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El peligroso interregno de Estados Unidos

Ante el miedo mutuo en Estados Unidos, la afirmación de Biden de que “no hay estados rojos o azules, solo Estados Unidos” es un buen comienzo

Figuras del presidente estadounidense Donald Trump (2-L) y del presidente electo Joe Biden (2-R) se ven en un escaparate de una tienda de souvenirs en Nueva York, Nueva York, EE. UU. // Foto: EFE

Barry Eichengreen

12 de noviembre 2020

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BERKELEY – Las transiciones presidenciales nunca son fáciles, especialmente cuando implican la derrota en las urnas de un presidente en funciones. Pero esta vez la transición ocurre en medio de una crisis sin precedentes. El presidente todavía en el cargo se niega a reconocer la votación como un rechazo a sus políticas y siente una antipatía visceral por el presidente electo, a quien acusa de deshonestidad y a quien desestima como demasiado frágil para asumir las obligaciones del cargo. Acusa a su sucesor de ser un socialista, un defensor de políticas que pondrán al país camino a la ruina.

El año era 1932 y la transición de Herbert Hoover a Franklin D. Roosevelt ocurrió en medio de una depresión económica y una crisis bancaria sin parangón. El presidente saliente, Hoover, sentía una intensa aversión por su sucesor, cuya incapacidad preocupante no era una falta de agudeza mental, sino más bien la parálisis parcial de Roosevelt. Llamaba a FDR “camaleón a cuadros” y lo acusaba de lidiar “desde el fondo del mazo”. Durante su campaña y después, Hoover insinuaba que las tendencias socialistas de FDR pondrían al país en un “sendero hacia Moscú”.


En aquel momento, el interregno duró cuatro meses, durante los cuales el presidente derrotado y el Congreso hicieron poco o nada para resolver la crisis en curso. Las corridas bancarias y el pánico se propagaban de manera contagiosa, obligando a los gobernadores estaduales, uno tras otro, a cerrar sus sistemas bancarios. Pero Hoover se negó a declarar un feriado bancario unilateralmente. Para cuando FDR asumió la presidencia en marzo de 1933, el sistema bancario y toda la economía estaban prácticamente paralizados.

Hoover era consciente de la crisis. Pero se oponía ideológicamente a la intervención del gobierno federal. Y estaba plenamente convencido de sus opiniones.

Ahora se puede esperar un comportamiento similar del presidente derrotado de Estados Unidos, Donald Trump. Por ideología y despecho, es probable que Trump se niegue a hacer algo sobre el coronavirus arrollador. La pregunta es hasta dónde llegará para impedir los esfuerzos del presidente electo, Joe Biden, por ocuparse del tema apenas asuma la presidencia. ¿Trump les prohibirá a los miembros de su grupo de trabajo sobre el coronavirus y a otros responsables informar al equipo de transición? ¿Retendrá información sobre la Operación Máxima Velocidad, el esfuerzo del gobierno para producir una vacuna contra el COVID-19?

Al no ver ninguna necesidad de nuevas políticas, Hoover hizo todo lo que estaba en su poder para limitar las opciones del presidente entrante. Como ferviente creyente en la santidad del patrón oro, le pidió a FDR que emitiera una declaración apoyando su permanencia, como una manera de fomentar la confianza. Alentó al presidente electo a apoyar, y hasta recomendar, a miembros de la delegación de Estados Unidos designada por Hoover para la conferencia internacional programada para discutir las deudas de guerra europeas y el restablecimiento mundial del patrón oro.

FDR reconoció el peligro de atarse las manos y se negó a comprometerse antes de asumir la presidencia. Ante el desaire del presidente electo, Hoover, furioso, difundió copias de sus comunicaciones, atizando a la opinión pública.

De la misma manera, podemos esperar que Biden rechace las súplicas de Trump- si las hay- y evite compromisos que limiten su espacio de maniobra política. Pero Trump ya lo ha limitado de otras maneras. En particular, los nombramientos judiciales de Trump plantearán un desafío para el esfuerzo del nuevo presidente de hacer política a través de órdenes ejecutivas y directivas regulatorias. Mientras tanto, los esfuerzos por proponer legislación y confirmar a los nominados para puestos administrativos probablemente se vean frustrados por el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, suponiendo que no haya ninguna otra sorpresa electoral proveniente de Georgia (un estado que Biden parece haber ganado y en el que en enero se llevarán a cabo elecciones de segunda vuelta para dos bancas en el Senado).

La transición de Hoover a Roosevelt tuvo lugar en un momento peligroso. Las movilizaciones políticas espontáneas de todo tipo estaban en aumento. Un Ejército de los Bonos (Bonus Army) de más de 43 000 veteranos de la Primera Guerra Mundial y sus familias había descendido a Washington, a mediados de 1932, exigiendo el pago de certificados de servicio a sus veteranos. Los manifestantes fueron dispersados de manera violenta, con pérdidas de vidas, por la policía de Washington y el Ejército de Estados Unidos bajo el liderazgo del general Douglas MacArthur. Ese episodio no fue irrelevante en la derrota electoral de Hoover (un resultado que podría haber servido como advertencia para Trump, que también llamó a las tropas para dispersar a los manifestantes).

Por otra parte, había protestas, algunas violentas, contra las ejecuciones hipotecarias que tenían lugar en las escaleras de los tribunales en todo el país. Había un creciente respaldo popular de políticos extremistas como Huey Long de Louisiana. Las penurias, el desempleo y la desesperanza económica formaban el telón de fondo frente al cual Giuseppe Zangara, un albañil desempleado con problemas físicos y mentales y opiniones antisistema extremas, intentó asesinar a Roosevelt 17 días antes de la asunción.

Hay dos lecciones en todo esto. El presidente electo y quienes lo rodean necesitan tomar precauciones adicionales para su seguridad personal, dado el clima político encendido y los continuos esfuerzos por parte de Trump por avivar las llamas. Y Biden ahora, al igual que FDR entonces, debe reiterar su mensaje de esperanza y unidad como un antídoto para el coronavirus y la división política. En 1933, era “el propio miedo” lo que los norteamericanos tenían que superar. Hoy, cuando es el miedo mutuo lo que los norteamericanos deben superar, la afirmación de Biden de que “no hay estados rojos o azules, solo Estados Unidos” es un buen comienzo.

*Barry Eichengreen es profesor de economía en la Universidad de California, Berkeley, y exasesor principal de políticas del Fondo Monetario Internacional. Su último libro es The Populist Temptation: Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era. Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.

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