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Exconvicto justiciero

Javier Cercas, ganó el Premio Planeta de Novela 2019, con la novela Terra Alta, obra estupenda, ratifica que la novela negra goza de buena salud

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Numerosos escritores hispanoamericanos espigan exitosamente en el frondoso árbol de la novela negra. Continúan creando personajes inolvidables. El catalán Arturo Pérez-Reverte engendró a Falcó, un mercenario al servicio del franquismo. Se atiene únicamente a la paga recibida. En tres de sus obras —Falcó (2016), Eva (2017) y Sabotaje (2018) — recrea sus andanzas en el contexto de la Guerra Civil Española. En Nicaragua, Sergio Ramírez creó al inspector Morales, obligado a fundar una agencia de detectives, después de salir de la Policía Nacional por la puerta ancha. En su debut El cielo llora por mí (2009), esclareció y detuvo a los miembros de un cártel de narcotraficantes, en esa época todavía se desempeñaba como miembro del cuerpo policial. Ocho años después reapareció en Nadie llora por mí (2016), dirigiendo la agencia de detectives, donde bajo encargo aclara un caso sonado de violación.

El catalán Javier Cercas, ganó el Premio Planeta de Novela 2019, con la novela Terra Alta, obra estupenda, ratifica que la novela negra goza de buena salud. Dividida en dos partes, Cercas se aleja del microrrelato y toma el atajo del flash back para recrear su relato. Al igual que los cultores del género —en una vuelta de tuerca— convierte en policía a un exconvicto, Melchor Marín, hijo descarriado, drogadicto y traficante al menudeo y al por mayor de drogas en los estibaderos de Barcelona. Al no saber nunca quién era su padre —siempre quiso saberlo— se sentía atormentado. Rosario, su progenitora, ejercía como puta en una cadena de prostíbulos con nombres fáciles de reconocer: Riviera, Sinaloa, Saratoga, Calipso. Por las noches, Melchor siendo adolescente se sometía al suplicio de identificar, a través del ruido de los pasos de los visitantes en casa de su madre, quién de ellos podría ser su padre.


La transformación radical experimentada por Melchor, se debe a dos razones, al asesinato de su madre y a la lectura de Los miserables. La mayor influencia en la cárcel proviene del Francés —mote del bibliotecario de la prisión. Un hombre con aires de sabelotodo. Su primer preceptor en la lectura de novelas. Después de leer dos libros que le supieron insípidos, se acercó al bibliotecario para decirle que deseaba leer un nuevo libro. El Francés estaba fichando los dos volúmenes de Los miserables. La puso en sus manos y le dijo que no había mejor novela que esa. Se deshace en elogios. Fagocitado por su lectura, Melchor se identifica de inmediato con Jean Valjean. Un párrafo bastó para meterse en la piel del truhan. Al conocer su desgracia, levantado en vilo, siente que la furia, el dolor y el odio de Valjean son los suyos. Una identificación plena. La vida que él había llevado hasta entonces era idéntica a la del fugitivo.

Cuando Valjean cambia de nombre y se convierte en el industrioso, sabio y virtuoso señor Magdalena, Melchor experimenta un cambio brusco, el personaje se diluye en su cerebro. Está convencido que Magdalena nada tiene que ver con su vida. En ese momento de la lectura aparece en escena Javert. Un policía con algunas características similares a la suya. Es un ser desarraigado, hijo de un presidiario, quien encuentra el leitmotiv de su vida, su forma de sobrevivencia, esperanza y futuro, en apegarse de manera estricta a la ley. Javert sale a la caza de Valjean. Siente deseo de detenerle, una especie de apetito irrefrenable. El perseguidor no cede al reposo. Una vida consagrada a la ley y el orden, estremecen la conciencia de Melchor. Sufre un cambio de ciento ochenta grados. El viraje lo conduce a sentir simpatía por Javert. Una prueba evidente de la capacidad persuasiva de Víctor Hugo, el afamado novelista francés.

Al concluir la lectura de Los miserables, Melchor ya no es el mismo. La metamorfosis experimentada es absoluta. En este reconocimiento de Cercas —lo reitera más adelante— veo que el novelista comparte plenamente la tesis expuesta por Mario Vargas Llosa en La verdad de las mentiras (1990). El peruano insiste en recordarnos desde los años sesenta del siglo pasado, el carácter sedicioso de la literatura. Su ensayo La literatura es fuego, sigue ejerciendo un impacto inmenso. La mudanza en Melchor es de una magnitud considerable. Cambia por entero su manera de sentir y apreciar los hechos. Trastornado por la lectura de la obra suprema de Víctor Hugo, (Vargas Llosa le dispensó al francés un homenaje en La tentación de lo imposible, 2004), Melchor siente que ya no es la misma persona que empezó a leer Los miserables. Sabe que nunca más volverá a serlo. Quedó atrapado por los poderes subversivos de la literatura.

