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Las “Dictadoras” de Rosa Montero

Las mujeres de los hombres más despiadados y mentirosos de la historia universal de la infamia

Las mujeres de los hombres más despiadados y mentirosos de la historia universal de la infamia

5 de septiembre 2020

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A la escritora española y periodista consumada, especialista en entrevistas, Rosa Montero, nos referimos la semana pasada (La galería de la infamia histórica y la mentira), por su libro “Dictadoras”, con el subtítulo de “Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia.” Nos referimos entonces sobre todo a los dictadores, y hoy nos referiremos a las mujeres de los hombres más despiadados y mentirosos de la “Historia universal de la infamia”: las “Dictadoras”, en un recorrido por esa galería que no debiera de existir en Ninguna Parte. Pero que existe y está aquí. Lógico es entonces que, tal y como ofrecí, haga antes una semblanza de Rosa y su libro, para que el lector saque sus conclusiones de lo que será apenas un breve recorrido, sumamente explícito gracias a la pluma de Rosa Montero, comenzando por hablar de la autora de “Dictadoras”.

Nació en Madrid el 3 de enero de 1951. En lenguaje taurino, su padre era banderillero. A la edad de cinco años escribió la primera novela de su vida. En 1970 fue a Madrid e ingresó a la Escuela de Periodismo y comienza a publicar en diversos medios informativos y a dirigir suplementos culturales en El País, diario para el que desde 1976 trabaja de forma exclusiva. Ha sido premiada, tanto por su labor periodística, como por sus obras literarias. Su primer libro de ficción es la novela Crónica del desamor (1971). A lo largo de su vida ha hecho más de 2000 entrevistas, y sus técnicas como entrevistadora se estudian en Escuelas de Periodismo de diversas partes del mundo. Sus obras literarias han sido traducidas a una veintena de idiomas. En 1988 se casó con el periodista Pablo Lizcano (1951-2009). Este falleció en 2009, tras 21 años de matrimonio. No tuvieron hijos. Pero Rosa acaba de tener otra obra literaria. “La buena suerte” es la nueva novela de Rosa Montero, Premio Nacional de las Letras Españolas, recién publicada este 27 de agosto.


Para mayor facilidad, en este breve recorrido de dictadoras en la obra de Rosa, numeraremos a la izquierda del inicio de las tres por mí seleccionadas para nuestros lectores. Mi idea es que se relacione ese pasado siniestro con la actualidad, a sabiendas de lo difícil de recorrer por completo la galería, haciendo hincapié en las dictadoras. Resulta que, por razones de espacio, es más adecuado resaltar su entorno. En fin, que los lectores saquen sus propias conclusiones. Dije la semana pasada que este libro es una verdadera tentación, un imán para los ciudadanos de Ninguna Parte, y al profundizar en su entorno, sabrán por qué:

1).Ludmila. “Estamos en Moscú, en las calles medievales del Kremlin, un sitio que tiene un poder evocador, incluso sobrecogedor. Aquí han sucedido durante siglos acontecimientos de una importancia crucial, no solo para el devenir de Rusia, sino de todo el planeta. Este es sin duda uno de los lugares clave de la historia mundial…Stalin gobernó el imperio comunista durante casi cuarenta años, forjando una de las dictaduras más crueles y salvajes de la historia. En cuanto a mujeres, y muchas, fue Ludmila Stal (de acero), una revolucionaria muy aguerrida seis años mayor que Stalin, a quien la policía zarista señalaba como peligrosa. Stalin estaba tan impresionado con ella, que tomó su nombre: en ruso Stal significa “acero”, por lo que Stalin sería “el hombre de acero”…Después del triunfo comunista, Ludmila cumplió tareas en el Comité Central y, antes de morir, en 1940, editó las obras de Stalin.”

2).Nadia. “En el gran Mausoleo de la plaza Roja descansan los restos de Vladimir Ilich, Lenin, el padre de la Revolución bolchevique, quien tras su muerte, en 1924, había dejado las manos libres a Stalin para que se adueñara del poder absoluto y del control del país. Lenin había intentado impedir el ascenso del georgiano con ayuda de su mujer, Nadezhda Krupskaya, pero fue imposible, porque Stalin astutamente recluyó a la pareja en una dacha muy lejos de Moscú. El resultado fue que los camaradas de la cúpula bolchevique nunca se enteraron de que Lenin no quería a Stalin. No estuvieron libres de la brutalidad de Stalin ni sus seres más cercanos. Sus amigos íntimos, incluso sus familiares, todos ellos cayeron bajo la represión que repartía sin piedad… Al principio predicaba el Paraíso, y cuando Nadia se enamoró de él, se lo creyó…La versión oficial dice que Nadia estaba desequilibrada, incluso se habla de esquizofrenia y depresión, pero se diría que Stalin estaba mucho más desequilibrado. En realidad era un hombre mercurial, que padecía de repentinas y paralizantes depresiones que lo apartaban de la vida durante días y días.”

3).CLARA. “Hay algo especialmente grotesco, brutal y sucio en la historia de Benito Mussolini, personaje ridículo y ridiculizado, del que pueden hallarse similitudes con el ex primer ministro Silvio Berlusconi. Pero no deben olvidarse su dictadora de veintitrés años, la represión de los no fascistas, la defensa del gran capital, las agresiones contra otros países de Europa y África y la muerte de etíopes, somalíes, albaneses, libios, españoles, soviéticos, griegos, yugoslavos, franceses, las leyes raciales, su alianza con los nazis, y la guerra imperialista y absurda a la que  sometió a los italianos y a sus enemigos entre 1940 y 1945. Ni que causó más de un millón de muertos… Los nostálgicos del fascismo como Pompignoli añoran esa sociedad brutal y “ordenada” que estableció el Duce. Esa sociedad gobernada por un tirano que tantos males trajo no solo a Italia, sino a muchos otros países. Esa sociedad que alababa a la mujer de boquilla y que en realidad la marginaba y la subalternizaba, cuando no la consideraba –como hacía su propio Duce- apenas una vagina.”

“Su muerte violenta estuvo en consonancia con su vida, con su dictadura: fue una muerte sucia, cruel, colgado cabeza abajo, pisoteado junto a Clara, su amante fiel, víctima innecesaria pese a su identificación con el fascismo. Fue la última aventura amorosa de estos trágicos amantes. La muerte de su última mujer no pareció importarle a nadie salvo, tal vez, a ese fraile que le sujeto la falda con un imperdible para que, colgada cabeza abajo, no se le vieran los muslos.”

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Luis Rocha Urtecho

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