entraña esta crisis que se intensifica rápidamente, quizás sea el momento de que otros actores tomen la iniciativa. ¿Actuará China como el estabilizador regional, papel que tan a menudo se otorga a sí misma? La crisis está poniendo a prueba tanto al presidente Xi Jinping como a Trump y Kim.

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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Yoon Young-kwan fue ministro de Relaciones Exteriores de la República de Corea y ahora es profesor emérito de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Seúl.

Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org


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