Logo de Confidencial Digital

PUBLICIDAD 1M

PUBLICIDAD 4D

PUBLICIDAD 5D

La purga de los científicos en México

No tengo la menor duda que la embestida contra 31 científicos mexicanos se trata de un ataque decidido e impulsado por López Obrador

Fachada del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, de México. // Foto: Agencias

Jorge Castañeda

30 de septiembre 2021

AA
Share

La embestida del Conacyt, de la Fiscalía y de la Presidencia contra 31 científicos parte del Foro Consultivo Científico y Tecnológico (FCCyT) me inspira tres reflexiones preliminares.

En primer lugar, no tengo la menor duda de que se trata de un ataque decidido e impulsado por López Obrador. Es inconcebible que Alejandro Gertz o la directora del Conacyt hayan emprendido una campaña de esta resonancia interna e internacional por su cuenta. El origen puede yacer en las elucubraciones de la doctora María Elena Álvarez-Buylla, o en las supuestas venganzas del fiscal, pero nadie se avienta un tiro así sin la venia de Palacio Nacional. Si se quisiera una prueba, basta con el llamado “efecto corruptor” que provocarán  las declaraciones de López Obrador a propósito de los científicos neoliberales si se llega a juicio. Ni siquiera el juez más morenista, vendido o temeroso podría pasar por alto las declaraciones presidenciales al respecto.


En segundo término, no me cabe la menor duda que Gertz le agregó ingredientes de su propia cosecha a las acusaciones. Delincuencia organizada y lavado de dinero, así como forzar un tercer intento de conseguir una orden de aprehensión, son acusaciones o acciones que no pueden provenir de una dependencia menor como el Conacyt. Supongo que las razones del fiscal, a quien conozco y respeto desde mediados de los años ochenta, son las mismas que lo han guiado en los casos de Rosario Robles, Jorge Lavalle, Ricardo Anaya, Luis Videgaray y, sobre todo, Emilio Lozoya. No sé cuáles, pero me atrevo a suponer que se reducen a una lealtad mal entendida con López Obrador, a partir de una Fiscalía que nunca podrá ser por completo autónoma, pero que lo puede ser más, o menos. Esta es… menos.

En tercer término, a pesar de lo que piensa mi amigo y colega Javier Tello, la ideología sí existe. La historia de las ideas y de su intervención en la política, también. La cruzada inaceptable contra los científicos en cuestión no se gesta ni se produce en un vacío. Se da en el contexto de una interminable serie de afirmaciones, entrevistas, escritos, medidas y posturas de la directora del Conacyt sobre los horrores de la “ciencia neoliberal u occidental” y las virtudes de la “ciencia popular”. No discuto, ni conozco, los méritos académicos de la doctora Álvarez-Buylla. Tampoco tengo idea si sepa quien fue Trofim Lysenko, aunque puedo suponer que en algún momento su abuelo, traductor de la edición del Fondo de Cultura Económica de El Capital, subsecretario de Educación de la República en España, miembro del Partido Comunista Español casi hasta el final de su vida y, según Ricardo Rafael, presidente de la Asociación de Amistad de México y la URSS, se lo contó.

Lysenko fue el inventor, en los años treinta y cuarenta, de la tesis de la ciencia proletaria y de la ciencia burguesa en la Unión Soviética. Gracias al apoyo de Stalin —que no significa, mi querido Javier, que AMLO sea el Padrecito de los Pueblos— pudo imponer su visión en la Academia de Ciencias de la URSS, y en la política agrícola de la misma a través de la aplicación de la ciencia proletaria a la biología genética. Llevó a la desgracia o a la muerte a centenares de científicos soviéticos pero, sobre todo, destruyó buena parte de lo que quedaba de la agricultura en la URSS gracias a sus ideas delirantes sobre la genética del trigo, etc. La escuela filosófica francesa de los llamados althusserianos ha escrito ampliamente sobre el tema.

La tesis actual de que los 31 científicos acusados se la pasaban despilfarrando el presupuesto del Conacyt entre viajes, celulares, choferes, banquetes y congresos espurios, debido a que se trataba de científicos neoliberales, le viene como anillo al dedo a las tesis de Lysenko. Una vez no es costumbre, estoy totalmente de acuerdo con Gabriel Quadri (no me gusta el plagio tácito o activo entre columnistas). La idea de que el dinero público debe gastarse en ciencia pública, de que la ciencia debe estar al servicio del pueblo, de que los científicos deben estar cerca del pueblo y no estudiando en el extranjero, es una idea profundamente estalinista. Y en efecto, existe el estalinismo sin Stalin. El Mariscal murió en 1953; abundan los estalinistas hoy en Morena, en Cuba, en Francia, en Corea del Norte, en China (son pocos, sólo unos cuantos millones), en la izquierda norteamericana.

¿Hay estalinistas sin saberlo? Muchísimos, desde Sartre y Gide hasta  Fidel y el Che, pasando por generaciones enteras de comunistas heroicos en el mundo que dieron la vida por una causa en el cielo cuya realidad en la tierra desconocían por completo.

*Jorge G. Castañeda. Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia y Sólo así: por una agenda ciudadana independiente. Este artículo se publicó originalmente en Nexos, de México.

PUBLICIDAD 3M


Tu aporte nos permite informar desde el exilio.

La dictadura nos obligó a salir de Nicaragua y pretende censurarnos. Tu aporte económico garantiza nuestra cobertura en un sitio web abierto y gratuito, sin muros de pago.



Jorge Castañeda

Jorge Castañeda

Político y comentarista mexicano. Catedrático en la Universidad de Nueva York. Fue Secretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003. Hijo del también diplomático mexicano Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa.

PUBLICIDAD 3D