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Las redes y la tolerancia

Las redes están llamadas a contribuir de la mejor manera a superar los índices históricos de intolerancia acumulada

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I. Los traumas persisten

 


 

Existen diversas maneras de comprobar que la tempestad sociopolítica no ha amainado. Una de las formas de verificarlo es a través de las manifestaciones de intolerancia en las redes sociales, las detenciones de periodistas y el ocupamiento de instalaciones de los medios. En las redes no hay tregua para ninguno de los bandos en pugna. Las emociones se desbordan. Cuando los hechos contradicen las afirmaciones de los gobernantes no hay forma de aquietar el sentimiento ciudadano. La persistencia de la intolerancia sigue siendo abonada por la clase política. Un mal enraizado en nuestra historia contemporánea. Es su principal promotor y causante.

Durante el cotejo electoral del 25 de febrero de 1990 —especie de referéndum nacional— los muros que cercaban lo que habían sido las instalaciones del antiguo hospital El Retiro amanecían todos los días cargadas de propaganda y contrapropaganda. No habían terminado los sandinistas de poner sus consignas cuando eran sustituidas por los seguidores de la Unión Nacional Opositora (UNO). En ese entonces critiqué públicamente la falta de tolerancia de ambas fuerzas políticas. No olvido el comentario a mis afirmaciones de Luis Sánchez Sancho. Era preferible que los nicaragüenses debatieran en los muros que se continuaran matando.

Mi cuestionamiento obedecía a una lección aprendida de los lingüistas: uno actúa como piensa. En ese momento los afectos estaban profundamente divididos. Cualquier llamado encaminado a una verdadera reconciliación entre la familia nicaragüense debía ser bienvenido. Estudios posteriores realizados por la sicóloga Martha Cabrera demostraron que las heridas infligidas por la guerra habían provocado profundas cicatrices en la siquis de los nicaragüenses. No han tenido oportunidad de sanar sus traumas. Todavía persisten. Una prolongación de consecuencias insospechadas, malestar en carne viva. Atravesamos un momento similar.

Mi intención ayer como ahora es llamar la atención sobre la necesidad de aprender a debatir sin necesidad de llegar al insulto. Las agresiones simbólicas suscitan rencores y son capaces de generar animadversión. Existiendo suficiente espacio para que los seguidores del FSLN y de la UNO pudiesen volcar sus preferencias políticas era inadmisible que optasen por suprimir de un tajo las expresiones de apoyo de uno y otro bando. Este ha sido un recurso que lejos de haberse agotado siguen echando mano los dirigentes políticos. El anacronismo político se expresó y sobrevivió en las elecciones más recientes. En las votaciones de 2006, 2011 y 2016 se manifestó igual.

II. Nada ha vuelto a ser igual

 

 

El salto de calidad ocurrió a partir del ingreso y expansión geométrica de las redes sociales. Su inevitable uso político desbordó cauces y fronteras. El aumento de su utilización ha sido palpable durante los ocho meses de enfrentamiento entre el gobierno del presidente Ortega y buena parte de los nicaragüenses. Los usuarios realizaron una copia fiel de lo acontecido en otras latitudes. Manuel Castells, el inevitable, estudió el fenómeno en su libro, Redes de indignación y esperanza, Los movimientos sociales en la era de internet, (Alianza Editorial, 2012). Un texto abierto al aprendizaje de experiencias exitosas y fallidas en distintas partes del mundo.

Jóvenes provenientes de diferentes estratos sociales demostraron lo bien que sabían usar las redes en sus manifestaciones de apoyo a las personas de la tercera edad. #ocupaINNS fue su sello de identidad y lo sigue siendo para quienes sufrieron agresión, robo y acoso de parte de los miembros de la Juventud Sandinista, el sábado 22 de junio de 2013 por la madrugada. Las redes fueron copadas por expresar solidaridad tanto a las personas de la tercera edad como para los jóvenes agredidos a vista y paciencia de la Policía Nacional. La primera prueba de ductilidad y eficacia con que podían ser utilizadas las redes sociales se quedó para siempre.

