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Los campesinos

Los campesinos, en camiones que trasladan ganado, asoleados, desvelados y cansados, nos dan a todos una lección de dignidad

Marcha campesina

Oficialismo organiza contramarcha el mismo día que campesinos se manifiestan contra el Canal concesionado por Ortega al chino Wang Jing.

Carlos Salinas Maldonado

28 de octubre 2015

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De dos en dos,
de diez en diez,
de cien en cien,
de mil en mil,
descalzos van los campesinos
con la chamarra y el fusil
Pablo Antonio Cuadra

Francisca Ramírez, una de las líderes del movimiento campesino contra el proyecto del Canal Interoceánico, llegó el martes hasta donde centenares de personas la esperaban en la Carretera Norte de Managua para demostrar que, pese a los impedimentos y obstáculos impuestos por el gobierno del presidente Daniel Ortega, ella y miles de campesinos mantenían su compromiso de denunciar lo que consideran injusto: una ley, la 840, que no sólo entrega la soberanía del país a un empresario chino, sino que deja en el limbo a miles de habitantes de la zona que cruzaría el Canal, que perderían sus tierras y serían desplazados por un Gobierno que entregó la concesión canalera sin consultas a la sociedad. “Estamos aquí para defender nuestras tierras”, dijo la mujer coraje, una productora que seguramente nunca pensó estar a la cabeza de un movimiento campesino acallado desde hacía décadas.


La marcha de este martes es un llamado de atención para aquellos quienes consideran que la concesión del Canal no les afecta. Se trata de una concesión nociva para el país, que pone en riesgo a cientos de miles de nicaragüenses que habitan en la zona canalera, pero también valiosos recursos naturales y que compromete el futuro de Nicaragua. El comandante Ortega, hinchado de un discurso soberanista que en los hechos no practica, entregó al empresario chino Wang Jing una carta blanca para expropiar cualquier zona del país que él considere necesaria para el desarrollo del proyecto canalero. La concesión dura cien años. Nicaragua convertida por el viejo guerrillero que luchó contra los desmanes del somocismo en un enclave chino donde las decisiones se tomarán desde Pekín o desde los pasillos de la bolsa de Shanghái.

La marcha del martes no sólo es una muestra de valentía por parte de los miles de campesinos que desafiaron la represión, los obstáculos y las amenazas de las turbas oficialistas, sino una clase magistral de entrega, amor patrio y compromiso para aquel que, sin escrúpulos, ha demostrado con creces que antepone sus intereses económicos y sus ambiciones personales a los intereses de la nación. Los campesinos no solo han dado la cara, sino que han demostrado que están dispuestos a dar la sangre por el país. Ya lo hicieron antes en capítulos tristes de nuestra historia nacional que no deberían volver a repetirse. Al movilizar a miles de sus simpatizantes, centenares de antimotines y sus fuerzas de choque, Ortega y su esposa –primera ministra de hecho– han dejado claro lo que buscan: la confrontación y el odio. En las acciones sepultan su discurso de amor, paz y reconciliación.

Los campesinos, en camiones en los que se traslada el ganado, asoleados, desvelados y cansados, nos dan a todos una lección de dignidad y de lucha por la justicia. El verdadero amor por el país lo demostraron el martes marchando en Managua mientras miles de capitalinos –entregados en nuestra cotidianidad– dábamos la espalda a su clamor. De dos en dos, de diez en diez, de cien en cien, de mil en mil marcharon este martes y nos recordaron que solo en la movilización ciudadana pacífica está la clave del cambio. Los campesinos –el rancho abandonado, la milpa sola, el frijolar quemado–, son los que ayer nos dijeron que hay un país, y una república, por los que hay que luchar.


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