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La mentira no puede con la historia

Los orteguistas matan, van a los entierros a reprimir a sus deudos y después recogen firmas pidiendo la aplicación de justicia contra los “criminales"

Simpatizantes del FSLN participan en una "caminata justicia para las víctimas del terrorismo golpista", el pasado 18 de agosto. EFE | Confidencial

Onofre Guevara López

21 de agosto 2018

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I

Se conoce por los clásicos exponentes del socialismo, y lo dicen sus exponentes modernos, que la verdad es revolucionaria y que luchar por la justicia social es una de las expresiones más nobles del humanismo. Pero se sabe también que tales conceptos –igual que los mandamientos cristianos—nunca han sido aplicados con la misma fidelidad con que se pregonan.


Pero siguen siendo principios orientadores para aprender a convivir y, como dice Eduardo Galeano de la utopía, por lo menos nos sirve para caminar, lo que significa que si no es alcanzable su vigencia en lo inmediato, nos estimula a luchar y siempre ir hacia adelante en  búsqueda de la verdad y la justicia.  Y eso, quiere decir, que luchar por los ideales siempre traerá progreso, aunque este no nos satisfaga del todo, pero dará nuevo sustento a la lucha por mejorar en lo que se pueda la vida en sociedad.

Es que, no hacerlo, o sea no luchar –y peor aún hacerse enemigo de quienes luchan—es quedarse estancado, convertirse en un ser  retrógrado, o conformista con una sociedad injusta y reaccionaria, enemiga de todo avance humano y del humanismo.  Es por eso que todo régimen opresor, autoritario, dictatorial e irrespetuoso de los derechos humanos, también es muy apasionado cultivador de la mentira para sacarle provecho.  Tras la mentira, el régimen oculta, o pretende ocultar, la sin razón de su existencia.

En Nicaragua, la versión política degenerada del sandinismo, que es el orteguismo –que incluso se atreve a verse como representación del socialismo, o de la izquierda— ha elaborado una ficción acerca del origen de la situación actual y sus dolorosos acontecimientos, con absolutos perfiles mentirosos.  El resultado: todo lo del país, lo ven al revés.

Los estudiantes asesinados, aunque estén desarmados cuando los paramilitares y policías del régimen terrorista de los Ortega-Murillo les disparan, son los “terroristas”. Cuando los ciudadanos son secuestrados, encarcelados, torturados y procesados por los  terroristas del Estado, nunca les prueban nada ni presentan las armas y los medios para una acción terrorista, porque la juventud en rebeldía cívica nunca los ha tenido, pero de todos modos los procesan con el pretexto que les da la gana.

La realidad que no pueden ocultar, es que los terroristas son los gobernantes y sus secuaces. Son quienes también acusan de intento de “golpe de estado” al movimiento popular, siendo que el golpe contra el orden constitucional –un golpe jurídico constante contra el Estado— lo ha venido cometiendo Daniel Ortega, desde 1998 y en el 2001, aliado con un ex presidente corrupto, y ha sido una obra compartida con Rosario Murillo, desde el 2007.

Los orteguistas matan, van a los entierros a reprimir a sus deudos y después recogen firmas pidiendo la aplicación de la justicia contra los “criminales”.  ¿No presienten siquiera que si de pronto, por un “milagro”, aquí se aplicara la verdadera justicia, los orteguistas serían los condenados?  Inconscientemente, es como si estuvieran preparando condiciones… ¡para hacerse el hara kiri!

En el discurso orteguista no hay rastros de verdad, ni parentesco con ella.  Es decir, no es socialista ni cristiano ni solidario y nunca lo será, porque han erigido su poder sobre la mentira, la delincuencia y el crimen.

II

Con la misma fórmula mentirosa, el orteguismo ha dado su versión del último asesinato en Matagalpa –¡y ojalá fuera el último!— el sábado 12 de agosto, de Lenin Díaz Mendiola, hijo de dos dirigentes históricos del movimiento campesino nicaragüense: Bernardino Díaz Ochoa y Benigna Mendiola Sequeira.

