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La galería de la infamia histórica y la mentira

A propósito del libro “Dictadoras: Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia”, de Rosa Montero

Luis Rocha Urtecho

28 de agosto 2020

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Dictadoras”, con el subtítulo de “Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia”, de la escritora y periodista española Rosa Montero, es un libro que tengo en mis manos que es una verdadera tentación —un imán— para un ciudadano de Ninguna Parte. Una lectura ineludible sobre esas mujeres, que lo fueron y lo son de los hombres más despiadados y mentirosos de la historia. Pienso reseñar el libro en otra oportunidad, ya que ahora haré una pequeña escala en los hombres, algunos de ellos de esas mujeres, y otros, a quienes circunstancias similares han colocado en la galería de la “infamia histórica”, al lado de, aunque en épocas distintas, tiranos y caudillos cuya sed de sangre y poder no tuvo límites en la humanidad. Sobre los prototipos de la infamia, y maestros de los actuales —nuestros contemporáneos— dice Rosa Montero:

Todos los dictadores son igualmente inadmisibles, pero si comparamos a los cuatro que estamos analizando, creo que podemos advertir ciertas características peculiares en cada uno de ellos. Mussolini era un violador, tanto de las mujeres como, metafóricamente, de las masas; Hitler era un genocida personalmente pusilánime, Franco un mediocre y un beato, y Stalin, simplemente un asesino”.


Podríamos hacer asociaciones con el mundo de la música para reflejar con mayor claridad a cada dictador y a su régimen. Si comparamos a Hitler con una ópera ensangrentada de Wagner, a Mussolini con una ópera bufa y a Franco con un sainete, Stalin sería un cuento de terror gótico. Era Nosferatu y necesitaba la sangre de los demás para poder seguir viviendo. Probablemente, la triste historia de Svetlana (hija de Stalin) sea el mejor ejemplo de lo que significaba esa convivencia. Svetlana en su conmovedor libro cuenta que, cuando tenía once años y ya estaba huérfana de madre, no entendía por qué iban desapareciendo uno tras otros sus queridísimos tíos y tías. (…) “Una tras otra se suicidaban numerosas personalidades importantes del partido. (…)Los hombres desaparecían como sombras.” (…) Qué palabras tan tremendas. Dibujan efectivamente esa aterradora intimidad, que es una perfecta representación, en lo doméstico, del horror colectivo que impuso Stalin en su pueblo, en su país. Ese hombre que prometió crear un Paraíso en esta tierra y que acabó construyendo un cruel Infierno”.

En la actualidad, los “discípulos de los cuatro de la infamia”, están actuando con el denominador común de su aferramiento a relegirse o de propiciar que otros, como en Ninguna Parte, se reelijan. Sólo así se explica, por ejemplo, el retorno del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, al redil del que lo creímos a salvo, y no bastándole eso, buscar en el Secretario Ejecutivo de la CIDH, Paulo Abrao, al chivo expiatorio de sus muy personales desaguisados políticos, que en su carta para esa alevosa acción, ve en Pablo Abrao lo que, en realidad, está en su forma de comportarse. Porque como el mismo Almagro diría parodiándose a sí mismo: “Es completamente falta de ética y repudiable” arbitrariamente no renovar el contrato de Abrao, y colocarse, otra vez, en una posición que imposibilita el acceso a la democracia y la justicia, y le facilita a la dictadura el hacerse de otras elecciones amañadas.

Lástima por Almagro. No parece “descender” políticamente de don Pepe. Y si lo parece de Aleksandr Lukashenko, quien en Bielorrusia se está religiendo desde 1991, y se encamina a su sexta reelección, fusil en mano, armado ante la multitud, como aquí la represión acompaña al dictador a quien ahora favorece Almagro. En Bielorrusia tampoco hay lugar para la oposición. Como aquí, se la persigue: La escritora y Premio Nóbel de Literatura Svetlana Alexievich, acaba de ser citada para interrogatorio como testigo penal por la creación del Consejo de Coordinación de la Oposición bielorrusa; el líder ruso opositor, Alexei Navalny, parece haber escapado de un envenenamiento tipo Putin; Donald Trump envenena a su pueblo matando negros y va desquiciado hacia su reelección; en Brasil Jair Bolsonaro receta muertes y puñetazos en la boca a la prensa y cree ser gracias al covid-19 otro candidato a reelegirse, a lo mejor junto con Maduro en un raro casamiento de izquierda y derecha o viceversa, hasta que Almagro los separe.

Mientras tanto no se dan cuenta que el pasado los está uniendo. Se están fusionando con “los cuatro de la infamia”. A lo mejor creen que pueden ser el relevo. Decía Rosa Montero que “todos los dictadores son igualmente inadmisibles”. Así lo explica: “Hitler pretendía erigir un imperio milenario y destruir a los comunistas, sus enemigos ideológicos y territoriales. Mussolini, quien de joven había tenido ideales socialistas, creyó que podía reconstruir el Imperio romano. Stalin apostaba por la revolución mundial y el triunfo universal del comunismo. ¿Qué buscaba Franco? Lo cierto es que, aunque aparecía como el heredero de los Reyes Católicos y hacía alardes neo imperiales, en realidad quizá buscaba demostrar que todo el mundo se había equivocado con él.(…) Sobre Mussolini y su mujer Clara, Suttora explica que este es el único caso en la historia moderna en el cual el cadáver de un dictador fue expuesto (primero ambos fusilados y ahorcados) para escarnio ante su pueblo (…) Porque, como todos sabemos, Hitler se suicidó (y su cuerpo fue encontrado más tarde en terrenos de la cancillería); Stalin murió en su cama, igual que Franco”.

Para finalizar incluyo lo que escribe Rosa Montero sobre Hitler; me da la clave de que quizá las dictadoras se aferran a los mentirosos, y un retrato contemporáneo, para que usted lo descifre: “Después de salir de la cárcel y en no más de nueve años Hitler reconstruyó el partido, eliminó a la oposición interna como así mismo a aquellos que consideró poco fieles a su mandato. (…) Medio millón de individuos se afiliaron al partido, mientras que el gran capital lo apoyaba. (…) Su mayor limitación intelectual era la incapacidad para concentrarse durante mucho tiempo en un trabajo o problema, algo que, con frecuencia, le convertía en superficial y restringía seriamente la feliz culminación de sus empresas. Entre sus defectos, detectados ya en su juventud, estaba el de ser un tergiversador nato, un manipulador de la verdad, un mentiroso”.


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