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La caída de un símbolo

El cierre de El Nuevo Diario, se sintió en los nicaragüenses como la caída de un símbolo, el medio había logrado ganarse la conciencia ciudadana.

Opinión | El cierre de El Nuevo Diario

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Cualesquiera que hayan sido las razones que condujeron a la destrucción del edificio que albergó el funcionamiento de El Nuevo Diario durante treinta y nueve años, los nicaragüenses sintieron la estocada como la caída de un símbolo. El Nuevo Diario supo ganarse la conciencia ciudadana. La demolición fue la continuidad de su calvario, cuando la corporación Banpro puso fin —después de su compra en 2011— a una trayectoria llena de expectativas y esperanzas en una sociedad descorazonada. Su aliento se había tornado necesario. Los cambios en su política informativa y editorial fueron un zarpazo que estrujó corazones. Una voz —su voz— se apagaba en la defensa de las libertades ciudadanas. ¡Hoy claman por su ausencia!

El cambio de propietario supuso un traspiés, el horizonte se cernía lleno de incertidumbre. Con el cierre ordenado por sus dueños el 27 de septiembre de 2019, se cerró una etapa del periodismo nicaragüense. El compromiso de los periodistas de El Nuevo Diario, cuando más se requería del apoyo de los medios, dimensionó sus aportes en la búsqueda de la democratización de Nicaragua. Los fundadores este medio impreso —el 19 mayo de 1980— eran herederos y continuadores del legado de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, quien modernizó e imprimió a La Prensa su sello personal: la defensa intransigente de los sectores más empobrecidos y la necesidad de abrir espacio a todas las corrientes político-ideológicas.


Los lectores de El Nuevo Diario sintieron su desaparición como si hubiesen perdido una luz en horas de angustia. Un golpe inmerecido. Su lugar fue ocupado por un medio insulso, sin garra político-social. Su desnaturalización ocurrió en mayo de 2011, cuando su liderazgo fue hipotecado, haciendo a un lado un pasado honroso. Una renuncia explícita a su talante cívico. Los ensayos y bandazos subsiguientes indicaban que sus nuevos dueños navegaban sobre aguas inciertas. Nunca encontraron el rumbo. El traje les quedó largo. Echar por tierra el edificio fue como si pretendiesen descuajar las raíces sobre las que El Nuevo Diario cimentó sus principios. Una acción que, se quiera o no, arrasa con los vestigios de un símbolo.

Sus timoneles —Xavier Chamorro Cardenal y Danilo Aguirre Solís— emprendieron el viaje apostando por los sectores populares. La sobrevivencia del diario en la década de los noventa dependía en gran parte de su lectoría, prueba de su crecimiento, aceptación y desarrollo. A golpe de titulares y una agenda informativa consistente, El Nuevo Diario fue asentándose como un referente. Competir con La Prensa no era cosa fácil, se convirtió en su mayor estímulo. El periódico testimonia buena parte de nuestra historia. Se hizo cargo de temas insoslayables. La multiplicidad de negocios de los dueños de Banpro fue determinante para adquirir El Nuevo Diario. Fueron incapaces de ver más allá de sus intereses.

En los noventa El Nuevo Diario desanduvo nuevos caminos, dejó de ser furgón de cola de intereses partidarios y amplió sus ejes temáticos. El vuelco en su política informativa y editorial implicó abarcar un universo mayor. Nada de lo que ocurría en la política nacional sería ajeno a las preocupaciones más sentidas de sus directores y periodistas. El pacto político Alemán-Ortega era una carga onerosa. Sigue siéndolo. Estaban convencidos de la urgencia de aportar nuevas luces en las luchas políticas que se avecinaban (2007). Con una agenda dirigida a preservar la institucionalidad del país, cuestionaron los atropellos jurídico-políticos. La decisión comenzó a profundizarse a partir de las reformas constitucionales de 1995.

