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Las antígonas nicaragüenses

Algún día, las antígonas nicas abandonarán la prisión decretada por un desalmado Creonte como lo que son: verdaderas heroínas

Algún día

Manuel Iglesia-Caruncho

21 de enero 2022

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Al igual que se atrevió Antígona, en la mítica tragedia de Sófocles, a dar sepultura a su hermano Polinices desobedeciendo al rey tebano Creonte, Ana Margarita Vijil está presa en Nicaragua por negarse a seguir las leyes injustas del tirano Ortega y luchar por la libertad de las personas encarceladas por razones políticas.

Antígona simboliza la resistencia de las mujeres contra la opresión. Sófocles contó su tragedia en una obra representada en Grecia hace casi dos mil quinientos años que tituló con ese nombre. Antígona era una de las hijas del rey Edipo de Tebas y sus hermanos, Eteocles y Polinices, habían luchado entre ellos por el trono, muriendo ambos en esa lucha fratricida. Entonces Creonte, quien sucedió a Edipo en el poder, ordenó el entierro del Eteocles, aliado suyo, y prohibió el del Polinices, un castigo terrible para los griegos pues, un cuerpo insepulto, además de servir de alimento a aves carroñeras y perros, condenaba al alma a vagar eternamente por la tierra sin alcanzar nunca el descanso en el Hades.


Antígona se rebeló contra aquel dictado injusto, enterró el cuerpo de su hermano y fue por ello condenada a ser encerrada viva en una caverna.

También Ana Margarita Vijil está encerrada en Nicaragua en una celda aislada. Allí permanece desde hace más de seis meses y en ese tiempo solo le han autorizado cuatro cortas visitas familiares. El nombre de Ana Margarita saltó una vez más a los medios de comunicación porque se filtró la noticia de que había sido abusada por un policía en estado de ebriedad. Pinita Gurdián, la madre de Ana Margarita, una mujer cristiana y progresista, honrada y valerosa como ninguna, y quien sufre un cáncer, se angustió al pensar que iba a morirse sin volver a ver y a abrazar a su hija y denunció esos hechos ante organismos internacionales de derechos humanos. La noticia de la agresión resultó ser falsa y solo buscaba dejar en una zozobra aún mayor a Pinita, sin duda como castigo por sus denuncias insobornables a la dictadura de Ortega. Como las de la hija. De tal palo tal astilla.

Ana Margarita no es la única Antígona nicaragüense. Hay otras heroínas, como Suyén Barahona, Tamara Dávila -nieta de Pinita Gurdián-, Violeta Granera o Dora María Téllez. Las cinco sufren las mismas condiciones carcelarias: aislamiento e interrogatorios interminables. Sin ver la luz del sol, sin apenas contacto con otros seres humanos y sin una alimentación adecuada, su salud se deteriora irremediablemente. Esas cinco antígonas forman parte de las 170 presas y presos políticos de la dictadura, entre quienes también se incluyen siete aspirantes a la presidencia de Nicaragua: Cristiana Chamorro, hija de la presidenta Violeta Barrios de Chamorro; Arturo Cruz, quien fue embajador de Nicaragua en EE. UU.; Félix Madariaga, académico; Miguel Mora, periodista; Medardo Mairena, dirigente campesino; Juan Sebastián Chamorro, economista y Noel Vidaurre, un político conservador. Todos ellos encarcelados por su atrevimiento a postularse para las elecciones celebradas en noviembre pasado.

Tiresias, un augur anciano y ciego, había advertido a Creonte del error que cometería si mataba o encerraba a Antígona, y de sus posibles consecuencias. Creonte lo despreció, como Daniel Ortega ha despreciado todos los consejos y advertencias que le han llegado desde las organizaciones de derechos humanos, organismos de Naciones Unidas y multitud de Gobiernos latinoamericanos y europeos.

Las profecías de Tiresias se cumplieron. Las fuerzas que desencadenó Creonte al encerrar a Antígona llevaron a la tumba a sus seres más queridos: a su propio vástago, Hemón, prometido de Antígona, quien se suicidó al verla muerta en su encierro; y a Eurídice, su esposa y madre de Hemón, quien se quitó la vida al enterarse de que este había muerto.

