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Mi generación Yo

Los jóvenes que queremos a este país debemos primero realizarnos como personas para luego realizarnos como ciudadanos

Los jóvenes posrevolución nacieron entre 1992 y el año 2000, es decir después de la derrota electoral del Frente Sandinista. Archivo/Confidencial

9 de junio 2016

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En estos días, a raíz de un estudio que será publicado por el Centro de Investigación para la Comunicación (CINCO), ha comenzado un debate sobre la generación de los millennials (1990-2000) y su apatía hacia la política y preocupación por su futuro personal.

El reportaje (video y nota sobre el estudio ya mencionado) que ha sacado Confidencial ha sonado como un reproche hacia mi generación, ya que, como bien han afirmado algunas personas, este reportaje contrapone la generación de hace cuarenta o treinta años con la nuestra y acentúa que la generación “revolucionaria” arriesgaba sus vidas por causas como la de la lucha contra una dictadura y que nosotros nos interesamos más por resolver nuestro futuro, como si esto no fuera bueno o no fue también uno de los motivos por los que en su tiempo lucho la generación de hace cuatro décadas.


Lo que si le debemos aceptar al estudio del CINCO y al reportaje sobre este, realizado por Confidencial, es que sí, efectivamente estamos siendo individualistas y apáticos con la política en cuanto a que no estamos participando en ella, pero no se nos puede achacar esto como una decisión deliberada por nuestra parte. El reportaje no menciona los orígenes de esta “apatía”, que es causada por la clase política de la generación de quienes nos reprochan. Esa clase política no ha tenido ni tiene la intención de integrarnos o formarnos, políticamente hablando.

Además, hoy en día las personas prefieren hablar menos de política. Las encuestas de M&R -que algunos políticos de “oposición” usan a favor cuando les beneficia o les sirve para achacarle algo al gobierno, pero critican cuando Ortega sale con buena nota- señala que las personas prefieren no participar en discusiones políticas e incluso un buen número prefiere retirarse de estas porque señalan que generan malos entendidos o enemistades -¿Cuántos no tenemos broderes con los que no podemos platicar de temas en los que opinamos diferente?. Es más, esta misma encuestadora en estudios pasados señala que en las mismas universidades, donde se supone que podríamos discutir de cualquier tema, nosotros, la generación Yo, preferimos no hablar de política porque no hay seguridad para hacerlo libremente.

Entonces, ¿por qué la generación revolucionaria nos reprocha a los jóvenes como si le estamos dando la espalda al país cuando han sido los políticos de la generación de nuestros reprochadores los que nos han dado la espalda?

Tampoco podemos olvidar los consejos que nos han dado nuestros padres que, a como bien ya mencionaban otros, nos han invitado a estudiar y evitar involucrarnos en guerras como la que vivieron, en donde perdieron amigos y familiares. Esta invitación que nos hacen no es porque hoy se desentiendan de la causa por la que lucharon, es porque quieren evitarnos el dolor que vivieron.

Entonces, es entendible que los jóvenes de hoy busquemos como aspirar a una familia, a un hogar, a un carro -especialmente si vivís en Managua en donde transportarse es un deporte extremo-, a educación, a tener certeza de nuestro futuro.

La generación de ayer no tiene el peso moral para reprocharle a la nuestra esta apatía, pues como dije, no fue una decisión que se ha tomado porque no nos importa el país, sino porque la anticuada clase política de nuestro país no nos ha dejado espacio en la toma de decisiones. Muchos jóvenes están actuando de forma pragmática, sin buscar la confrontación, con la esperanza de hacer realidad sus aspiraciones -que incluyen seguramente a una mejor y más justa Nicaragua-, que ya de por sí eso representa un gran reto, sino pensemos en la cantidad de nicas que cada año se van al exterior, nicas incluso estudiados que al no encontrar trabajo en su país y al tener que mantener una familia, se van a otros lugares a buscar el sustento propio y de los suyos.

Yo, siendo de la generación de los millennials, si puedo cuestionar a los de mi generación y a mí mismo -sin que se me ocurra sugerir que sigamos las vías armadas de ayer para resolver los problemas de hoy- ya que no tengo ningún impedimento moral para hacerlo, y puedo preguntarnos: ¿No nos estamos equivocando al no cuestionar a nuestros representantes a pensar que podamos disentir con ellos? ¿No estamos siendo apáticos con cuestiones -como la calidad de la educación- que realmente pueden afectar nuestros proyectos personales? ¿Nos estamos formando -y no necesariamente bajo la militancia de un partido tradicional- para tomar las riendas del país en un futuro?

Y así podría continuar con una serie de cuestionamientos más. Creo que efectivamente estamos siendo apáticos, pero afirmar que nos estamos equivocando solo será posible si no reaccionamos oportunamente. El hecho de que estemos siendo apáticos-pacíficos en vez de tomar las armas o hacer un bochinche por cualquier inconformidad es algo positivo, pues a pesar de que venimos de una periodo belicoso, no somos una nación sumergida en la violencia como sí lo son otras en el istmo centroamericano. Eso para mí es un logro, uno de los logros que debemos preservar y sobre el que debemos seguir edificando el país que queremos.

La meta aquí es que los partidos tradicionales puedan convencernos de interesarnos en la política, pero esto implicaría que cambien su modus operandi, algo de lo que verdaderamente no soy muy optimista. Por lo que la otra opción que se me ocurre es que los jóvenes que queremos a este país y llegamos a sentir un compromiso serio con la construcción del futuro del mismo, comencemos por superarnos, por realizarnos primero como personas para luego realizarnos como ciudadanos, que hagamos cumplir los propósitos transformadores que tiene la educación -y este es un compromiso que principalmente debemos tener los universitarios- y sirvamos a la sociedad de la que también nos servimos, que lleguemos a replantearnos un nuevo contrato social en el que todos tengamos una equitativa cabida y definamos las sendas que hemos de seguir para lograrlo, pero siempre bajo el compromiso y la experiencia de que la mejor forma es la vía cívica, en donde el disenso no sea un impedimento, sino la oportunidad para debatir y conocer al contrario.

Tenemos suficiente historia para por lo menos estar claros qué pasó y dónde no equivocarnos, y que si erramos que no sea por repetir viejas prácticas, sino en la realización de prácticas innovadoras, en nuestro intento por alcanzar el país que queremos.

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*Esta es la opinión de una persona en construcción, que está cerca de cumplir la edad necesaria para ejercer plenamente sus derechos políticos y que busca entenderse así mismo y a su sociedad*

3 de junio del 2016.


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René José Pérez Vázquez

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