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La ciudad que nos habita

¿A qué edad de nuestras vidas afloran los vínculos afectivos con nuestro lugar de nacimiento?

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Pinta bien tu aldea y serás universal”.
León Tolstoi

“Juigalpa es una vaca echada
en pleno llano,
a quien los perros ladran
sin poder levantarla”.
Guillermo Rothschuh Tablada


El último parto de Francis Fukuyama, Identidad-La demanda de dignidad y las políticas del resentimiento (Ariel, 2019), trajo de regreso a mi lado el recuerdo de numerosos escritores por los que guardo especial cariño: poetas, ensayistas, cuentistas, novelistas y cronistas. El denominador común es el amor que estos profesan por la ciudad donde nacieron o crecieron. Aferrados al terruño pensaron que su mejor tributo era dejar constancia del apego que le dispensan. El ensayista y crítico literario uruguayo, Emir Rodríguez Monegal, lo dice en términos irrebatibles. “… no se cambia de raíces con solo cambiar de ciudad, se sigue viviendo donde se ha descubierto el mundo”. Es probable que algunos lo descubrieran fuera del lugar donde arribaron al mundo. Estoy seguro que la inmensa mayoría lo hizo en la ciudad de sus amores. No tengo dudas.

Cuando leí por vez primera la crónica de Guy Talese, Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas (Retratos y encuentros, Alfaguara, 2010), lo primero que hice fue compartirla con mi padre. Estaba convencido que le gustaría por obvias razones: su amor entrañable por Chontales y especialmente por Juigalpa, no es menos intenso que el afecto de Talese por la ciudad donde debutó como cronista. De origen italiano, nacido en una isla —New Jersey— su primer libro tiene como epicentro a esta ciudad. En Nueva York: los paseos de un afortunado (1961), se detiene a “presentar el carácter pueblerino de los barrios neoyorquinos” y a la vez vuelca su mirada sobre la vida de una serie de personas “que habitan en las sombras de la gran ciudad”. Muchísimo antes Woody Allen me había conmovido con su película sobre Manhattan (1979) con su mirada de lince.

Creo que no hay neoyorquino que no haya sentido latir en su corazón la crónica de Talese. Uno se recrea en la descripción de la ciudad y sus habitantes: trompetistas, cantineros, artistas, boxeadores, médiums, vigilantes, taxistas, limpiabotas, ladrones, estibadores, vagabundos, sordomudos y sus lugares emblemáticos. La noche que conocí Times Square me pareció familiar, también lo fue Broadway, donde pude ver para mí regocijo el musical Mamma mía. En mí caminata por Central Park recordé que en uno de sus costados vivía Talese en un departamento lujoso. La ciudad tenía el sabor que había impregnado en mi gusto. Talese fue periodista por diez años en The New York Times. ¿A qué se debería que haya ido a conocer el sitio donde los magnates financieros decidieron reconstruir de nuevo las Torres Gemelas? Nelly me convenció.

Pertenezco a una generación de arraigados. A eso obedece que mi relación con Juigalpa sea intensa y persistente. Nuestro padre enseñó a cada uno de sus hijos a quererla con amor maternal. ¿A qué edad de nuestras vidas afloran los vínculos afectivos con nuestro lugar de nacimiento? Sergio Ramírez tuvo a la ciudad universitaria como primer escenario de sus novelas. Tiempo de fulgor (1970) y Castigo divino (1988), antecedieron la aparición de Un baile de máscaras (1995). Masatepe, tierra de sus mayores, entró por derecho propio en su caudal narrativo, una vez que el escritor decidiera volver de tiempo completo a la literatura. Mi proximidad con esta novela tiene origen en la manera que Ramírez recrea su entorno, las vivencias de sus habitantes y la forma que teje las diferencias religiosas entre los Ramírez-Mercado.

libros

Confidencial | Agencias

Descubrí el rostro de México a través de la lectura de La ciudad más transparente del mundo (1950). Carlos Fuentes fue el primero en mostrarme su talante. El novelista logra una mixtura entre el México que asoma a la modernidad con los últimos disparos de la revolución mexicana. Empecé a transitar Ciudad de México (en mí época de estudiante en la Universidad Nacional Autónoma de México todavía era el DF), acompañado de un mapa. Mis primeras incursiones fueron por el lado Sur. Sentí su peso inconmensurable. Estrujante. Carlos Monsiváis me prestó sus ojos para ir descubriendo su perfil urbano, las truculencias de los políticos y su pasión inconfundible por retratar a muchísimos de sus artistas, cantantes y actrices. Amor perdido (1977), me mostró regocijado cómo habitan la ciudad sus gentes.