En Nicaragua todavía no hemos visto el final de la tragedia pero no hace falta ser Tiresias para predecir que Ortega y Murillo morirán llenos de oprobio y despreciados por su pueblo. Tampoco se necesita un augur para adivinar que sus nombres, si son recordados, engrosarán la lista de dictadores crueles y desalmados, esa en la que figuran Pinochet, Somoza, Franco, Videla, Trujillo o Batista. ¡Y pensar que pudieron pasar a la historia como líderes de una revolución que destronó a Somoza y que entusiasmó a tantos por su búsqueda simultánea de justicia y libertad!

Resulta extraño que quienes, por nuestra cercanía a Nicaragua, denunciamos los crímenes de Ortega, esas masacres que cometió durante las revueltas populares de abril de 2018 que acabaron con la vida de más de 300 personas y que llevaron al exilio a más de cien mil nicaragüenses, nos encontremos con la incomprensión de una parte de la izquierda internacional. “¿Acaso -dicen- no está Ortega en contra del imperialismo norteamericano? Entonces, ¿por qué denunciarlo y hacer así ese favor a los gringos?”

Es un argumento patético que recuerda el que utilizaba el gobierno de EE. UU. cuando mantenía al dictador Somoza en el poder: “Será un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta”. Pero la izquierda no puede contar entre sus filas con personajes que oprimen a su pueblo por mucho que se autodenominen socialistas. La crueldad de Ortega, como la de los Tachos, no conoce límites. ¿Acaso no resulta increíble que haya prohibido al personal sanitario atender a los heridos en las manifestaciones? ¿O que impida casi por completo los contactos entre presos y presas con sus abogados y familiares? ¿No recuerda su insensibilidad a la de Creonte, quien amenazó con colgar vivos a quienes no denunciaran a la autora del entierro de Polinices?

Ortega se mantiene en el poder ejerciendo una represión brutal y se burla de la comunidad internacional cuando se lo recrimina. Y la pregunta es: ¿está condenado el pueblo de Nicaragua a sufrir impotente sus desmanes? ¿Nada puede hacer la comunidad internacional para que termine tal sufrimiento?

Descartemos una intervención armada para detener al sátrapa. Ese tipo de acciones acaban provocando un daño mayor al que existe. Acuérdense de Iraq. Peor el remedio que la enfermedad. Y tampoco puede propugnarse un bloqueo económico cuyo coste pagaría el pueblo de Nicaragua. A los Ortega seguiría sin faltarles nada.

Sin embargo, algunas cosas no pueden dejarse de hacer. Una, impostergable, es amplificar el grito de las familias de las personas presas: ¡qué mientras sus parientes estén ilegalmente retenidos se les permitan las visitas familiares!; ¡qué cesen los interrogatorios y tratos inhumanos!; ¡qué finalicen la reclusiones en celdas de castigo y los aislamientos!; ¡qué se les permita el acceso a la lectura y el disfrute de algunas horas de patio y sol!; ¡qué puedan recibir asistencia médica! No es pedir demasiado; hasta en la dictadura franquista, al menos en los últimos años, los presos contaban con esos derechos.

Los organismos internacionales y los Gobiernos, sean del color que sean, deben presionar a Daniel Ortega para que cumpla inmediatamente esas peticiones, sin que se olvide el objetivo de la liberación de todas las personas detenidas por razones políticas. Y por supuesto hay que exigir el respeto a los derechos humanos. Las detenciones continuarán eternamente si la liberación de presos no va acompañada de la libertad de expresión, reunión y manifestación.

Otra tarea para toda persona con ideales democráticos y que crea en la libertad y la justicia es denunciar a esa parte de la izquierda que apoya y da alas a ese régimen desalmado. Hay que denunciarla como cómplice de la tiranía y exigir que condene a los Ortega, como han hecho tantas personalidades progresistas, Pepe Mujica, Eduardo Galeano… y Gabriel Boric, el próximo presidente de Chile, quien afirmó: “Nicaragua necesita democracia, no elecciones fraudulentas ni persecución a opositores”.

Mientras no se convoquen nuevas elecciones con todas las garantías y en un marco de libertades democráticas, de ninguna manera se puede reconocer a Ortega como un presidente legítimo del país. Será presidente, sí, pero es un dictador que amordazó a los demás candidatos y amañó las elecciones, y como tal debe ser tratado.

Una última predicción para la que tampoco se necesita a Tiresias: después de la tempestad y de las tinieblas siempre sale el sol. También saldrá en Nicaragua y las antígonas nicas abandonarán la prisión decretada por un desalmado Creonte como lo que son: verdaderas heroínas.

Texto originalmente publicado por Wall Street Journal International

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Manuel Iglesia-Caruncho

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.

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