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La hipocresía de Trump en relación con China

Trump llegó a calificar de «buen amigo» al presidente chino Xi Jinping en varias ocasiones, y se negó claramente a criticarlo

Foto: EFE/EPA/ALEX PLAVEVSKI | Confidencial

Ian Buruma

8 de agosto 2020

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NUEVA YORK – En un discurso que pronunció el mes pasado en la Biblioteca y Museo Presidencial Richard Nixon, el secretario de Estado de los Estados Unidos Mike Pompeo declaró educadamente que Nixon se equivocó con China. La decisión de abrirse a la República Popular, con la esperanza de que un cálido abrazo internacional moderara a la dictadura maoísta y la llevara a dar más libertades fronteras adentro y ser más cooperativa en el exterior, terminó siendo un fracaso.

Pero en realidad, la intención de Nixon nunca fue democratizar China: necesitaba la ayuda de Mao para poner fin a la Guerra de Vietnam y sacarle ventaja a la Unión Soviética.


Aun así, Pompeo pronunció una larga lista de acusaciones. Aseguró que China hoy es menos libre que en los ochenta; roba secretos industriales a Occidente, envía agentes del gobierno disfrazados de estudiantes, suprime las críticas con amenazas, encierra a disidentes y minorías étnicas en campos de concentración, chantajea a países para que compren tecnología china usada para espiar a Estados Unidos, etcétera. «El mundo libre debe triunfar sobre la nueva tiranía», declaró. «Nosotros, las naciones amantes de la libertad, debemos inducir un cambio en China (…)».

¿Será que tiene razón, y que el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump está en el lado correcto de la historia al menos en este tema? ¿Representa China una amenaza existencial al «mundo libre»?

De ser así, la hipocresía de la administración Trump es digna de mención. Trump llegó a calificar de «buen amigo» al presidente chino Xi Jinping en varias ocasiones, y se negó claramente a criticarlo por la falta de respeto a los derechos humanos, el encierro de prisioneros políticos o el debilitamiento del Estado de derecho en Hong Kong.

Pero la hipocresía de su gobierno no implica necesariamente que Pompeo se equivocara en relación con China. La esencia de lo que dijo es verdad. El Partido Comunista de China (PCCh) mantiene una dictadura en el país y suele mostrarse hostil a las democracias en el extranjero.

Por supuesto, por más repulsiva que sea la política interna de China, la capacidad del «mundo libre» para cambiarla es limitada. El poder de China, la importancia de los intereses económicos y el riesgo de calentar una guerra fría son excesivos. Los únicos que pueden quitarle al PCCh el monopolio del poder en China son los chinos. Promover un «cambio de régimen» apelando a la fuerza externa sería una locura.

Pero hay buenos motivos para tratar de minimizar el daño que China puede hacer en los ordenamientos internos de países menos opresivos. Hay abundantes pruebas de que la presión china puede atentar contra uno de los pilares de las sociedades democráticas: la libertad de prensa y expresión.

Esta presión afecta en particular a las instituciones occidentales que dependen del apoyo financiero de China o de su mercado. China obliga a editoriales y universidades a retirar libros y artículos de investigación que ofendan a su gobierno. Las películas de Hollywood evitan todo aquello que pueda traer problemas en China. Funcionarios de la Unión Europea han censurado informes que la critican.

La inmensa riqueza de China implica que también puede presionar a los gobiernos de otros países para que compren su tecnología a pesar de las dudas en torno de si es segura. Pero en esto no hay nada nuevo: todas las grandes potencias usan su influencia para imponer conductas. Estados Unidos lo hizo durante la Guerra Fría, y lo ha vuelto a hacer en ocasiones, en detrimento de las libertades democráticas ajenas. Pero al menos Estados Unidos no ha sido, en general, ideológicamente hostil a esas libertades en la manera en que lo son las autoridades chinas.

La cuestión es qué hacer al respecto. ¿Cómo defender lo que queda del mundo libre contra las estrategias predatorias de una dictadura muy rica y poderosa? Pompeo tiene razón en recalcar la importancia de la solidaridad. La protección de intereses compartidos se instrumenta creando organizaciones internacionales para la salvaguarda y fiscalización de reglas y leyes compartidas. Ese ha sido el objetivo de las Naciones Unidas, lo mismo que el de la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud y también la UE.

Estos organismos suelen tener grandes defectos, y en general es un error esperar que baste invitar a una dictadura a participar en ellos para volverla menos opresiva. China ha usado la membresía en la OMC para desafiar las reglas en beneficio propio. La OMS también se ha mostrado demasiado dispuesta a ceder a sus demandas. Y por dar otro ejemplo, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha atentado contra su propia misión al tener como miembros algunos regímenes muy cuestionables.

Pero eso no es motivo para abandonar esas instituciones o ignorarlas. La política nacionalista de Trump y su afinidad instintiva con dictadores, incluido Xi, están destruyendo esa solidaridad que según Pompeo necesita el mundo libre.

Esto es mucho peor que hipocresía. Es una amenaza directa a todas las democracias del mundo. El unilateralismo bravucón de Trump, el desdén que muestra a líderes democráticamente elegidos y su decisión de retirar a Estados Unidos de diversas instituciones internacionales son al menos tan perjudiciales para la libertad como las presiones de China.

Pero la protección de la libertad de expresión y otros derechos democráticos contra los intentos chinos de debilitarlos tampoco implica dejar de relacionarse con China, y mucho menos insultar a sus ciudadanos. Aunque un siglo sangriento de invasiones extranjeras no es excusa para el belicoso nacionalismo de China, sí ayuda a explicar su susceptibilidad. Referencias sarcásticas al coronavirus («kung flu») y acusaciones infundadas de que todos los estudiantes chinos en el extranjero son espías del gobierno son una ofensa incluso para los muchos chinos que todavía tienen sus esperanzas cifradas en sociedades más libres que la propia. Inflamar el sentimiento nacional chino es el peor modo posible de moderar la conducta de la dirigencia china.

Ya bastante difícil es simpatizar con Trump y Pompeo, pero tal vez sea incluso más difícil solidarizarse con las opiniones del editor del Global Times (uno de los más estridentes instrumentos de propaganda del gobierno chino). Tras el discurso de Pompeo el mes pasado, Hu Xijin, editor del diario, tuiteó: «Exhorto a los estadounidenses a que reelijan a Trump, porque en su equipo hay muchos locos como Pompeo que ayudan a China a fortalecer la solidaridad y la cohesión en un modo especial».

Y no se equivoca.

Traducción: Esteban Flamini

Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate


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Ian Buruma

Ian Buruma

Escritor y editor holandés. Vive y trabaja en los Estados Unidos. Gran parte de su escritura se ha centrado en la cultura de Asia, en particular la de China y el Japón del siglo XX.

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