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El pertinaz gemido del viento: relato de un ecocidio

¿Novela negra o novela verde? La novela de Ivan Gutiérrez es sobe la ruralidad profunda, lo que hemos llamado “tierra adentro”

Los libros de siempre son un antídoto

20 de diciembre 2020

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Cuando leo de un tirón una novela recién salida del horno es porque me ha capturado ya desde el primer párrafo. Y si el autor es nicaragüense y además lo conozco y sé que es la primera obra que publica, me impongo una actitud crítica y cierto rigor. Leo y comento no por ser leal a mi amistad con el autor, menos aún por compromiso. Rara vez hago recomendaciones, y menos de literatura, porque no soy experta. Con esta advertencia espero convencer a mis amigos amantes de la literatura de que la mirada con que he leído El pertinaz gemido del viento, novela de Iván Gutiérrez, no enfoca las calidades literarias de la novela. Sólo expongo las cualidades que me convencen del valor que contiene. Señalaré cinco:

1) Aparte de la fluidez y sabrosura de su prosa, a mi juicio este es un nuevo tipo de novela en Nicaragua, por el tema que aborda. No enfocaré la forma, la estructura ni el estilo, sino el tema, pues prescinde de los lugares comunes de la novela  hasta hoy. Tampoco comentaré la cuentística nacional. Por lo general las obras de ficción nicas ocurren en escenarios urbanos en los que lo rural, si acaso aparece, es siempre tangencial. La excepción son algunas novelas históricas o autobiográficas que describen la exuberancia del paisaje por el que transitan sus personajes. En muchos casos, y cualquiera que sea el género de la novela, lo rural es marginal o se presenta como elemento folclórico, pintoresco, costumbrista. No hablo de la novela latinoamericana, en la que abundan relatos que suceden en espacios rurales o semirrurales. Pensemos en Miguel Ángel Asturias, Rosario Castellanos, Francisco Rojas González, Ermilo Abreu Gómez, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, García Márquez y muchos otros, en cuyas narrativas la frontera urbana-rural resulta borrosa.


La novela de Iván Gutiérrez es todo lo contrario: el contexto, dramáticamente detallado, es la ruralidad profunda, lo que hemos llamado “tierra adentro” o “montaña adentro”; en algunos momentos bordea lo urbano por ser la sede del poder corrupto que a fin de cuentas es el autor intelectual directo e indirecto de la tragedia que esta novela narra: un ecocidio que, igual que ocurre con las masacres humanas, queda en la impunidad, aunque abierta la esperanza de que alguna vez se haga justicia.

2) No soy dada a clasificar las narraciones por su género, pero en este caso me pregunto qué tanto es una novela negra o un relato de ficción basado en la historia reciente. Si bien incluye temas como el poder, el crimen, la corrupción, el amor y en algún grado la historia, me atrevo a decir que se trata de una novela más verde que negra. Es decir, una novela cuyo escenario es una reserva del trópico húmedo con toda su biodiversidad, y en ella una comunidad mayagna. Hay, por supuesto, personajes principales y secundarios, pero el meollo es la defensa de una reserva y su consiguiente destrucción mediante un incendio criminalmente provocado.

Así, me pregunto si Iván está inaugurando en Nicaragua lo que ha dado en llamar novela ecológica o literatura ecológica, un subgénero literario que va ganando ímpetu. Quienes sentimos interés por este tipo de novela −más cuando vemos que Nicaragua y otros entornos ecológicos de Latinoamérica son objeto de rapiña y escenario de graves desequilibrios ambientales–, hemos identificado a varios escritores no latinoamericanos como los precursores de la novela ecológica. Entre ellos figuran, por ejemplo, Margaret Atwood con El año del diluvio (publicada en Ottawa en el 2010); Cormac McCarthy con La carretera (publicada en EE.UU. en 2006); Frank Schätzing con El quinto día, (publicada en Alemania en el 2004), y muchas otras[1], todas ellas catalogadas como “novelas ecológicas”. En Latinoamérica se reconoce como uno de los predecesores explícito de este subgénero a Luis Sepúlveda escritor chileno, cuyas novelas más conocidas son Un viejo que leía novelas de amor, y Mundo del fin del mundo.

