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Literatura y libertad

No se puede exigir a nadie que se convierta en héroe, pero se espera de cualquiera que goza de libertad que defienda sus principios

Josef Haslinger

9 de septiembre 2015

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Muchas veces se ha dicho y se dice que la literatura necesita libertad. Uno podría dudar de eso. Después de todo, los escritores pueden crear grandes obras bajo las dictaduras. Además, los autores que quieren ser tomados en serio no dejarán que nadie les impida de escribir lo que quieren escribir. Para todos los fines, esto es una idea fundamental de ser escritor. Haber escrito algo significa que es parte de uno. El que escribe se proclama. Escribir is confesar. Sea esto directamente o indirectamente a través de las historias el escritor cuenta o por la manera cómo formula, como narra lo que cuenta.

El autor es una persona capaz de transformar sus pensamientos e ideas al lenguaje, preservándolos de esta manera. El lector, por su parte, es una persona capaz de comprender los símbolos del lenguaje y reconvertirlos a ideas sin la necesidad de encontrar al autor personalmente. Así que los actos de escribir y leer son actos mágicos. Transforman la imaginación y las ideas a símbolos y los símbolos a ideas e imaginación. Los intentos de censura no existen porque el escritor tuviera acaso un poder subversivo sui géneris, por mérito propio, existen por este acto mágico que convierten al lector en cómplices del escritor.


Cada autor piensa en cómo el libro que está en proceso de escribir podría ser recibido. Para algunos autores, podría ser un asunto inofensivo en relación al entendimiento, a la comprensión de los lectores. Para otros, puede darse además la preocupación sobre las consecuencias que podrían enfrentar por lo que han escrito. En relación a esto, hay grandes diferencias entre los países. En Alemania, por ejemplo, ningún autor enfrentaría consecuencias legales, penales, por arengar en contra del nacionalismo alemán, pero sí podría ser procesado si niega las víctimas del nacionalismo alemán. En Turquía, por el otro lado, sigue siendo riesgoso escribir sobre el genocidio de los Armenios.

No se le puede exigir a nadie que se convierta en héroe, sin embargo, se le puede esperar a cualquiera que goza de libertad de expresión que defienda sus principios y que apoye a sus colegas perseguidos. Entre los 144 centros del Pen-Club a nivel mundial, esto no sólo se puede esperar – los miembros incluso se han comprometido a hacerlo. Se han comprometido “a oponerse a cualquier forma de represión de la libertad de expresión en el país y la comunidad a los que pertenecen, como también a nivel nivel mundial donde quiera que sea posible”.

Una sociedad autoritaria no puede impedir a nadie que escriba lo que quiera, pero puede interferir en la difusión libre de sus textos. Como las distintas opciones digitales de publicar son difíciles a controlar, las medidas de censura en su sentido clásico son cada vez más complicadas a llevar a cabo. Pero los poderes que así quieran tienen sus maneras de realizar sus objetivos. Si no pueden impedir la publicación, investigan las direcciones IP de computadoras, lap tops y celulares y hacen desaparecer a los autores en vez de sus publicaciones. Eso pone a los escritores de novelas en el mismo barco con periodistas y blogueros.

Ciertamente no es ninguna casualidad que en países como China, Corea del Norte, Viet Nam y Turquía, últimamente se han encarcelado más y más blogueros, es decir autores que no han publicado libros y cuyos nombres nunca han salido impresos al final de un artículo de periódico, gente cuyas actividades publicistas se han limitado estrictamente al Internet. Son incluso una presa más fácil para las autoridades del estado que los autores que se han hecho conocer internacionalmente con sus libros, ya que un nombre conocido también facilita un cierto grado de protección.

Un alarmante desarrollo nuevo es que algunos países que siempre se habían presentado como guardianes de la libertad de expresión ahora se han convertido en los que controlan en mundo digital entero a través técnicas sofisticadas de vigilancia. Como Edward Snowden reveló hace un par de años, han desarrollado una capacidad de vigilancia con la que los dictadores de antaño sólo podían soñar. Aunque los efectos de esa vigilancia masiva no se han hecho notar todavía por la mayoría de la gente, son el comienzo de un cambio en el clima cultural en el que nuevas formas de intimidación y autocensura se nos vienen encima. El derecho humano a la privacidad está en riesgo. Si esta tendencia es permitida continuar sin ser frenada, significa que todo lo que una persona dice o escribe en privado puede ser grabado y usado para cualquier tipo de extorsión o chantaje. Sólo sería un asunto de quién tiene acceso a los datos y para qué intereses estos datos pueden ser aprovechados.

