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¿Democracias pervertidas o disminuidas?

Bukele pudo actuar sometiéndose al imperio de la ley, no lo hizo porque así se le antojó a su regalada gana. Insiste en errores del pasado.

Diversas organizaciones de la sociedad civil se manifiestan en contra de la destitución de magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, en San Salvador.// Foto: EFE / Rodrigo Sura | Confidencial

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Politólogos, sociólogos y juristas, podrían calificar indistintamente y sin visos de error, que las democracias están siendo pervertidas o disminuidas por gobernantes de distinto signo ideológico. Eso ocurre en El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, etc. Cansados de engaños, traiciones y corrupción, los pueblos creen encontrar respuesta en políticos de nuevo o viejo cuño. No desean seguir siendo objeto de burlas. El tiempo revela que sus promesas solo tenían la pretensión de seducirlos. Los discursos políticos vienen aderezados con ingredientes que despiertan el apetito. Se ofrecen como los salvadores de la patria. La encarnación del futuro. A su llegada al poder todo será distinto. Se asoma un nuevo amanecer. Eso dicen sus plegarias. La verdad es otra.

Dios anda en boca de los políticos. Como la vieja creencia que los reyes gobernaban envestidos por un poder divino, los políticos se desgañitan ahora pregonando a grandes voces, que gobiernan por obra de Dios. Algunos requieren de la intermediación de los curas, otros optan por prescindir de sus servicios. Aunque no dejan de asistirse de la antigua fórmula. Provocado el zarpazo a la Sala Constitucional de El Salvador, Nayib Bukele, bendijo a sus sucesores. Cómplice del arrebato, utilizó las redes sociales para celebrar la decisión tomada por un Poder Legislativo, fiel a sus intereses. Tocado por la gracia de Dios, expresó a los salvadoreños y a quien quería escucharle: “Diputados valientes, trabajando y cumpliendo el mandato popular. ¡Dios y el pueblo con ustedes!”.


Ni siquiera habían calentado las sillas, cuando la Asamblea Legislativa salvadoreña, lo primero que hizo la noche del 1 de mayo de 2021, durante su toma de posesión, fue destituir a quienes frenaron unos decretos emitidos por Bukele, relacionados con la gestión de la emergencia sanitaria. No creo que los integrantes de la Sala Constitucional fueran unas palomitas, tampoco los asignados por Bukele. Eso no impide comprender que la actuación de los diputados contrariaba normas elementales. Con la celeridad que imprimía Michael Schumacher en las competencias de la Fórmula 1 (F1), los legisladores del Partido Nuevas Ideas, atropellaron el derecho y menoscabaron la democracia. Solo para demostrar quién manda en El Salvador. Una tragicomedia costosa. Hoy lo saben.

Los presidentes autoritarios prescinden de Montesquieu, sus lecciones son pasadas por alto. La existencia de contrapesos en regímenes presidenciales fuertes, estorba a los gobernantes. Les incomoda. Las limitaciones que impone al ejercicio del poder, son contrarias a sus deseos de hacer cuanto creen indispensable, a sabiendas que violan las reglas que rigen el funcionamiento de los demás poderes del Estado. Nayib Bukele estaba consciente que entraba en contradicción con lo establecido en la Constitución Política de El Salvador. Con la intención de dar barniz constitucional a sus abusos, sostuvo que la destitución de los magistrados era una facultad establecida en el Artículo 86 de la carta magna salvadoreña. Una verdad que se ajustaba parcialmente a los hechos.

Insiste en errores del pasado. Bukele pudo actuar sometiéndose al imperio de la ley, no lo hizo porque así se le antojó a su regalada gana. En vez de enmendar los errores de sus antecesores, sintió hondo placer de imitarles. La decisión cimbró en el seno de la Organización de Naciones Unidas (ONU). El Relator de la ONU para la Independencia Judicial, reaccionó de manera inmediata. “Todo proceso de destitución debe atender a causas específicas y previamente establecidas en la ley. Esta Relatoría de la @ONU permanecerá vigilante y actuará contra toda acción orientada a afectar la labor de los jueces constitucionales en El Salvador”, objetó el relator Diego García Sayán. La judialización de la política ha sido nefasta. Los jueces tiendan actuar bajo las órdenes de quienes controlan el poder político.

