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La promesa perdida de 1989 tras la caída del muro de Berlín

Debemos mirar el complejo legado de 1989 no solo en celebraciones formales que se llevan a cabo por el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín

Gráficos, obras de arte e imágenes históricas se proyectan en el Museo Stasi. Las proyecciones son parte del 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín que se celebra el nueve de noviembre de 2019. // Foto: EFE

6 de noviembre 2019

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BERLÍN – Después del colapso del comunismo en Europa en el año 1989, muchos soñaron con construir un continente unido y libre del cual la Unión Europea iba a ser su núcleo medular. Sin embargo, 30 años después, los europeos despiertan y se despabilan ante una nueva realidad. En Europa occidental, los líderes políticos vetan una mayor ampliación del bloque por temor a que los europeos orientales no estén listos para acoger los valores liberales. Y, en Europa central y oriental, existe un creciente resentimiento hacia Europa occidental por su respuesta frente a la inmigración y a otros problemas.

Estas dinámicas se exhibieron plenamente este mes en las rondas de clasificación para el torneo de fútbol de la Eurocopa 2020, donde un partido entre Inglaterra y Bulgaria se convirtió en una competencia entre dos nociones fundamentalmente distintas de identidad europea. El partido, celebrado en Sofía, tuvo que pausarse dos veces para que los aficionados del equipo local recibieran advertencias en contra del comportamiento racista que adoptaron, mismo que incluyó saludos nazis y cánticos racistas dirigidos hacia los jugadores de raza negra de Inglaterra.


Después del partido, la opinión de la élite británica se unificó en una fiebre comunicacional que hablaba de justicia moral en contra la percibida barbarie proveniente de los aficionados búlgaros. Teniendo en cuenta que el multiculturalismo se ha convertido en un elemento central de la historia nacional británica a lo largo de los últimos 30 años, muchas minorías étnicas temen que el racismo percibido en Europa continental sea un retroceso a una época fea de desigualdad y exclusión.

Por lo tanto, una de las ironías del episodio de la Eurocopa 2020 es que se lo cita como evidencia adicional en apoyo de la decisión del Reino Unido de abandonar la UE. Según el campo de los partidarios pro Brexit, poner fin a la inmigración automática desde Europa facilitará que las personas de India, Bangladesh, Pakistán y el Caribe se establezcan en el Reino Unido.

Sin embargo, visto desde el lado búlgaro, el proselitismo moral de Gran Bretaña aparenta ser hipócrita. Al fin y al cabo, los inmigrantes búlgaros y rumanos fueron blanco de la retórica racista durante la campaña del referéndum del Brexit de 2016. Y, como muchos medios búlgaros han señalado, los hooligans racistas de Inglaterra fueron responsables del desastre mortal en el Estadio Heysel de Bélgica en el año 1985. Si el motivo detrás del Brexit es preservar el carácter y personalidad de que es ser inglés por excelencia, los europeos orientales no representan una amenaza mayor que el multiculturalismo.

En The Light that Failed, una mirada retrospectiva al legado de 1989, Ivan Krastev del Instituto de Ciencias Humanas de Viena y Stephen Holmes de la Universidad de Nueva York argumentan que la caída del Muro de Berlín marcó el comienzo de una era de imitación, en lugar de “el fin de una historia”. Cuando los países del antiguo bloque soviético en Europa central y oriental comenzaron a intentar replicar la cultura, los valores y los marcos legales de Europa occidental, aquellos que soñaban con una Europa libre y unificada tenían mucho de qué alegrarse.

El problema es que millones de personas en estos países se dieron cuenta que si el objetivo era llegar a ser como los alemanes o los británicos, sería más fácil mudarse a dichos países, en vez de sufrir el doloroso proceso de transformar sus sociedades en simulacros de otras. Como resultado,  búlgaros, provenientes desproporcionadamente del segmento más liberal y mejor educado de la población, emigró a Europa occidental.

Como muestran Krastev y Holmes, los que no emigraron y se quedaron en su país compararon de manera creciente sus propias perspectivas con las de la élite afortunada que se reasentó en otros países para vivir el sueño occidental y no así con las perspectivas que tuvieron sus padres. Esto provocó frustración e ira generalizadas hacia la clase poscomunista de reformadores liberales en Europa central y oriental. Estas elites orientadas al occidente no sólo no cumplieron con las expectativas poco realistas de la imitación occidental; también permitieron un éxodo masivo de talento

Cuando estalló la crisis de refugiados en el año 2015, esta crisis alimentó los temores ya profundos de extinción demográfica entre las restantes poblaciones nacidas en los países poscomunistas. Y, como hemos visto en los últimos años, estas ansiedades han creado un ambiente político ideal para los políticos populistas y nacionalistas iliberales, como por ejemplo el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el gobernante de facto de Polonia, Jarosław Kaczyński.

 “Si bien el Este sigue siendo homogéneo y mono étnico”, escriben Krastev y Holmes, “el Occidente se ha convertido – como resultado de lo que los políticos antiliberales consideran una política de inmigración desconsiderada y suicida – en heterogéneo y multiétnico”. Debido a ello, la era de la imitación, con su aceptación tácita de la superioridad occidental, ha llegado decididamente a su fin.

Un similar proceso de imitación cultural a la inversa se exhibió en el partido de fútbol inglés-búlgaro y durante el período posterior al mismo. Ambas partes afirmaron estar moralmente consternadas por las acciones de la otra. Si bien Gran Bretaña ha pasado de tolerar implícitamente el racismo a celebrar el multiculturalismo en el transcurso de los últimos 30 años, también ha desarrollado una alergia a la libertad de circulación desde Europa Central y Oriental hacia su territorio. Bulgaria, por el contrario, desea permanecer en la UE, pero está aterrorizada por los nuevos cambios demográficos impulsados ​​por la emigración y los ingresos de los recién llegados de Oriente Medio y de otros lugares.

La situación sin duda luciría retorcida para un espectador que viajara en el tiempo y viniese a visitarnos desde la realidad del año 1989. ¿Quién hubiese pensado que Gran Bretaña estaría huyendo de la UE o que quienes defienden su salida basarían sus argumentos a favor en la diversidad étnica? Y, ¿cuántos europeos centrales y orientales habrían predicho que sus propios gobiernos tratarían de reformular la UE como un proyecto iliberal?

Como suele frecuentemente ocurrir, los cambios históricos profundos tienden a aparecer primero en la cultura popular, y sólo posteriormente en la política formal. Es por eso que debemos mirar el complejo legado del año 1989 no sólo en las celebraciones formales que se llevan a cabo en Berlín, sino también en las graderías de un estadio de fútbol en Sofía.

Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.


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Mark Leonard

Autor y politólogo británico. Fundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR). Ha publicado: "¿Por qué Europa gobernará el siglo XXI?" (2005), "¿Qué piensa China?" (2008) y "La era sin paz" (2021).

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