Un testimonio sobre el momento en que fue muerto Lenin Díaz Mendiola, se encuentra en la sección Reporte Ciudadano aquí, en Confidencial, escrito por el periodista matagalpino Sergio Simpson.  No murió “a manos de los terroristas de la derecha”, como dicen siempre los orteguistas después que matan, y usan como pretexto para encarcelar manifestantes.  Esta vez, les tocó a varios, entre ellos dos ex combatientes sandinistas, que se manifestaban por la libertad de los presos políticos.

Esta es una mentira comprobada, porque los disparos llegaron, como ha ocurrido en otras localidades, de parte de paramilitares orteguistas, los únicos que tienen armas de guerra, ubicados en el edificio de la Alcaldía de Matagalpa. Y el que mató a Lenin, salió de un grupo de orteguistas en tareas represivas en plena calle.

No he sabido aún qué ha expresado la otra víctima sobre este lastimoso suceso, su madre Benigna Mendiola, porque se dice que está siendo perseguida por su oposición al régimen, lo que no obsta para que el orteguismo diga que Lenin era de su partido.

Benigna Mendiola Sequeira, es una antigua militante del Partido  Socialista Nicaragüense, y mi compañera en la bancada sandinista de la Asamblea Nacional (1985-1991), cuya firma de constituyente todavía permanece en la Constitución Política de la República de 1987, pese a tantas aberradas reformas ordenadas por Daniel Ortega.

Cualquiera sea la posición actual de Benigna, primará su dolor de madre, y luchadora social que junto a su marido, Bernardino Díaz Ochoa, líder campesino asesinado por el somocismo en septiembre de 1971, durante años participaron en la lucha del campesinado por una reforma agraria democrática.

Juntos a Domingo Sánchez Salgado, Chagüitillo, secretario de la Comisión Campesina de PSN –de cuyo comité central fue miembro Bernardino— Benigna y su familia se enfrentaron a la represión somocista mientras organizaban los sindicatos en el campo matagalpino durante los primeros años sesenta en La Tronca, Yúcul, Uluse, Fila Grande, Bijao Norte, Bocaycito, Santa Rosa de Tapáskún, El Cuá y La Pavona. Esta actividad tuvo como resultado la creación de la Confederación Campesina de Trabajadores Agrícolas de Nicaragua (CCTAN) en 1965, bajo la presidencia de Bernardino.

Bernardino, concibió la necesidad de una reforma agraria, porque: “No somos aves para vivir en el aire, ni somos peces para vivir en el mar; somos hombres para vivir de la tierra”. Este su pensamiento se oficializó en la revolución del 79 para orientar los trabajos de la reforma agraria, de la cual solo queda el recuerdo. Y, lógicamente, también queda la tierra, pero como siempre, en manos de terratenientes y latifundistas.

Benigna y Bernardino, han sido tenidos como miembros del Frente Sandinista desde siempre, siendo en verdad militantes socialistas, hecho que nunca fue necesario aclarar, porque Bernardino fue y siempre será un héroe y mártir de la revolución popular nicaragüense.

Su vinculación y cooperación con el FSLN a finales del decenio 1960, la hizo en cumplimiento de la línea política del PSN, ejecutada por su comisión campesina y otros socialistas matagalpinos. Dos de ellos, Rommel López López y Efraím González Centeno, fueron asesinados por la dictadura somocista el 31 de marzo de 1971, seis meses antes de que asesinaran a Bernardino Díaz Ochoa.

El FSLN nunca dirigió el sindicalismo campesino, porque nunca lo organizó. Pero como no descarto que algún sectario pretenda desmentir el historial de Benigna y Bernardino, reproduzco parte de un discurso de Daniel Ortega (recogido por el historiador Rafael Casanova Fuertes, en el 2013), sobre la no participación del FSLN en la organización sindical campesina, porque este:

“No estaba en condiciones ni en posibilidades, ni era su objetivo fundar sindicatos, cuando sus cuadros estaban ocupados en estructurar la fuerza guerrillera”.  

Valga este recordatorio sobre Benigna y Bernardino, como muestra de mi solidaridad ante el asesinato de su hijo, Lenin Díaz Mendiola.

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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