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El domador de toros

El profesor Arauz Castilla cree justo humanizar su relación con el Toro Pinto. ¿Esta prerrogativa solo puede tenerla Juan Ramón Jiménez?

Guillermo Rothschuh Villanueva

15 de agosto 2021

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Echame ese toro pinto,

hijo de la vaca mora,


para sacarle una suerte

delante de mi señora”.

Anónimo- Folklore centroamericano

¿Dónde se percibe mejor el altruismo del profesor Luis Arauz Castilla? ¿En el acompañamiento que hace a los deudos desde el momento de la muerte de uno de sus seres queridos o cuándo aconseja a los hombres que considera víctimas de mal trato? Para muchos tal vez sean los treinta y ocho años que tiene de andar por las calles de Juigalpa, con toros de su propiedad, amaestrados para que los niños puedan montarse y disfrutar del paseo. Los registros en los diarios Barricada, El Nuevo Diario y La Prensa, testimonian la atracción que ejercen sus animales durante el recorrido de la Gigantona, los 12 o 13 de agosto, dando por iniciadas las fiestas patronales en honor a la virgen de La Asunción.

Como ocurría con Edgar Allan Poe y nuestro Rubén Darío, la noche del 28 de abril de 1983, tuvo un sueño premonitorio. Decidió concretarlo en cuanto la ocasión le fuese propicia. Continuando con la tradición de Luis Gadea Arosteguí, Nelo Bravo González y Néstor Lanzas Galeano, adquirió el primer semental y empezó su labor pedagógica. Luis es maestro de educación. Dedicó cuarenta y cinco días a sujetarle una albarda sobre el lomo y otros cuarenta y cinco, los invirtió en enseñarle a caminar a su lado por las calles aledañas a su casa de habitación. El entrenamiento final consistió en montarle niños y niñas, con el objetivo de ensayar sus primeras presentaciones culturales en la ciudad.

Para ser fiel a su sueño, el primer toro tenía que ser pinto y así fue, se sentía pleno y dichoso. Iniciaba una nueva etapa de vida. El profesor Arauz Castilla tenía la certeza de estar frente a un acontecimiento que lo colocaría en la antesala de la fama. Este no era el propósito, tampoco iba a rehuirlo. El debut del Toro Pinto, como llegó a conocerse entre lugareños y extraños, fue el 13 de agosto de 1984, acompañando el desfile de la Gigantona. Convencido que la caridad empieza por casa, la primera en participar de la algarabía fue Luisiana, su hija mayor. La aparición del toro constituyó una novedad entre los juigalpinos, se tomaban fotografías para registrar su alegría incontenible.

Deseoso por mantener la tradición, el profesor Arauz Castilla asumió por su cuenta el mantenimiento del animal. Nadie aportaba ningún centavo, los directivos de las fiestas agostinas nunca lo han hecho. Su mayor tormento era cuando no tenía ni un céntimo para darle de comer. Lo más atrevido fue criar el toro en el patio de su casa. En las memorias que escribió sobre su experiencia en el manejo, crianza y cuidado del toro, deja constancia de las angustias que pasó en varios momentos, por no disponer de plata suficiente para evitar que el astado pasara hambre. El cariño que profesaba al Toro Pinto, era bastante parecido al que guarda por sus tres hijos. Su más grande tesoro.

Decidido a rememorar las alegrías y sinsabores deparadas por la existencia del Pinto, sintió el deber de escribir un opúsculo, para que todos conociéramos el significado trascendental que tuvo el toro en su vida. Una historia más de Chontales El Toro Pinto, (Impresiones Fernández, Segunda Edición, 30 de junio, 2000), compendia ansiedad, dolores y satisfacciones que le proporcionó el toro de sus sueños y realidades. Asomarse a sus páginas implica subir al cielo y bajar a los abismos. El trato que da al Pinto es como si se tratase de un ser humano. Se otorga una permisividad que transgrede cualquier límite. Estamos frente a una historia alucinante, reverberante, impensable y humana.

Solo quienes han sentido un amor especial por los animales, podrán comprender la decisión que tomó para identificar la existencia del toro con su propio destino. Hay dos afirmaciones sorprendentes. Una está referida a lo que Arauz Castilla llama La vivienda del toro. Como buen agrónomo lo ubicó bajo un árbol de acacia, cuya sombra cobijaba al Toro Pinto, se convirtió en testigo de su vida desde su corta edad y hasta el día de su muerte. Guarecido bajo sus frondosas ramas, fue su albergue “en las noches oscuras y frías y días soleados. El árbol ha sido protector en invierno y verano”. Solo el amor y la ternura pudieron haberlo llevado a expresar estas consideraciones sobre el Pinto.

En el apartado dedicado a rememorar lo que él llama Gustos y disgustos, no tiene empacho en afirmar que “el único gusto o deseo que ha sido imposible darle es que no tenga novia, una hembra que le haga feliz de vez en cuando. Es un toro célibe, todavía es un niño virgen. Este es un trago amargo para él”. Cree justo humanizar su relación con el toro. ¿Por qué debería sorprendernos? ¿Esta prerrogativa solo puede tenerla don Juan Ramón Jiménez? ¿Únicamente al Premio Nobel de Literatura (1956), está permitido plantear una relación intimista con Platero? Para mí no resulta nada sorprendente que el profesor Arauz Castilla, nos revelara la naturaleza de su relación con el toro de sus amores.

