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Economía conductual

Al ausentarse las prácticas éticas se incrementan el número de corruptos

Arnoldo Martínez Ramírez

18 de julio 2016

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La economía conductual combina la economía con la psicología, para estudiar lo que ocurre en los mercados y la economía misma, analizando el comportamiento humano (racional o no, bien o mal intencionado), sus limitaciones y las consecuencias derivadas de éste. Se sabe que tomar decisiones implica un proceso racional y lógico, sin embargo, estas con frecuencia se ven afectadas por el estado de ánimo, emociones y factores externos fuera del control de quien decide. Entonces, cabe la posibilidad que las personas transgredan sus valores y normas de conducta.

Los seres humanos siempre tomamos decisiones, y aunque incurrimos en errores, la experiencia o las fuerzas del mercado nos alertan a no repetirlos. Para decidir tenemos capacidad de analizar datos, valorar alternativas y seleccionar las más oportunas. Dan Ariely, profesor de la Universidad de Duke, EEUU, entremezcló la economía y la psicología y logró la “Economía Conductual”, que indica que hay una brecha entre el modelo racional, que pregona la economía tradicional, y el comportamiento cotidiano de los individuos. Según él, las personas somos predeciblemente irracionales, pues repetimos traspiés, exponiéndonos a decisiones desatinadas.


Expertos en economía conductual demostraron que mentir es humano y que todos lo hacemos. ¿Podemos ser honestos si mentimos? Se es deshonesto si se tiene oportunidad de serlo, pero sólo hasta un nivel tolerable. Los montos de dinero, las leyes, la ética, y los castigos reducen la deshonestidad. El sentido de la moralidad está asociado al grado de engaño con el que la persona se siente cómoda. La conducta está suscitada por dos motivaciones en conflicto: querer considerarse una persona honorable, y querer sacar provecho del engaño -afirma Ariely. El Modelo Simple de Crimen Racional, propone que guiados por la razón sólo buscamos maximizar nuestros beneficios, y no robamos sólo por no terminar en prisión.

Es posible que todo inicie con pequeñas mentiras que oímos en nuestra niñez, y asumimos que no dañan. Los adultos, con buenas o malas intenciones, nos engañan con historias, trabajos, profesiones, actividades escolares, infidelidades, adicciones. Es posible que un niño al terminar su primaria esté cómodo con el hábito de mentir, y desee ser más perspicaz que sus compañeros. Este comportamiento está en función de cómo se ve ante el espejo; si tiene o no remordimiento; y de qué manera se beneficia con sus acciones.

Los valores morales adquiridos en la familia, colegio, y comunidad, inducen a no robar ni mentir. El robo y la mentira son eslabones de una cadena perniciosa que incluye comportamientos disfuncionales, que al arraigarse se convierten en hábitos obsesivos. Instaurada esa cadena, el robo toma el mando y se fragua el mundo de una mente delictiva. Se inicia con robos menores, se piensa que no serán atrapados, y se continúa con robos a familiares, que de ser descubiertos generan castigos benévolos. Al saber que algunos amigos hacen cosas similares, por montos superiores y no los pescan, nace la competencia de quién es mejor.

Pese a los valores morales, leyes que salvaguardan intereses de entidades públicas y privadas, la tentación es un detonante para el robo mayor, y va acompañada de necesidades reales, que derivan a que robar se convierta en algo rutinario. Otro detonante, son los hábitos de consumir lo innecesario, y la disponibilidad del crédito. Igualmente importante, es el confort, hay personas que se sienten cómodas en la zona de la honestidad, hay otras que su zona es la deshonestidad Aquí intervienen tres factores que propician que un principiante se convierta en delincuente: el valor de la presa; la posibilidad de ser descubierto; y la magnitud del castigo.

Al ausentarse las prácticas éticas se incrementan el número de corruptos. La empresa energética ENROM en 2001, es un ejemplo, operaba en Houston con miles de empleados, considerada la más innovadora de EEUU, y catalogada entre los 100 mejores empleadores. Sin embargo su reputación colapsó por sobornos y tráfico de influencias para obtener contratos en Latinoamérica, África y Asia y usar técnicas contables que crearon el mayor fraude empresarial de esa época. La mayoría de los involucrados fueron llevados a los tribunales.

Los bancos y corporaciones de “prestigio internacional” que se van a la quiebra por fraudes y malos manejos, aumenta anualmente. En 2005, una encuesta del Wall Street Journal mostró que gran parte de los escándalos financieros fueron protagonizados por egresados de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. Los fraudes internos de directivos de empresas se estiman en US$700 mil millones anuales. Los directores/ejecutivos engañan a los socios minoritarios, modifican estados financieros, alteran las cifras de costos y ventas, evaden el pago de impuestos, y se coluden con funcionarios gubernamentales para obtener prebendas.

Cuando una comunidad está absorbida por la competitividad, la extravagancia y la insensibilidad a las realidades sociales; cuando los padres descuidan el deber sagrado de educar a los hijos y los colegios preparan a los alumnos con una educación mediocre y desprovista de principios morales, cuando los poderes del Estado e instituciones de gobierno están politizados y carentes de profesionalismo es probable que prevalezca la ley del más fuerte, donde mentirosos, ladrones y criminales, serán señores de gran respeto.

Los países han venido sustentado su “desarrollo” en prácticas económicas y financieras inmorales e indiferentes para resolver las desigualdades e injusticias. En la actualidad la mentira y la deshonestidad tienen una aceptación perturbadora, al grado de convertirse una “buena práctica” en el diario de los negocios. Comportamientos, que atentan al bienestar social de la humanidad e impiden el desarrollo de políticas públicas sanas.

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Arnoldo Martínez Ramírez

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