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Esa mala levadura es peor que cualquier virus

La última palabra es: “en tus manos encomiendo nuestro espíritu de lucha, para que no claudique”.

Edgar Tijerino

7 de abril 2020

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Entre una crisis duplicada, la brutal socio-política sostenida a hierro y fuego sin un rasgo de humanidad por la peor dictadura imaginable, y esta pandemia universal escalofriante que está cerrando todos los espacios, el tan sufrido pueblo nicaragüense se encuentra frente a las puertas de estos días llamados santos, viendo a Jesucristo, el gran ejemplo, clavado en la cruz en su intento de salvarnos. Ahí estaba quien dijo en su última cena con los apóstoles: “Tomad y comed porque esto es mi cuerpo; bebed todos de este cáliz, porque esta es mi sangre que será derramada para la salvación del mundo”. Un momento de excelso humanismo. Sin duda, el sacrificio llevado a su máxima expresión.

Tiempo después, aquí estamos batallando con la multiplicación de los males y el agregado tenebroso de ese virus. ¿Por qué el bien, en permanente jaque, parece doblar su Rey constantemente? Ya lo apuntaba nuestro Rubén cuando el santo de Asís le decía al Lobo de Gubbia con precisión de mosquetero: “En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste”. Algo que hace recordar el diálogo de Miguel Ángel con el Papa Julio, cuando frente al techo de la Capilla Sixtina, observando los trazados de la creación del mundo, el pontífice guerrero le pregunta: ¿Así es como ves al hombre, noble, hermoso, sin temor?. Y el artista de las manos prodigiosas le contra pregunta: ¿Y de que otra forma podría verlo? Sorprendentemente el Papa Julio le responde: “Corrupto, malvado, con las manos llenas de sangre, destinado a la condenación” Miguel Ángel cierra con una sencillez purificada: “Pinté al hombre como fue creado por Dios, inocente, libre de pecado, agradecido. Mi idea es que el hombre aprendió el mal de si mismo, no de Dios”


En un alarde de atrevimiento, instalado en el valle de nuestras desgracias, voy a entrar –revisando las siete palabras- en una discusión imaginaria con lo divino sin pretender “arañar” su esencia.

Sí lo saben.

La primera palabra de Jesucristo en la cruz, mostrando su bondad infinita es: “Perdónalos que no saben lo que hacen” Señor, los que aquí han provocado tanto daño, si lo saben, y no se han detenido, ni con el deterioro quizás irreparable de un país, ni con la seria amenaza y posible arremetida de una pandemia que carcome al mundo. ¿Qué ha pasado con el factor humano que en tiempos recientes han tratado de heredarnos Gandhi y Mandela intentando seguir tus huellas a través de resistencias pacíficas? Sin arrepentimiento, la generosidad del perdón se tambalea.

¿En el paraíso?.

En la cruz, tenías a un desviado bueno y uno malo a cada lado. Entre tantos culpables de todos los males que han agobiado a este desventurado país, y sobre todo mirando a los responsables de los recientemente incontables daños, devorando corderos y pastores ¿a quién de esos responsables podrías decirle que te acompañara al paraíso? Tu que todo lo puedes atar y desatar, estarías en serias dificultades mirando  al lado de esos culpables, este pueblo desnudo y enclenque.

Pobre Patria

La tercera palabra fue “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre! La virgen María no pudo abrazarse a la cruz. Estaba prohibido. A muchos les tienen aquí prohibido abrazarse a su patria que gime, que sangra y se deteriora. Hijos, he ahí a su patria, golpeada salvajemente. ¿Qué pueden hacer por ella? Patria, he ahí a tus hijos de verdad, resistiendo las embestidas de tantas arbitrariedades de diferentes tamaños. Aférrate a estas renovadas esperanzas.

Abandonados

“Dios mío ¿por qué me has abandonado? Taladrados sus pies y manos, a la vista sus heridas que llegan a los huesos, deshilachadas sus vestiduras, Jesucristo parece hacer un reclamo después de tanto sufrir y tanto padecer, sin embargo, es obvio que al mismo tiempo es un llamado para que la lucha siga, esa lucha que nosotros no pudimos, pero si estos jóvenes, campesinos y patriotas, con el respaldo de una Iglesia combativa. El grito es ¡Acompáñanos, no nos abandones!

Esa sed

De libertad, de justicia, de moral, de aplicar correcciones, queda graficada en la quinta palabra: “Tengo sed”. Es un factor motivador que puede impulsar a una sociedad a tomar todos los riesgos en busca de la necesaria transformación de un país. “Tengo sed”, una palabra desgarradora, que sale desde el fondo del alma de un pueblo sediento de algo mejor, que termine con el pretendido sometimiento obsceno que es el objetivo de toda dictadura para establecerse. Hacia allá va esta nueva generación.

Todos consumado

Hace años, leí en un sermón, que la misión de Jesús estaba cumplida y que la humanidad quedaba a su libre albedrío. Las huellas de Jesucristo te colocaban en ruta a la salvación, en tanto el otro rumbo, te llevaba a la confusión siempre peligrosa. El futuro iba a depender de nosotros, y la herencia cargada de fatalidad que han recibido los jóvenes, es consecuencia de la incapacidad de quienes no pudieron manejar un presente que les fue favorable, los obliga a fajarse como Jesucristo lo hizo, sin bajar nunca la guardia. Así que aquí, enfrentando una dictadura sin precedentes, hace falta mucho por hacer y hay prisa por hacerlo. Asignatura pendiente.

La encomienda

“En tus manos encomiendo mi espíritu”. Exhausto en la cruz, Jesucristo se encomienda al padre. No es un momento de resignación. Es un reconocimiento al  espíritu de lucha que mostró en todo instante, ese que ha alentado a este pueblo en los dos últimos años, y que no debe decrecer pese a la presencia obsesiva de la represión. La pandemia exige una suma de esfuerzos, una tregua necesaria, un pensamiento pro país, pero la última palabra es: “en tus manos encomiendo nuestro espíritu de lucha, para que no claudique”.

Como dice el Papa Francisco, nunca puedes perder la esperanza.


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