El cronista de mayor impacto para mí durante los últimos años ha sido Juan Villoro. El vértigo horizontal -Una ciudad llamada México (2018), contiene gracia y resulta encantadora. Lo que él llama Líneas de viaje es la invitación que nos hace para conocer la ciudad de los palacios asido de su mano. Un embarazo de veinticinco años. Tiempo suficiente para pintar un espléndido mural. Su mirada alcanza un universo difícil de abarcar y más complicado de entender. Una visión conmovedora. Testimonia su condición de hijo dilecto de Ciudad de México. Un lugar del que no ha podido escapar más allá de sus vueltas por el mundo. La sueña, vive y comunica. Al leerla aprecié de nuevo que para vivir en la Chilangópolis, “se necesita ser experto en trámites”. Una ciudad rara, disparatada, un tanto cálida, aunque casi siempre hostil y matrera.

El vértigo horizontal me reveló las razones que asisten a Héctor de Mauleón, para hacer un recorrido de siglos por la historia de México. Sus crónicas ofrecen un muestrario de la manera cómo se forjó el carácter y la fisonomía de la ciudad de los aztecas. La ciudad que nos inventa- Crónicas de seis siglos (2015), ratifica las causas por las cuales siento aversión por las postales. Esas tomas almibaradas ocultan más que lo que muestran de las ciudades. Nadie mejor que los escritores para introducirnos en sus misterios. La distancia que separa las crónicas de Juan Villoro del intenso recorrido de Héctor de Mauleón, radica que el primero procura brindarnos una aproximación de primera mano, mientras que el segundo combina su olfato con su sensibilidad de cronista para ofrecernos una visión embrujante. Su trajinar incansable.

Uno puede conocer una parte de París teniendo como guía Rayuela, Cortázar se enamoró de la cara Lutecia, tanto que allí vivió y murió, si es que acaso un escritor de su temperamento puede morir. Buenos Aires sigue siendo la ciudad que Jorge Luis Borges nos hizo sentir a través de su poesía y creaciones. A Salazar Bondy y Mario Vargas Llosa, debo mi acercamiento con Lima. Conocí Miraflores, su barrio tan querido, como homenaje a uno de mis novelistas predilectos. Sobra decir que cuatro de sus novelas, Los jefes (1959), La ciudad y los perros (1963), Los Cachorros (1967) y Conversación en la Catedral (1969), transcurren en Lima la horrible, como la llamó y cantó Salazar Bondy. García Márquez tuvo como único punto de partida para escribir Cien años de soledad, la ciudad donde nació. Imposible romper o saltar el círculo.

El primer contacto que tuve con Cuba fue a través de las radionovelas de la Mundial, sus jugadores de beisbol y la revolución de los barbudos. Desanduve las calles de La Habana guiado por Guillermo Cabrera Infante. Nadie mejor que Caín, con su ingenio e ironía, para mostrarme la vida nocturna de una ciudad a la que consagró su mejor obra: Tres tristes tigres (1968). Convencí al viceministro de telecomunicaciones del Gobierno cubano, René Hernández Cartaya, que me invitase a visitar los centros nocturnos de La Habana en una sola noche. Terminé mi periplo en el Club Tropicana borracho de alegría. Después serían Wendy Guerra (Posar desnuda en La Habana, 2011) y Leonardo Padura (Agua por todas partes, 2019), quienes me ofrendarían una visión renovada de La Habana. Los tres se distinguen por su encanto y simpatía.

Pedro Joaquín Chamorro se sintió desgarrado ante la tragedia que devastó Managua el 23 de diciembre de 1972. Richter 7 (1977) es la confluencia de su doble martirio: la censura de prensa impuesta por el último Somoza y el impacto que produjo en su conciencia el sismo que arrasó con la capital. Roberto Sánchez Ramírez se privó de escribir sobre Masatepe, no así de legarnos El recuerdo de Managua en la memoria de un poblano (2015), iluminada por su pasión bohemia y su trasiego por una ciudad a la que llegó para quedarse. En Managua- Recuerdos (2012), Róger Fischer muestra otra cara de la ciudad. El recuento de personajes es anterior a las andanzas vertidas por Sánchez Ramírez, por lo que puedo confirmar una vez más, que cada uno de nosotros tiene su propia versión de la ciudad que nos habita. No podría ser distinto.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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