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El debate de la izquierda sobre las protestas en Cuba

La mayoría de los rebeldes tienen menos años que el régimen que quieren tumbar. Cuando nacieron, el dinosaurio ya estaba ahí

Dos simpatizantes del régimen cubano detienen a un manifestante pacífico en La Habana. Foto: Efe/Ernesto Mastrascusa

15 de julio 2021

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Desde los oteaderos exteriores, Cuba no se ha visto en más de sesenta años. La cubre una espesa manigua ideológica entre la que solo penosamente logran avanzar los que en verdad quieren saber. Para unos ha sido el paraíso socialista, opuesto a la barbarie capitalista. Para otros ha sido la sucursal del infierno sobre la superficie marina del caribe. Antes de que las calles de más de veinte ciudades cubana se llenaran el domingo 11 de julio del descontento que pujaba por salir de las vetustas casas, las valoraciones sobre el levantamiento ya estaban hechas. Sobre todo las de la izquierda. ¡Contrarrevolución a la vista!, anuncian los intelectuales que, siguiendo la tradición de Sartre y Wright Mills, han dado su bendición sin restricciones a un régimen que produce en grado superlativo lo que esos intelectuales criticaron en sus países: la hipócrita mala fe y una reducida, venal y militarizada élite del poder, por citar solamente las obsesiones de los dos escritores mencionados.

Unos minutos de meditación bastan para cuestionar el grito de alerta: ¿es razonable llamar contrarrevolucionarios a quienes se oponen a la nomenclatura fósil que dejó como sedimento una revolución que triunfó medio siglo atrás? ¿Todavía eso es una revolución? ¿Cuánto tiempo debe transcurrir para que un nuevo levantamiento transformador pueda apropiarse del título de revolución? La composición de los manifestantes era muy variada, pero la riada estaba llena de sans-culottes: ¿son esos los contrarrevolucionarios?, ¿esos que no tienen nada que perder salvo sus grilletes?


¿Son contrarrevolucionarios porque se oponen a un régimen que siempre ha vivido de la mendicidad internacional? Primero de la URSS, después de Venezuela y desde hace más de veinte años de las remesas. El gobierno de Castro se unió a otros huachicoleros latinoamericanos que se arracimaron en torno a la teta venezolana hasta que las sanciones hicieron inviable el modelo. Actualmente las remesas enfrentan dificultades para concretarse. Y el turismo se desplomó con la covid-19. Ese cuadro harto simplificado es un cóctel para la crisis.

Pero la izquierda pro-castrista quiere una mayor simplificación: el imperio nos agrede nuevamente. Los san-culottes son embobados e instrumentalizados. La premisa que siempre subyace a este tipo de dogmas es que el pueblo no sabe lo que le conviene y, si se rebela, es porque un puñado de provocadores lo empuja a golpes de dólares. Una consigna resume toda la situación y no deja espacio para el razonamiento. Esa izquierda, como la que Marx fustigó, abraza una abstracción y remonta la vista hacia el horizonte de las buenas intenciones —de las que el infierno está empedrado— para evadir las realidades que dan un mentís a la abstracción. Marx dijo que Proudhon, como típico pensador especulativo, no se remontaba a lo concreto a partir de una abstracción que él mismo elaboraba, sino que repetía, sin criticarlas, las abstracciones que el pasado le ofrecía y hacía caso omiso de las concreciones.

El mismo procedimiento sigue la izquierda simplificadora. No ha cambiado sus manías. No ha caído en la cuenta de que el capitalismo burocrático —así llamó Cornelius Castoriadis al socialismo real— produjo un tipo distinto de explotador: uno que no tenía que cuidarse de la eficacia y de administrar productos, sino solo de someter por la fuerza de las armas y de la ideología. Décadas de economía inorgánica, de un puro especular con la marca “socialista”, han conducido a una situación insostenible que la izquierda pro-castrista se resiste a reconocer. Y es que para esa izquierda Cuba no ha sido un país concreto, sino un referente etéreo de quienes desesperaron de construir el socialismo en sus países de origen y depositan sobre otros lomos el pesado y sanguinolento fardo que son los proyectos utópicos.

La mayoría de los rebeldes tienen menos años que el régimen que quieren tumbar. Cuando nacieron, el dinosaurio ya estaba ahí. Están en casi la misma situación que los jóvenes nicaragüenses que se rebelaron contra el régimen de Daniel Ortega en abril de 2018: no vivieron un solo día de la revolución que Ortega dice reeditar. No se ponen ese lente deformador. No llevan la utopía a cuestas. Miran el autoritarismo crudo y sin afeites, el extractivismo de la izquierda en concubinato con la derecha, la desigualdad llana y sin paliativos, los millones en la bolsa de Ortega y no al supuesto héroe. Muchas de esas muchachas y muchachos miran con empatía fraternal lo que está ocurriendo en Cuba. Atisban que ahí se define algo muy decisivo para el destino de Nicaragua. Siguen y circulan las noticias que caen a cuenta gotas. No miran la Cuba etérea de las abstracciones, sino la que empieza a estar a la vista, desideologizada y real, que se aproxima gritando: ¡Patria libre y vivir!


*Publicado en Arbolinvertido.com como Cuba a la vista

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José Luis Rocha

Escribió en CONFIDENCIAL entre 2026-2021. Doctor en Sociología por la Philipps Universität de Marburg (Alemania). Se desempeñó como investigador asociado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial de la Universidad de Manchester. Fue director del Servicio Jesuita para Migrantes en Nicaragua.

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