3) Ya dije que el personaje principal de la novela de Iván Gutiérrez es una entidad colectiva: una comunidad indígena del Caribe norte. Y aquí, toca reconocer que es escasa la literatura nicaragüense que habla de esta región y su población. No obstante, hay dos importantes autores que, aunque con distintas perspectivas, han explorado esta región en sus obras. El primero fue Lizandro Chávez Alfaro en su magnífica novela Trágame tierra, donde denuncia las complejidades y contradicciones identitarias y raciales del Caribe nicaragüense. Otro es Erick Blandón, quien dedica su novela Vuelo de cuervos al tema indígena y narra las tragedias de los pueblos originarios. En esta novela, internacionalmente reconocida[2] e inspirada en hechos reales, Blandón detalla el drama ocurrido durante la revolución con la reubicación forzada de las comunidades misquitas desde las riberas del río Coco hasta los asentamientos de Tasba Pri, narración que entraña una honda crítica y un feroz sarcasmo. Iván, por su parte, toma en cuenta a estos dos grandes escritores, y como tirando de un hilo, nos lleva a la actualidad: describe y denuncia no solamente el abandono histórico y los terribles desmanes cometidos durante la guerra de los 80 contra los derechos y las vidas de los pueblos indígenas, sino que además muestra que se han renovado los procesos de expoliación, marginación y desprecio hacia la población indígena y afrodescendiente, y sobre todo, el saqueo económico, social, cultural y ambiental que se promueve o se tolera desde el poder mediante todas sus formas de corrupción y rapacidad.

4) En la novela de Iván Gutiérrez, el narrador (en segunda persona) no ubica la acción en un país determinado. Y aunque el autor reconoce que lo que narra puede suceder en otras partes de América Latina, las referencias históricas que incluye, más la descripción de la biodiversidad (nomenclatura de especies botánicas y zoológicas propias del trópico húmedo de Nicaragua), más el estereotipo cultural de sus personajes y las referencias a la región del Caribe norte permiten deducir que lo narrado ocurre en nuestro país.

5) Otra de las contribuciones de esta novela es que retrata con sencillez a los actores sociales y los procesos de descomposición y recomposición que ha venido sufriendo la tenencia de la tierra, y además subraya la agudización de la inequidad en el sector agropecuario. El arrasamiento de los bosques, la extracción de maderas preciosas y la inserción de la ganadería extensiva desbaratan sin miramientos la vida, la cultura y los medios de subsistencia de las comunidades indígenas. Así, la novela nos permite comprender cómo opera la desarticulación y destrucción que desde hace mucho tiempo viene provocando el avance de la frontera agrícola, que no es más que la destrucción y el saqueo de las reservas y áreas protegidas.

6) Hay novelas que cuando termino de leerlas cierro el libro y de inmediato me levanto en busca de otro. Al terminar la de Iván me ocurrió como sólo ocurre cuando leo una buena ficción: cierro el libro y permanezco largo rato pensando, repasándola, saboreándola, sufriéndola y haciéndome mil preguntas, mientras me balanceo en la butaca en la que me acuno para este sagrado placer. Según dicen, la buena novela es aquella que deja al lector meditando, apegado a un libro que hubiese preferido que no terminara nunca.

[1] Son conocidas: Dune, del estadounidense Frank Herbert; El rebaño ciego, del inglés John Brunner; Cenital, del español Emilio Bueso; El quinto día, de Frank Schätzing; Senderos de libertad, del español Javier Moro; La sequía, de James Graham Ballard; La chica mecánica, del estadounidense Paolo Bacigalupi.[2] Publicada primero por el CNE en 1999 y luego por Alfaguara en el 2016, se le reconoce como una obra de gran calado.

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Nadine Lacayo

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