Un lector acucioso percibe el reguero de pistas que Cercas va soltando. Un malabarismo que utiliza para mantener fija nuestra atención en el desarrollo de la trama. La ambigüedad y las contradicciones en que incurren los posibles actores del asesinato del matrimonio Adell, son la parte más visible del tejido narrativo. Acusaciones y contraacusaciones y la manera como las filtra el novelista, inducen a creer que cualquiera de ellos podría ser el culpable. La manera que Grau, gerente de Gráficas Adell, responde al interrogatorio, su desfachatez e insolencia, dejan perplejo a Melchor. La manera que Albert Ferrer, yerno de Francisco Adell, incrimina a Grau, generan sospechas de que este podría ser él quien ordenó su muerte. Su figura esmirriada y avanzada edad generan dudas en Melchor. La conducta del policía Salom y su interés por participar en las averiguaciones levantan suspicacias.

La configuración de los atributos de Melchor, son los mismos a los que recurren los maestros del género. Detenido una y otra vez siendo muy joven, un reincidente a quien poco importa su futuro; reniega de su suerte, convencido como está que nada puede hacer para redimirse. El asesinato de su madre opera como disuasivo. Identificado con Javert, repentinamente dice a su abogado —quien a la postre se convierte en su ángel tutelar— que quiere ser policía. No quiere perder tiempo. En la cárcel inicia sus estudios hasta completar ya libre el ciclo de su formación académica. La causa fundamental para convertirse en policía es el asesinato de su madre. Una vez graduado dedica parte de su tiempo a indagar en el mundo de las drogas y los bajos fondos de Barcelona, los nombres de los posibles actores de su desventura. Violando el reglamento, indaga por su cuenta. No era proclive de atenerse a las reglas.

Al enterarse cómo fue muerta siente una rabia infinita. Vivales, el abogado contratado por su madre para sacarlo de la cárcel, le había ocultado parte de los hechos. Tuvo una muerte atroz, fue violada y le destriparon la cabeza. Hace justicia por su cuenta, persigue a los violadores y maltratadores de mujeres. Siente repulsión por estos rufianes. Los golpea sin piedad. El justiciero salta por encima de los protocolos establecidos por la Policía. La indagación llega a un punto muerto. Asuntos internos lo investiga. Al dar muerte a cuatro miembros de una célula terrorista islamita, se convierte en héroe de la noche a la mañana. Sus jefes deciden que escoja donde ir para enfriarlo. Temen que los islamitas tomen venganza. Escoge como destino Terra Alta. El policía deja de ingerir licor. Se convierte en adicto de la Coca Cola. El silencio de Terra Alta le produce insomnio. Es amigo de los ruidos de la ciudad.

Al no dar con pistas que ayuden a esclarecer los hechos, las averiguaciones sobre el caso Adell son cerradas. El único que disiente de la decisión es Melchor. Muestra desacuerdo. En Melchor todo es diferente. Al salir de la cárcel traía inoculada la pasión por la lectura. Sus compañeros en Terra Alta ríen de su inclinación por las novelas. Conoce a Olga, la bibliotecaria del pueblo, una mujer de mayor edad que la suya. No le importa. El pretexto para llegar a visitarla son los libros. La complicidad entre Olga y Melchor son los vicios compartidos. Bajo su recomendación lee El extranjero, La Peste, El doctor Zhivago, El Gato Pardo, El tambor de hojalata y La vida. Instrucciones de uso. Su amor por Los miserables lo expresa poniendo a la hija de ambos Cosette. Insiste. Trata de convencer a sus superiores de reabrir el expediente. No lo consigue. Decide una vez más actuar por su cuenta y reabre las pesquisas.

Para tratar de disuadirlo, los hechores tratan de intimidarle echándole encima un carro a Olga que provoca su muerte. Una garganta profunda filtra a Melchor que en la investigación está la clave del asesinato. Descubre que uno de los cómplices es Salom, su mentor y amigo. Para evitar que descubran que Albert Ferrer es el asesino de su suegro, Salom manipuló una de las fotografías que contiene sus huellas digitales. Lo demás es historia. Estoy convencido que Cercas debió a estas alturas dar por concluida la novela. La alargó de manera innecesaria. Su decisión me lleva al convencimiento de que hay novelas a las que no les hacen falta páginas (pongo como ejemplo El hombre que amaba los perros (2009) del cubano Leonardo Padura, 761 páginas). Así como hay otras que les sobran, como este caso (375 Pág.). No por eso Terra Alta deja de ser una gran obra. Todo es cuestión de gustos. Yo expongo los míos.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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