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El 18 Brumario de Boris Johnson

Boris Johnson y los líderes nacionalistas y antieuropeos de la derecha británica ven el Brexit como un mandato popular indeclinable

Que ciertos Estados aboguen por recluirse dentro de sus fronteras resulta anacrónico y contraproducente

Rafael Rojas

2 de septiembre 2019

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La disolución del parlamento es un proceso básico de la democracia británica. Cuando las legislaturas terminan, cuando estallan diferendos dentro del gobierno, cuando éste queda en minoría o cuando la isla entra en guerra, obligando a prórrogas, como sucedió en 1918 y 1945, el parlamento se disuelve. Lo que nunca había sucedido en la historia constitucional moderna de Gran Bretaña es que el parlamento se cierre para amordazar su voz en un momento de crisis.

¿Qué es el Brexit sino una crisis del lugar de Gran Bretaña en el mundo y del lugar de cada región dentro del Reino Unido? Boris Johnson y los líderes nacionalistas y antieuropeos de la derecha británica ven el Brexit como un mandato popular indeclinable. Pero habría que recordar que en aquel ejercicio plebiscitario de 2016 ganó el NO por poco más de tres puntos porcentuales y que en Escocia e Irlanda del Norte venció con ventaja la opción de permanecer en Europa.


Esta disolución del parlamento no se parece a otras como la de 1974, cuando la huelga general de los mineros, o a la de 1983, cuando Margaret Thatcher, triunfalista tras la guerra de las Malvinas, adelantó las elecciones para regresar al gobierno fortalecida. Ésta se parece más, salvando distancias, al 18 Brumario de Luis Bonaparte, como le llamó Marx al golpe contra la Segunda República francesa, en 1851. Como a Johnson, a Napoleón III, quien algunos ven como fundador del populismo moderno, le gustaban los plebiscitos.

Lo que busca Johnson es neutralizar al parlamento en las semanas decisivas para la resistencia legislativa contra la aceleración de la salida de Gran Bretaña de Europa. De lograrlo, el parlamento británico se suspendería hasta octubre, con un Brexit “duro” consumado, lo cual sería, a todas luces, un triunfo del Primer Ministro conservador. Si no lo logra, si la democracia británica llegara a detener este atropello a su institución fundamental, podríamos asistir al declive acelerado de esta nueva estrella de la derecha, nacida en Nueva York hace 55 años.

De Johnson se puede decir cualquier cosa menos que no se arriesga. Su jugada es temeraria porque parte de una sobreestimación del ascenso del populismo conservador en Gran Bretaña y el mundo. Si la presión judicial y callejera que se ha activado en Londres, que involucra desde sectores moderados del conservadurismo y el laborismo, hasta la izquierda más radical de Momentum, contiene la vía rápida de Johnson, éste probablemente tenga que renunciar y el Partido Laborista podría ganar el gobierno.

El conflicto británico genera un choque de visiones sobre la democracia, muy sintomático del cambio de época que vivimos. Para Johnson, la democracia es el Brexit, como reflejo de la voluntad general en un referéndum. Para sus opositores, la democracia es el proceso deliberativo y legislativo del régimen parlamentario. Se produce así una curiosa inversión de perspectivas por la cual la derecha defiende la democracia directa y la izquierda la democracia representativa.

Para Johnson, cualquier reversión del Brexit es, además, una claudicación frente a Europa, ya que, a su juicio, Bruselas subordina la democracia británica al interés geopolítico comunitario. Johnson apela hábilmente al viejo nacionalismo inglés, como Donald Trump al estadounidense y Marine Le Pen al francés, en busca de una resignificación excepcionalista de la democracia. Para Johnson no es Europa o, mucho menos, la globalización, sino Inglaterra, el origen y destino de la democracia.

La vuelta al nacionalismo conservador en buena parte de Occidente debería obligar a la izquierda a reafirmar su orientación universalista, pero la izquierda, también en Gran Bretaña, está atrapada en sus propios referentes identitarios. Como ha señalado Timothy Appleton, Momentum muestra eficacia en los procesos electorales locales, pero comparte el “mismo horror al pensamiento abstracto” de la derecha.

*Publicado originalmente en La Razón

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Rafael Rojas
Rafael Rojas

Historiador y ensayista cubano, residente en México. Es licenciado en Filosofía y doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de la Ciudad de México y profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia y Austin. Es autor de más de veinte libros sobre América Latina, México y Cuba.

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