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Diez tesis sobre el siglo XIX y el nuestro en Centroamérica

Del antiguo Reino de Guatemala surgieron cinco Estados, con niveles diferenciados de “estatidad”, Estados “frágiles” que no llegaron a ser "repúblicas"

Ilustración de Amberrose Nelson, Pixabay

Víctor Hugo Acuña Ortega

15 de septiembre 2021

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1.- La primera tesis que se puede sostener es que el siglo XIX termina en Centroamérica en 1921 y no en 1914, como se suele decir para el mundo en su conjunto, visto desde Europa. En efecto, en 1921, tras la caída de la dictadura de Estrada Cabrera en Guatemala, tras el fracaso del último intento de refundación de la República Federal Centroamericana, tras la profundización de la inserción de las repúblicas del istmo en el sistema imperial estadounidense, el siglo de los liberalismos centroamericanos, y su reverso conservador, ha entrado en un ocaso irreversible. Se podría agregar que el siglo XIX empieza con la quiebra de la monarquía absoluta española en 1808, como fenómeno global del mundo colonial hispanoamericano.

2.- Ese siglo XIX centroamericano ha dejado un espacio político y económico fragmentado y del antiguo Reino de Guatemala han surgido cinco Estados, con niveles diferenciados de “estatidad”, pero todos caracterizables como micro-Estados y algunos como Estados “frágiles”; dicho espacio, además, es distinto del legado por la época colonial por la adhesión de Chiapas a México, en 1821, y por pérdidas territoriales posteriores que la Federación y los Estados que la sucedieron experimentaron frentes a sus vecinos de Colombia y México.


3.- Estas cinco repúblicas se insertaron en el sistema internacional de Estados surgido en el siglo XIX y en la nueva división internacional del trabajo producto de la revolución industrial; esta doble inserción estuvo mediada por una rápida subsunción en el imperialismo de libre comercio británico y luego por su inclusión en el sistema de estados clientes del imperio estadounidense, en el tránsito del siglo XIX al XX. Además, intentaron, sin éxito, jugar a su favor la condición geoestratégica del istmo como puente, paso interoceánico y península subtropical, rasgo esencial de su inserción en las globalizaciones desde la llegada de los europeos en el siglo XVI. Como su nombre lo indica, la región ha soñado con ser el “centro del mundo”, pero nunca ha pasado de ser una periferia global.

4.- Estos Estados no terminaron de llegar a ser “república”, para utilizar una expresión de la época, en la medida en que sus instituciones políticas inscritas en sus constituciones no pudieron consolidarse frente a las vías de hecho, recurso preferido por la mayoría de los actores políticos para la competencia por el poder y para su ejercicio. Ni el Estado como comunidad de derechos ni la nación como comunidad de ciudadanos llegaron a tener existencia efectiva en ese siglo XIX centroamericano.

5.- El mundo estamental heredado de la colonia, con su división tripartita de españoles, ladinos (mestizos y mulatos) e indios se simplificó en una nueva división bipartita de ladinos e indios. En efecto, en ese siglo, grupos de mulatos y mestizos ascendieron en la escala social y una minoría logró pasar a formar parte de los sectores dominantes, gracias a mecanismos de “blanqueamiento” político y económico.

6.- La ficción de la nación como comunidad cultural de iguales fue concedida a, y asumida por, una minoría de la población; de modo que las naciones centroamericanas han sido básicamente comunidades de ladinos o más bien comunidades que solamente integran al país político y a la fracción de la llamada “buena sociedad” de terratenientes, comerciantes, militares, profesionales liberales e inmigrantes europeos. Por razones étnicas, con un fundamento de clase, y por modalidades de “colonialismo interno”, amplios grupos y extensas regiones de los Estados del istmo no forman parte de la nación.

7.- En el largo siglo XIX, las sociedades centroamericanas tuvieron un patrón de conflicto social en el cual las rebeliones campesinas estuvieron casi totalmente ausentes (el gran levantamiento de Rafael Carrera fue la excepción). En el mundo rural predominaron formas de conflicto propias de las “armas de los débiles”. El conflicto social fue más bien propio del mundo urbano, con características moderadas, y de las economías de enclave, con características violentas.

8.- El largo siglo XIX produjo una diferenciación múltiple de los sistemas políticos centroamericanos con unos Estados con bajos niveles de “estatidad” y en condición de facto o de jure de protectorados, como fue el caso de Nicaragua y Honduras, y con un nivel de invención nacional muy inacabado, salvo en los casos de Costa Rica y El Salvador. También este siglo cristalizó la llamada “excepcionalidad” de Costa Rica en el contexto de la región centroamericana.

9.- En fin, conviene recordar que en el largo siglo XIX se desarrolló una economía capitalista agroexportadora, articulada con un amplio sector agrario de subsistencia en el que vivía la mayoría del campesinado, sector que le suministraba la mano de obra mediante modalidades de “plusvalía absoluta”, fundadas en mecanismos de coacción extraeconómica en países como Guatemala y Nicaragua.

10.- El largo siglo XIX acaba en Centroamérica hacia 1921 porque el modelo agroexportador muestra signos de agotamiento tanto en relación con la producción cafetalera como en la producción bananera, al menos en el caso de Costa Rica. Pero quizás, el principal indicador es que a partir de los años 1920 empiezan a surgir fuerzas sociales democratizadoras (grupos de obreros y artesanos, círculos de intelectuales radicales, grupos de mujeres urbanas y estudiantes universitarios y de secundaria), que ponen en la agenda la cuestión social, la subordinación imperial y la demanda de apertura del sistema político. El contexto internacional ha cambiado y la revolución mexicana y la revolución rusa pasan a ser referentes. Dicha agenda será la promesa de las guerras y revoluciones de fines del siglo XX, promesa que sabemos en qué ha terminado y que hoy culmina en la actual regresión histórica que vive la región en su conjunto. El largo siglo XIX, fue algo más que una repetición o un remedo colonial; por eso resultan reductoras y simplistas las visiones poscoloniales o “decoloniales” que dicen haber hallado un principio transhistórico que daría cuenta de la historia latinoamericana desde Colón hasta hoy.

El autor es historiador, Universidad de Costa Rica.

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Víctor Hugo Acuña Ortega

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