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Las horas bajas de Leopoldo López

Desde el exilio, según veo, Leopoldo López podrá compaginar la lucha política -que promete continuar- con una vida familiar

Desde el exilio

11 de noviembre 2020

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Los últimos 80 meses no han sido fáciles en la vida Leopoldo López. Errores propios, decisiones de un régimen que en ese período se fue endureciendo, capacidad en decadencia de su proyecto político para generar una transición.

Todo se resume en esta imagen: seis años después de que se declarara “la salida”, quien ha salido ha sido el líder de Voluntad Popular mientras que Nicolás Maduro luce, para ser francos, atornillado en el poder.


Sólo en una ocasión pude tener un contacto personal con Leopoldo López. Fue en medio de la ola de protestas de 2007, si mal no recuerdo. La entonces dirigente estudiantil Manuela Bolívar me planteó, y todavía no entiendo bien el por qué, que compartiera tribuna con quien entonces era un exultante líder político, en un foro realizado en la Universidad Católica Andrés Bello.

Fui, como se suele decir en el argot artístico, el telonero de Leopoldo López. El aula magna de la UCAB estaba a reventar para oír y ver a López. En aquel foro fui una especie de aguafiestas. El sentimiento colectivo era salgamos a la calle masivamente y este gobierno se cae. Yo insistía y sigo insistiendo, en que el papel del liderazgo pasaba por construir capacidades organizativas, crear instancias locales, regionales, articular la lucha política con el tejido social vasto e histórico del país.

Sigo creyendo, 13 años después, que tal como lo hizo en su momento Rómulo Betancourt, deben crearse secciones barriales y municipales de los luchadores democráticos, encontrarse de forma regular, generar acciones colegiadas y llegado el momento movilizarse de forma amplia.

No pocos dirigentes políticos asumieron la estrategia más inmediatista, aprovechar el momento y dar el salto. Ese salto al no estar acompañado de un tejido social y político orgánico, ha terminado siendo al vacío. Los políticos venezolanos visitan los barrios o los visitaban, sólo en épocas electorales.

Venezuela, según cifras recientes del Observatorio de Conflictividad Social, está atravesada por las protestas. Este mes de octubre se registró un pico de manifestaciones en prácticamente todos los estados. Tienen sin embargo dos cosas en común: el malestar social está desarticulado (cada quien sale por su lado) y las protestas están huérfanas; en esta ola de protestas sociales no hay rostros visibles del liderazgo político.

Que estemos en esta situación de orfandad no se debe sólo a la política de persecución del régimen de Nicolás Maduro, que es un asunto cierto y de cuidado. Es también, y debe decirse con claridad, fruto de un error estratégico de nuestra dirigencia, dentro de la cual una figura sobresaliente es Leopoldo López.

Nuestra dirigencia política democrática, salvo excepciones, ha apostado al putschismo, entiendo a éste no en el plano de la lucha armada, pero si la estrategia que apuntala el cambio político a través del golpe de Estado.

El ahora exiliado dirigente, me parece, luce atrapado en dicha estrategia. Lo hizo en 2014 con “la salida”, cuya explicación sobre la estrategia a seguir aún nos las deben Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma; y se repitió este esquema en abril de 2019, con los sucesos en las inmediaciones de La Carlota. Sobre estos hechos López y Juan Guaidó también nos deben el mea culpa, se trató de una estrategia inconsulta con el resto de actores políticos y desarticulada de una movilización ciudadana.

Sé que Leopoldo López ha devenido en un lector ávido. Los años en prisión o detenido en su casa o siendo un incómodo huésped de la embajada de España, le dieron tiempo para la lectura. De esto me he enterado por comentarios que he leído u oído. Esto lo saludo y espero que entre sus lecturas pueda pasearse por las experiencias históricas fallidas y exitosas de transiciones democráticas.

Desde el exilio, según veo, Leopoldo López podrá compaginar la lucha política -que promete continuar- con una vida familiar de cotidianidad con sus hijos y esposa, y eso me parece un asunto necesario, vital, sencillamente imprescindible.

Como país, en esta hora, necesitamos líderes que emocionalmente estén estables y sanos. Líderes con el alma herida, con historias familiares rotas que en posiciones de poder terminan atrapados en su oscuridad interior, con efectos sobre la sociedad que gobiernan. De esto ya tenemos una historia dolorosa, cuyas secuelas nos acompañaran por algún tiempo.

La catarata de comentarios negativos que pude leer en las redes sociales, cuando se supo que Leopoldo López había salido de Venezuela, deben verse con detenimiento. Un buen líder político debe entender cuándo y porqué está en las horas bajas. El rechazo, desconfianza y escepticismo de muchos venezolanos hacia el líder de Voluntad Popular deben ser para él una campanada de advertencia. Todo lo que le han escrito no puede despacharse eludiendo o desoyendo el malestar hecho público.

En Madrid, junto a su familia de la cual nunca debió ser separado, Leopoldo López tendrá ante sí un período decisivo para su proyecto político personal, con incidencia en el devenir nacional.

Puede perderse en el exilio y pasar a ser una figura políticamente irrelevante (tiene allí en Madrid el ejemplo de Antonio Ledezma) o efectivamente puede pasar a ser esa figura pivote, que logre aglutinar el deseo de un cambio democrático en Venezuela, una apuesta que públicamente han manifestado la mayoría de países de lo que comúnmente llamamos comunidad internacional.

*Este artículo se publicó originalmente en El Estimulo.

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Andrés Cañizález

Periodista y politólogo venezolano. Doctor en Ciencia Política por la Universidad Simón Bolívar, (Caracas). Investigador asociado de la Universidad Católica Andrés Bello. Fundador y director de Medianálisis.

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