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El golpe de Estado: etapa superior de la lucha

Ortega, empujado por sus contradicciones, ha acelerado la entrada en otra fase de lucha, que necesariamente requiere de nuevos liderazgos

Daniel Ortega en un acto oficial durante la celebración del Repliegue. Carlos Herrera/Confidencial.

Julio Icaza Gallard

6 de agosto 2016

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No terminábamos de interpretar los alcances del despojo de la representación del PLI y la anulación de la posibilidad para la Coalición democrática de competir en las elecciones, cuando Daniel Ortega dio otro zarpazo al expulsar de la Asamblea nacional a 28 diputados de las mismas fuerzas que hoy integran esa Coalición.

Se habla de la implantación de un régimen de partido único o hegemónico, al estilo de la ex República Democrática Alemana, así como de un golpe de Estado, versión esta última más cercana a la realidad. Los elementos ideológicos de lo que se sigue llamando FSLN han desaparecido y han sido sustituidos por jaculatorias y esoterismos. No existen órganos internos con funciones cuyo ejercicio indique un nivel mínimo de institucionalización, excepto la voluntad omnímoda de los eternos Comandante Daniel y compañera Rosario. Estamos, por tanto, más frente a una secta o una organización mafiosa que a un partido. La escogencia de esta última como Vicepresidenta revela la ausencia de mecanismos dentro de la organización para solventar la sucesión. Ante un vacío eventual en el liderazgo único la solución más a mano fue la dinástica, la más débil, con muchos factores en contra de su consolidación.


Un golpe de Estado sin la intervención clásica de las Fuerzas Armadas, con la disolución del Congreso a través de la eliminación de todo elemento disidente y su reducción a órgano obediente y de trámite formal. Golpe silencioso, incruento, a lo Fujimori, pero con el mismo objetivo: el control total sobre todos los poderes y el aparato del Estado y la eliminación del último vestigio de funcionamiento democrático o autonomía.

Los empresarios esta vez empiezan a preocuparse: no pensaban que Ortega llegase tan lejos. Tienen miedo de que la ya conocida historia se repita y el clima de negocios se descomponga, toda vez que estas decisiones antidemocráticas ponen nuevamente a Nicaragua en el radar internacional. El monstruo que ellos mismos han estado tolerando y alimentando todos estos años empieza a sacar las uñas y a moverse más allá de las tácitas líneas rojas. Saben que las elecciones, tal y como están programadas, no significarán y mucho menos resolverán nada; por el contrario, terminarán aislando al régimen y profundizando su crisis de legitimidad, abriéndose a partir de ellas un período de gran inestabilidad con un Gobierno prácticamente de facto.

Golpe de Estado y, en todo caso, eliminación del pluralismo político, lo cierto es que estamos ante una alteración grave del funcionamiento de la democracia y que, de acuerdo al artículo 20 de la Carta democrática, amerita una apreciación colectiva de parte de la OEA. El Secretario General Luis Almagro debe adelantar cuanto antes el Informe prometido sobre la situación de Nicaragua para que los órganos competentes de esa Organización puedan examinarlo y tomar las medidas necesarias.

Ortega sabe que la cuenta regresiva empezó para Maduro y que el referéndum revocatorio es imparable, con lo que termina el financiamiento de su populismo y empieza seguramente el de la oposición; que Evo y Correa no repetirán; que en el panorama latinoamericano se quedará solo con los hermanos Castro. ¿Intentará negociar con los EE.UU. un modus vivendi, como ha hecho Cuba, sin tener el leverage de esta última? Independientemente de quien gane las elecciones en ese país, necesita posiciones para negociar, posiciones que ya ha adelantado y sobre las que podrá ir cediendo a cambio de prolongarse en el poder y resguardar la fortuna que ha logrado hacer. Con Trump habría espacio para un acuerdo pragmático, entre cínicos; con Hillary Clinton enfrentará un panorama sumamente complejo, el más probable, pues ella fue la que cortó la Cuenta Reto del Milenio tras el fraude de 2008.

Europa está sorda y muda, atontada por el golpe del Brexit que no termina de asimilar y preocupada por su seguridad, con los ataques y amenaza permanente del terrorismo. Es evidente el cansancio europeo con una región como la centroamericana que, tras recibir miles de millones en cooperación en las últimas décadas, no termina de resolver sus problemas estructurales y sobrevive bajo la amenaza permanente de una involución política. Pero el costo de ese esfuerzo de décadas no puede tirarse por la borda: los golpes a la democracia en Nicaragua han sido tan fuertes y significan tanto retroceso que ameritan un enérgico pronunciamiento y un recordatorio de la cláusula democrática que opera en las relaciones comerciales y de cooperación, en el marco del Acuerdo de Libre Comercio de la Unión Europea con Centroamérica.

En Centroamérica Ortega únicamente cuenta con el apoyo de Sánchez Cerén, a quien le quedan escasos dos años en la Presidencia y es además sumamente dependiente de los EE.UU. Con el resto de países las relaciones son más bien frías, y malas en el caso de Costa Rica, lo que se manifiesta en el desdén de Ortega por las reuniones del SICA, a las que ni siquiera se digna asistir. La deriva totalitaria en Nicaragua se contrapone a todo los que los centroamericanos han venido firmando en materia de integración política y económica desde los Acuerdos de Esquipulas y representa ya un `problema para la región, que incluye el desequilibrio en el balance razonable de fuerzas militares provocado por las últimas adquisiciones de armas proveídas por la Rusia de Putín.

Cerrado el espacio parlamentario, que ha funcionado básicamente como caja de resonancia de las denuncias de la oposición y no como el espacio de negociación y participación real que significa en una verdadera democracia, únicamente quedan el espacio virtual de la prensa independiente y el espacio real de las calles. La batalla mediática y la protesta cívica, la denuncia pública y el levantamiento. Ajeno a esta crisis, por el momento focalizada en los actores políticos principales, preocupado por la sobrevivencia en el día a día, escéptico de la política y de los políticos, viendo los abusos, el robo y la violencia cada vez mayor con que se reprime, será el pueblo quien tenga la última palabra. Ortega, empujado por sus contradicciones, ha acelerado la entrada en otra fase de lucha, que necesariamente requiere de nuevos liderazgos.


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Julio Icaza Gallard

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