Los chontaleños pudieron disfrutar del espectáculo durante doce años. El 13 de agosto de 1996, una hora después de haberse iniciado el recorrido, acompañando el tradicional desfile de la Gigantona, el Pinto murió a causa de intoxicación alcohólica. ¿Se descuidó Arauz Castilla y no se percató que daban de beber al toro Morir Soñando, el fuerte brebaje etílico preparado por los chontaleños para enervar los ánimos durante las dianas y montaderas de toros en la Monumental Plaza Vicente Hurtado Morales, “Catarrán”? El impacto de su fallecimiento fue inmediato. Las televisoras locales pararon las transmisiones para informar el deceso. Su muerte produjo dolor y perplejidad.

La corresponsal de El Nuevo Diario en Juigalpa, mi prima, Tatiana Rothschuh Andino, registró su desaparición en los términos siguientes: Sacude a juigalpinos muerte del toro pinto. En las entradillas el diario expresa: “Era la gran atracción de las fiestas patronales. Murió con la barriga repleta de “Morir Soñando”. En el cuerpo del texto afirma que su partida conmovió a los juigalpinos, advirtiendo que su fama trascendió las fronteras departamentales. Se distinguió también en las fiestas patronales de Granada, Masaya, León y Tipitapa. En el reporte necrológico, Rothschuh Andino, hace mención de la invasión de personas que hubo en la vivienda de la familia Arauz, para acompañarle en la vela del Pinto.

Otra faceta extraordinaria del profesor Arauz Palacio, es la solidaridad que muestra a las familias durante la vela y exequias de sus muertos. La última vez que lo vi hacerlo el 20 de abril (2021), fue durante los funerales de doña Esperanza González de Cruz. Cuando llegué a la casa donde fue velada, Luis Arauz Castilla, ya se encontraba ahí. Al salir rumbo a catedral, acomodó las coronas fúnebres alrededor del ataúd. En la misa fue uno de los encargados de recoger la limosna. Al partir al camposanto, como siempre acostumbra, para evitar tropiezos en el recorrido, Luis marchaba adelante dando vías, vestido con una chaqueta verde, muy parecida a la que utilizan los policías de tránsito.

Sin duda que lo más controversial y sorprendente fue haber asumido la defensa de aquellos hombres que considera agredidos por las mujeres. ¿Será que no conoce el movimiento feminista #MeToo o más bien piensa reforzar su existencia? En un rapto de inspiración y después de sufrir la separación de su esposa, decidió escribir una especie de abecedario, bautizado con el nombre de Los objetivos de la casa de reconciliación de hogares. Con sentido práctico, establece el carácter de su iniciativa: “La casa de reconciliación de hogares presta servicio como mediadora en un diálogo de reconciliación, sin usar la violencia, si hay voluntad en ambas partes”. Un prontuario concebido para evitar que las parejas se separen.

La calidad humana y el humanismo del profesor Luis Arauz Castilla, explican por sí solas su deseo de servir a los demás, sin otra satisfacción que las del deber cumplido. Cuando le pregunté los motivos por los cuáles había renovado la crianza y domesticación de toros, me respondió que lo hacía por su amor al terruño. A la muerte del Pinto, adquirió un torito negro, quiso la mala suerte que le saliera ciego de ambos ojos. Tarde se dio cuenta de su desgracia. Para amortiguar su mala suerte, se dedicó a amaestrar su nueva adquisición. Con su tendencia a filosofar, dice que lo hizo para demostrar que los ciegos pueden desarrollar cualquier trabajo, “El error de la sociedad es verlos como inválidos”.

Su propensión a humanizar la relación animal-hombre, señala otra causa que lo indujo a no desmayar, deseaba demostrar que “muchísimas personas son ciegas en algunas cosas, aunque tengan buenos sus dos ojos. Y a muchísimos nos cuesta reconocerlo”. La ceguera del toro no constituía ningún obstáculo, estaba convencido que podía domesticarlo igual como lo había logrado con el Toro Pinto. ¡Lo consiguió! Me resultó un tanto discordante que se quejara que el toro por demás le había salido chiclán. ¿Cómo podía hablar así una persona que se aprecia ajena a toda expresión machista? En ese momento supe que Arauz Castilla tal vez no escapa a ese sentimiento retrógrado que anida en muchos corazones.

Su vida no deja de causarme admiración. Muchos se aprovechan de su humildad, eso desacredita a quienes hacen chanza de su disposición de ayudar sin que se lo pidan. Vivimos una época donde la nobleza resulta un valor pasado de moda. El profesor Luis Arauz Castilla, seguirá siendo una persona altruista, como buen cristiano, comulga con el principio de hacer el bien sin mirar a quién. Podrá estar equivocado en algunos de sus planteamientos, eso no importa, no lo hace de mala fe. Debo confesar que tenía tiempo de no encontrarme con una persona capaz de darse por entero a quienes más lo necesitan, sin importarle color, raza, religión o tamaño. Luis es un ser de otro mundo.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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