Razones estructurales favorecen su uso, el 63% de los nicaragüenses tiene menos de treinta y cinco años de edad. Después de esta expresión solidaridad los jóvenes continuaron viéndose como apáticos e incapaces de manifestar preocupación por el destino inmediato del país. Por eso sigue repitiéndose que lo ocurrido el 19 de abril —la espontaneidad, inmediatez y alcance de las protestas— sorprendió a todos, de paso a los gobernantes. Una manifestación inesperada. Los acontecimientos rebasaron con creces a la clase política. Había perplejidad y azoramiento. Una juventud acusada de apática estremecía Nicaragua por los cuatros costados. El país entraba a otra realidad.

El estallido social explosionó en las redes como granada de fragmentación. De forma acelerada la contienda escenificada inicialmente por los estudiantes universitarios se expandió en las redes y arrastró a distintos estratos sociales. El gobierno ordenó a las alcaldías sandinistas interrumpir el servicio gratuito de wifi que ofrecían en los parques de distintas ciudades. Una prueba de su contundencia, de la inevitabilidad de las redes. Entraron como un torbellino en la contienda. Con la diferencia que quienes estaban en las calles protestando eran los jóvenes. La apatía —se dijo y sigue repitiéndose— era asunto del pasado. Nada ha vuelto a ser igual.

 

III. Gobernantes no abonan a la tolerancia

 

El desborde en las redes ha venido acompañado de tergiversaciones, mentiras, acusaciones infundadas, filtraciones interesadas, hackeos, impertinencias, vaguedades, linchamientos, rectificaciones y campañas de odio en una danza sin fin. Tampoco han escapado a una escatología rampante. Lo acontecido en las redes no es más que la proyección de la intolerancia por otras vías. Los primeros en darse cuenta de lo difícil que resultaba alentar el debate en Nicaragua fueron los directores y dueños de medios. Invitados a ofrecer sus opiniones debajo de las noticias que aparecían en los medios, los lectores lanzaban dicterios y hacían referencia a todo, menos a lo informado.

No fue difícil, mucho menos complicado, comprobar que las redes estaban siendo utilizadas como dispositivos de combate. Castells había adelantado que internet era el lugar de la guerra y la paz. El problema consiste que habilitan a los usuarios a expresarse sin atenerse a ninguna norma ética. Con la salvedad que permiten el enmascaramiento. Las redes propician la impunidad como también posibilitan las expresiones más nobles. Tema que conviene reiterar. Con la particularidad que al saberse fuera del alcance legal muchos usuarios se sienten animados a ofender y propalar mentiras sin recato. Disparan a mansalva sin contemplaciones.

Hay personas que para contener la avalancha han decidido eliminar de sus cuentas a muchísimos usuarios, actitud que lejos de contribuir a mejorar el clima político, no deja de ser más que una expresión de intolerancia. Creo que la eliminación debería ocurrir solo si vierten ofensas y falsedades. De lo contrario nunca vamos avanzar. Los llamados a la moderación nunca están de más. Tenemos que esforzarnos por aprender a respetar las opiniones de los otros. Nos gusten o no. Muchas veces nos quejamos de falta de tolerancia de nuestros adversarios para al final terminar comportándonos de manera idéntica. Conviene empezar por hacer la diferencia.

En mi cuenta tengo centenares de usuarios con los que no comparto criterio, muchas de sus expresiones están dedicadas a sembrar cizaña. Nunca he eliminado a ninguno. Tampoco pienso hacerlo. Si predico la tolerancia debo ser el primero en asumir en la práctica este principio. Las redes están llamadas a contribuir de la mejor manera a superar los índices históricos de intolerancia acumulada. Creo que el camino indicado consiste en propiciar y alentar otros usos de las redes. Permitir que el otro disienta, está en su derecho. Recomendación que formulo a los gobernantes. Son alérgicos a toda forma de disidencia. Contribuyen muy poco a propiciar la tolerancia.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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