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Las confesiones del dictador

Ortega reveló que no hay tales de que “ella es la mala e impulsiva y él, frío calculador, no se mete en las operaciones de atropello”

Rosario Murillo y Daniel Ortega durante un acto de conmemoración del natalicio del poeta Rubén Darío en 2021. Foto: Presidencia de la República

Silvio Prado

2 de julio 2021

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Como llegado de ultratumba, después de más de un mes de ausencia, en las últimas semanas de junio se han conocido declaraciones del tirano que, por carecer de los filtros que habitualmente disponen los gobernantes, pueden ser consideradas confesiones en primera persona del mayor jerarca de la dictadura. Ya no valen suposiciones de quién está detrás de tanta barbarie en contra de los derechos de los nicaragüenses. Él mismo es quien da las órdenes de encarcelar, golpear, asaltar, desvalijar viviendas y oficinas. No hay tales de que “ella es la mala e impulsiva y él, el frío calculador que no se mete en las operaciones de atropello”. A confesión de parte, relevo de pruebas.

De su boca hemos sabido –más bien ratificado- que lo es todo en el Estado: policía, fiscal, juez, tribunal electoral, procurador y brazo ejecutor del saqueo de propiedades y de cuentas bancarias. A las presas y presos políticos ya los condenó antes de que ningún juez los haya juzgado; más aún: antes de que se conozca con qué pruebas los acusan. Él ya emitió el veredicto que en teoría los tribunales todavía no tienen: “son criminales que atentan en contra del país, en contra de la seguridad y en contra de la vida de los ciudadanos”. Esto quiere decir que toda la supuesta fase de instrucción y los 90 días de reclusión incomunicada, son accesorios, son irrelevantes. Son parte del castigo sin importar los grados de culpabilidad o de inocencia.


También hemos sabido que es él quien traza la línea entre los traidores y los patriotas, entre “los demás y nosotros”, entre quienes merecen todos los castigos y quienes deben recibir todos los beneficios. En otras palabras, es la voz que se hace eco en la legión asalariada de sus propagandistas que confunden la patria con la secta. Por añadidura, es una confesión de que no gobierna ni le interesa gobernar para toda la población sino solamente para el reducto de sus incondicionales.

Y por supuesto también conocimos dónde le aprieta el zapato, o cuáles son las heridas por donde supura: el paraíso perdido del concubinato con la empresa privada, las sanciones en contra de su familia, la condena de la comunidad internacional y la rebelión de abril de 2018.

Añora el modelo de diálogo y consenso

Al decir que las protestas de 2018 “destrozaron el acuerdo de entendimiento que iba caminando bien”, Ortega reconoce que el famoso modelo de diálogo y consenso le estaba saliendo bien en apariencia y contenido. En apariencia, daba la imagen de un país políticamente estable que había encontrado la clave para el manejo del mercado entre el Gobierno y las élites empresariales. En el contenido, el orteguismo y los empresarios rojinegros estaban obteniendo buenos dividendos sin importar lo que pasara con la democracia. El paraíso del autoritarismo rentable.

Las sanciones le duelen

Según sus declaraciones, las sanciones individualizadas no solo no le son indiferentes, sino que le duelen y muy en carne propia. Pese a su pretendida invulnerabilidad, las sanciones le hacen mella porque alcanzan a su familia y muy en particular en lo que se ha vuelto más importante para el clan Ortega: los capitales y las cuentas bancarias. Las sanciones ha deteriorado el tren de vida de nuevos ricos que llevaban sus cachorros con viajes, compras en el extranjero, francachelas a cuenta de los erarios de Nicaragua y Venezuela. Pero también dañan su capacidad de repartir cuotas de poder entre su círculo de incondicionales. Tanto a los primeros como a los últimos, de muy poco servirá amasar fortunas en cuentas bancarias si no pueden hacer uso de las mismas más de allá de las pulperías de sus barrios.

Le agobia la condena internacional

Los ataques de Ortega en contra de los legítimos esfuerzos diplomáticos por contribuir a encontrar salidas pacíficas al conflicto que vive Nicaragua, y en contra de los medios de comunicación internacionales, hay que leerlos como un clamor contra el aislamiento en que se encuentra desde que decidió colocarse al margen del derecho internacional. Añora los años 80, cuando la comunidad internacional trataba a su Gobierno con políticas y líneas informativas favorables; no tolera que de su otrora imagen de líder revolucionario mundial no queden ni chingastes.

Los fantasmas de abril

En el discurso del tirano han vuelto a aparecer los traumas de las protestas de abril y lo seguirán haciendo mientras siga instalado en la negación. Al igual que Iván Duque y Sebastián Piñera, ante los estallidos de Colombia y Chile, sigue creyendo que las rebelión de abril fue instigada desde del exterior y financiada por oscuros enemigos. Se niega a aceptar que la protesta le estalló en la cara producto del hartazgo generalizado de la población, después de tantos años de atropellos, abusos y fraudes. Le resulta imposible aceptar que a él, autonombrado “pueblo presidente”, el pueblo se le haya rebelado en los cuatros puntos cardinales del país mediante una movilización espontánea que fue creciendo como una avalancha que, de no haber mandado a sofocarla a tiros y torturas, él, su familia y sus secuaces ya estuvieran presos o en el exilio.

¿A quién cree que engaña cuando acusa a la nueva camada de rehenes políticos de estar tramando otra “intentona golpista”, si los apresados llevaban meses sin poder salir de sus casas bajo vigilancia policial? Es materialmente imposible que los nuevos rehenes estuvieran tramando graves atentados contra la seguridad nacional inmovilizados en sus domicilios, bajo el estado de excepción y sin recursos a la mano. Si en algo tiene razón el dictador en sus delirios es que todos los presos políticos propugnaran por un cambio de régimen. Pero esto no era secreto a inicios de junio como tampoco los era meses atrás, incluso años. Desde 2018 la más alta reivindicación de los azul y blanco ha sido el cambio político de dictadura por democracia.

Por boca de Ortega sabemos que quienes nos oponemos a su despotismo somos culpables aunque se demuestre lo contrario. Bajo las tiranías no hay derechos ciudadanos, todos somos culpables de sospechas. Si no sos cómplice, sos blanqueador de dinero aunque tus finanzas no sean de origen ilícito; si no sos esbirro, sos terrorista aunque nunca hayas pensado utilizar la violencia para conseguir fines políticos; si no sos fanático, sos traidor a la patria aunque jamás has participado en transacciones para vender parte del territorio nacional.

No obstante, las confesiones del dictador han tenido al menos dos saldos positivos: saber que “no estaba muerto, andaba de parranda”; y que su decrepitud es aún mayor que la verborragia que esconde sus miedos atávicos.

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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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