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La Libertad

Un joven en un altar improvisado en París en honor de los asesinados en la masacre terrorista. EFE.

15 de noviembre 2015

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Han mancillado lo que más amo en esta vida: la libertad, esa que nos permite a todos ir un viernes por la noche vestidos de minifalda, con el pelo suelto, en camisetas, pantalones rotos o cortos, en chanclas, de traje, ¡como nos dé la gana!, a bailar, cantar, beber, reír. Vivir. Disfrutar la vida. Atacan un viernes en la noche ¡en nombre de Alá! La noche del viernes, llena de promesas, de alegría, de júbilo, de saber que se viene un fin de semana dado al placer. Y eso les enoja. Atacan el ocio, la cultura, la civilidad. Atacan con salvajismo: entran armados como en guerra en un teatro, ¡blas!, acaban con decenas de jóvenes que bailaban, cantaban, reían, eran libres y practicaban su libertad. De las bombas en aviones y trenes, de los ataques a las sedes diplomáticas, de los asaltos a las redacciones han pasado a los bares, las discos, los restaurantes. Aquellos lugares donde somos más humanos, donde nos encontramos, discutimos de política o de fútbol, ejercemos nuestro derecho a ser felices. Un derecho que quieren eliminar a punta de metralla. ¿De dónde sale tanto salvajismo? ¿Por qué tanto odio? Viven en un mundo de barbarismo, en el que las mujeres no cuentan, los homosexuales deben ser aplastados y los que no estén dispuestos a sumarse a su cruzada serán desollados. Todo lo opuesto a lo que ha dado Europa y que -por herencia propia- es también de Latinoamérica. Aquello que  ya enumeró con tanto orgullo Oriana Fallaci: “Detrás de nuestra civilización está el Renacimiento. Están Leonardo da Vinci, Miguel Angel, Rafael o la música de Bach, Mozart y Beethoven. Con Rossini, Donizetti, Verdi and company. Esa música sin la cual no sabemos vivir y que en su cultura, o en su supuesta cultura, está prohibida. Pobre de ti si tarareas una cancioncilla o los coros de Nabucco”. Quedó demostrado, escrito con sangre, la noche del viernes en París. Quieren un mundo sin risa, sin caderas sueltas moviéndose al son de la música, sin susurros a los oídos de parejas que se desean, sin bares para hablar, para discutir, para emborracharse de los placeres de la vida. Quieren un mundo negro como la ropa que usan al presentar sus vídeos de espanto. Quieren un mundo de odio. Pero no. La respuesta es el baile, la risa, los brindis, el bullicio feliz. La libertad.


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Carlos Salinas Maldonado

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