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De la Revolución y las revoluciones

Los nicaragüenses tenemos en casa la experiencia del fracaso de un proceso revolucionario, fracaso tocable, respirable y aún sufrible

Fotografía de archivo del 04 de febrero de 2006 del líder cubano Fidel Castro durante un discurso pronunciado en la Plaza de la Revolución. EFE | Confidencial

Onofre Guevara López

12 de diciembre 2017

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Las definiciones de Revolución en lo singular y de las revoluciones en plural se encuentran en cualquier diccionario. Pero, en el primer caso, la definición se la esquematiza como un “cambio brusco y violento de la estructura social o política de un estado generalmente de origen popular”. No se refiere al carácter de clase del Estado cuestionado por la revolución, y lo de su “origen popular” es una omisión de las clases en concreto que le cuestionan al Estado esas estructuras y muchas más.

Además, eso del “cambio brusco” no es propio de una revolución, sino de un golpe de Estado militar el que, para darse, no necesita de un proceso como el que caracteriza a una revolución. Y la violencia no nace con la revolución, sino como respuesta a la violencia del Estado que se niega a cambiar. Las revoluciones en plural se refieren al cambio de todas las cosas de un estado a otro, y de cosas triviales como los cambios de formas o de estilo, como en las modas de vestir y peinarse, etcétera.


Definir el concepto de una revolución social y política singular y auténtica no cabe en pocas palabras. Hay que tomar en cuenta el cambio en la conciencia y la conducta social del actor de esa revolución; es decir, del ser humano, que es lo más importante de la naturaleza, y también el único que vive en sociedad y es consciente de por qué impulsar los cambios que esta necesita para el bienestar colectivo. Una tal definición, la mejor y más completa que conozco, es la que hizo Fidel el primero de mayo del año 2000, ante una de las gigantesca concentraciones populares acostumbras, señalando al ser humano como actor de la verdadera revolución y de sí mismo:

“Revolución –dijo Fidel— es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ambiente social y nacional; es defender valores en los que se crea al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existen fuerzas en el mundo capaces de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es verdad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

Es una definición, no mera teoría, y se entiende con claridad qué es una revolución social total y al mismo tiempo incita a conocer sus potencialidades y peligros; a no verla como algo acabado, perfecta y sin errores, sino en su permanente construcción. Es decir, enseña a ver la Revolución y a hacerla como un marxista dialéctico, no como un declamador de los textos de Marx, ni con la visión de un “cronista” resentido que, amparado en la “objetividad”, rebusca en lo rezagado, explota lo anecdótico de momentos determinados de la Revolución, para presentarlos como hechos permanentes, definitivos o consustanciales a ella.

En definitiva, esa definición enseña a saber distinguir la Revolución con mayúscula en sus procesos, sus fortalezas y sus debilidades. Permite conocer a cada Revolución y a ser solidario con ella en cualquier país, y saber distinguirla de un simple cambio político, de un proceso revolucionario o solo progresista.

Porque la mayoría de la sociedad cubana ha adquirido, se organiza y actúa conforme la práctica de esos principios, es que la Revolución Cubana ha resistido todos los embates del más poderoso imperio de la historia que, para su desgracia, y para demostrar su valor al mismo tiempo, lo tiene en su vecindad.  Esta Revolución es paradigma universal de algo auténtico y aleccionador. La definición que hemos visto de Fidel sobre la Revolución no es una elucubración de su esclarecido pensamiento, sino más bien una enseñanza extraída de la experiencia revolucionaria vivida por él y millones de cubanos en su Isla bella, rebelde y heroica.

Al contrario, los nicaragüenses tenemos en casa la experiencia del fracaso de un proceso revolucionario, fracaso tocable, respirable y aún sufrible. No voy a insistir en señalar los cambios y problemas internos y externos que todos conocemos después del derrocamiento de la dictadura somocista, pues basta señalar en qué aspectos fallamos que nos impidió desarrollar una Revolución plena:

  1. Aquí nunca se socializó los muy atrasados medios fundamentales de producción, sino que se estatizaron los abandonados por los gobernantes en su huida y los de algunos de sus cómplices, comenzando por la tierra, de la que apenas se intentó hacerla objeto de una verdadera reforma agraria, pero la tierra volvió a manos de viejos y nuevos terratenientes; también casi todo fue devuelto o pagado a sus antiguos dueños hasta con un doble de su valor real;
  2. Algunos actores de los intentos de hacer la Revolución fallaron en su conducta ética al frente de sus responsabilidades, cuando se apropiaron de muchos bienes públicos después de la derrota electoral de 1990;
  3. No pudo construirse un partido político capaz de conducirse y conducir de forma revolucionaria cabal, entre otros motivos, porque muchos de los principales líderes nacionales e intermedios no tenían madurez ideológica (no hablo de gente con dominio absoluto de la teoría marxista, que aquí nunca hubo), sino de quienes creyeron que ser bueno en lo militar era suficiente para conducirse bien en lo político (el sectarismo guerrillero);
  4. El retorno al poder en el 2007 de quienes lo ostentan el nombre de “FSLN”, se constituyeron en impulsores del reforzamiento del sistema económico neoliberal, falazmente adornado con un discurso revolucionario estático, superficial y de retórica decadente envuelto en frases pseudo religiosas.
  5. Bajo el disfraz revolucionario, han levantado un sistema político corporativo, donde la estructura jurídica del país tiene la influencia directa del Cosep –el organismo empresarial que aglutina los principales empresarios y tiene oficina propia dentro del recinto parlamentario, sin ningún derecho constitucional;
  6. Junto al sector neocapitalista encabezado por Daniel Ortega, los sectores del gran capital mantienen ilusionado al pueblo con un desarrollo macro económico del cual solo ellos disfrutan, obtienen grandes beneficios de un sistema tributario injusto y clasista, y distraen a los pobres con pequeñas dádivas, y con un fachadismo iluminado a colores en calles y plazas.

(En adelante trataremos de identificar los avances y problemas de los procesos revolucionarios de países hermanos, aún poco conocidos por la mayoría, pero sí abundantemente atacados en los medios de comunicación).


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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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