Si se les persigue y encarcela a las personas por sus ideas, los derechos humanos claramente están siendo suprimidas. Pero también son suprimidas si las personas están sometidas a una vigilancia constante. El derecho humano a la libertad de expresión es un requerimiento fundamental para una sociedad libre. Pero se puede sentir uno reamente libre si puede decir oficialmente todo lo que quiere, mientras todo lo que dice y escribe en privado, lo que come y bebe, los libros que lee, la música que escucha y las películas que ve están siendo admonitoreadas? La libertad y el derecho a una esfera protegida de intimidad y privacidad van de la mano, sino, el mundo se convertiría en una cárcel inmensa y nosotros todos empezamos a depender de la buena voluntad y liberalidad de los que monitorean esta cárcel en cualquier momento dado.

Por naturaleza, cada persona es protegida por dos tipos de piel. Una de ellas es visible para todos. Si es violada, la persona sufre y sangra. Todo el mundo entiende con facilidad que la integridad del cuerpo humano es un derecho humano fundamental y tiene que ser protegido como tal. Y de hecho hay muchas leyes y organizaciones responsables de proteger el cuerpo humano. Pero las personas tienen una segunda piel invisible. Es la piel que protege nuestra alma, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestra personalidad interior. Esa piel también tiene un derecho a la integridad, a no ser violada.

La vigilancia masiva intenta perforar nuestras segunda piel, de espiar y exponer nuestra médula. Gobiernos y corporaciones recogen las huellas que la gente deja en la internet y las redes digitales y las filtran bajo ciertos criterios. Cálculos de probabilidad, perfiles de conducta y simulaciones de computadora reemplazan a la persona real. No solamente en los ojos de los demás sino también en la propia mente, uno cae en la trampa de su propio perfil digital. Empieza con que uno compra cosas que nunca había pensado comprar y termina con que se le arresta a uno antes de haber cometido un crimen.

La vigilancia masiva es un ataque preventivo contra la libertad, y siempre se ha considerado como tal en las dictaduras. ¿Porque va a ser diferente en las sociedades democráticas? La vigilancia masiva promueve un clima de autocensura y miedo. No sólo para el escritor, sino para todas las personas. La vigilancia corrompe la independencia de la manera de pensar, presiona para que se siga el mainstream, la corriente principal.

La literatura, así lo vieron los fundadores del PEN-Club cuando el humo de los campos de batalla de la I Guerra Mundial se hubo levantado, debe promover un mundo de seres humanos libres, un mundo en donde el tono no se define por intereses nacionales e ideologías, sino por los derechos de ciudadanos libres, por derechos humanos. Estamos muy lejos de un mundo así. Yo estoy convencido que la literatura sigue teniendo el poder de alentar a los seres humanos a tomar su suerte en sus propias manos. El acto mágico de escribir y leer demuestra que el mundo no se un sistema estático, inamovible, sino que puede ser representado, negociado, interpretado y cambiado.

El poder de la literatura, tan temido por los gobernantes que siempre han desarrollado estrategias para mantener a los escritores en la docilidad, o por medio de la lisonja y el apoyo o por la amenaza de la censura, ese poder proverbial de la literatura tiene su origen en el hecho que la escritura literaria demuestra el ejercicio de la libertad. Como para ningún género del arte, tampoco hay una receta para la buena literatura. Pero hay una cierta precondición que puede ser afirmada: La literatura requiere de una mente dedicada a usar el lenguaje independientemente de modelos y patrones prescritos. Requiere de una mente obsesionada de mantener en alto un sentido de libertad.

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Josef Haslinger es presidente del PEN de Alemania.
Texto leído durante el conversatorio "Libertad bajo fianza", organizado por PEN-Nicaragua.


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