La madurez de cualquier medio de comunicación se mide cuando abre páginas, micrófonos y pantallas a voces disidentes de su política editorial. Se requiere de un alto grado de firmeza. Acoger el sentir de quienes se identifican con el medio resulta trivial. Complejo es permitir que personas con posiciones contrarias, puedan expresarse sin asomos de censura. El Nuevo Diario conformó una página de opinión sólida y plural en el universo mediático del país. Amplitud percibida en las diversas plumas que expresaban con absoluta libertad su manera de entender y resolver los problemas más urgentes de la vida nacional. Una pluralidad de voces, en un país donde los gobernantes pretenden que se escuche solo la suya.

En su página de opinión podían leerse a Juan Bautista Arríen, Carlos Tünnermann, Miguel de Castilla, Onofre Guevara, Jorge Eduardo Arellano, Luis Rocha, Erick Aguirre, Fernando Bárcenas, Julio Francisco Báez, Mónica Zalaquett, Lorna Norori, etc., una polifonía que permitía apreciar desde distintas perspectivas, todo cuanto acontecía en Nicaragua. Sus criterios iluminaban el discurrir educativo, histórico, cultural, político, fiscal y económico del país. La desbandada se produjo con el cambio de dueños. Banpro compró El Nuevo Diario necesitado de una caja de resonancia y para controlar todo cuanto dijeran de sus negocios. Ofrecía la oportunidad de congraciarse con el Gobierno, razón de más para comprarlo.

El arrojo de El Nuevo Diario fue clave para que gozara de una amplia acogida, mostró que estaba libre de supeditaciones políticas con el sandinismo liderado por Daniel Ortega. Un equívoco persistente consiste en afirmar que los medios son independientes, habría que aclarar de quiénes o frente a qué. Los medios construyen la realidad. Sus versiones sobre el acontecer nacional o internacional se sustentan en sus distintos compromisos. En Nicaragua unos apuestan por la democratización y otros son partidarios o se muestran ciegos y callan sobre los males del autoritarismo y el continuismo político. Una posición asumida por los dueños de Banpro. El llamado modelo corporativo era sumamente redituable.

La mejor prueba de su permanencia en la memoria de la población, es que donde quedaban sus instalaciones, seguirá siendo un lugar para dar direcciones —fijará el rumbo de las personas que marchan sobre la carretera Norte. El tiempo se dividirá en un antes y un después de El Nuevo Diario. Vivo de donde fue El Nuevo Diario, 3 cuadras al lago; otros dirán de donde fue El Nuevo Diario, 5 cuadras al Sur. Los nicaragüenses tienen fuerte propensión por brindar direcciones teniendo como punto de partida edificios, mansiones y hospitales desaparecidos, sumemos ahora las relaciones de camaradería que este medio forjó, a través del trajinar diario de sus periodistas (un ir y venir mañana, tarde y noche), con sus vecinos y lectores.

Las manifestaciones de congoja en las redes sociales, doliéndose de la demolición del edificio donde sus periodistas dieron sentido al acontecer nacional, expresan el alto predicado que tenían por un medio que hizo suyos sueños y reveses. Su carácter popular, contrario al alza de la canasta básica, al pacto Alemán-Ortega, su lucha por salarios dignos para obreros y campesinos, su defensa de las mujeres y demandas estudiantiles, su rechazo a los fraudes electorales, al continuismo político y a las últimas reformas constitucionales (2014), etc., marcan hitos en su agenda. La ciudadanía supo aquilatar su presencia en horas de desasosiego y dolor. Hoy están más conscientes que nunca de la importancia de su existencia.

Las diferentes etapas de El Nuevo Diario muestran sus repercusiones en la historia nacional. Lo ocurrido en Sep./2019, resultó doloroso. La clausura de un medio empobrece a la sociedad. La disminuye. Un cierre pretextando razones técnicas. Todos sabemos que sus dueños no deseaban mal disponerse con los gobernantes. La nueva etapa histórico-política inaugurada por las luchas estudiantiles (Abril/2018), desafiaban su agenda. Se sintieron intimidados. No estaban preparados para lidiar con el desborde popular. No busquemos tres pies al gato. Estos son los verdaderos motivos que determinaron su desaparición. Tumbaron el edificio, ¡nunca lograrán que la gente olvide sus aportes por la dignificación de Nicaragua!


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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