Una cosa es que los representantes de los distintos poderes del Estado armonicen su funcionamiento, otra que se comporten como convidados de piedra. Terminan siendo poleas de transmisión de quienes contralan el Ejecutivo. La mayoría de los diputados del Partido Nuevas Ideas se enteraron de la agenda de ese día, hasta el momento que se procedió a la destitución de los magistrados y del Fiscal General de la República. El mandamás no necesitaba persuadirlos de su decisión. Su escogencia como diputados, se debió a la certeza que tenían, que ellos se ceñirían al guion establecido por el Ejecutivo. Les tiene sin cuidado carecer de autonomía relativa. Se acostumbraron tanto a obedecer, que poco les importó que las órdenes recibidas violaran la Constitución Política.

El procedimiento utilizado por el enlace de los diputados del Partido Nuevas Ideas, con el Ejecutivo salvadoreño, dejó desnudo al rey. Dejó ver a un partido con viejas mañas y vicios. Su conducta no fue novedosa. Mientras estaban en la oposición se desgañitaban criticando a quienes ejercían el poder, solo para venir después a arrogarse derechos inexistentes. Simple remedos, son un eco de lo que se dice en el Palacio de Gobierno. Veremos cuánto dura la embriaguez que genera el poder absoluto. El primero en percatarse será el pueblo salvadoreño. ¿Cuánto tendrá que esperar? Eso depende de Nayib Bukele. Entre más empecinado se muestre en gobernar atropellando y sin rendir cuentas a nadie, más pronto tomará conciencia. Al menos eso prueba la historia contemporánea.

El Palacio de Gobierno habita en una casa de cristal. En época de fronteras abiertas y comunicaciones instantáneas, nada queda fuera de los reflectores de los medios. El aforismo de Michael Foucault, termina cumpliéndose. “Donde hay poder hay resistencia al poder”, proclamaba el francés; sentencia recuperada por Eva García Sáenz de Urturi, en Aquitania, una novela de alto calibre político. Por mucho que se esfuercen los mandatarios por mantenerse alejados de los focos de medios y redes, deben tomar en cuenta que el Palacio de Gobierno, es una casa de cristal. Siempre habrá filtraciones. No importan las razones por las que las personas suelten información sensible. Podría ser por envidia o porque disienten de las acciones de los gobernantes. Nunca se sabe.

Nayib Bukele ha impregnado su gestión con un aire populista, un populismo de derecha que termina hermanándose con los populismos de izquierda. Aunque en este cambio de época, los conceptos de derecha e izquierda dejaron de significar lo que un día expresaban. Las ideologías quedaron a un lado, prevalece el pragmatismo político.  Siempre hablan en nombre del pueblo y de la patria. El discurso de la corrupción contra los adversarios se eleva a la enésima potencia. Son los representantes de la pureza administrativa. Se presentan como inmaculados. Los nuevos cruzados barrerán con la inmundicia de sus predecesores. Ungidos como redentores del pueblo, no conocen otra forma de lidiar con sus adversarios, que colgarles epítetos denigrantes.

No alcanzo a comprender porque los mandatarios no acaban de entender, que todo cuanto hacen en el Palacio de Gobierno, repercute fuera de sus fronteras. Deben responder por sus acciones políticas. Así como la pandemia importa a todos, la manera que ejercen el poder tiene repercusiones mundiales, afecta al concierto de las naciones. Los griegos sostenían que el destino de la humanidad debería importar a todos. Las condenas de Amnistía Internacional, Human Right Watch, Cejil, Fundación para el Debido Proceso y personeros del Gobierno de Estados Unidos, manifiestan que Bukele no puede violar a su gusto normas jurídicas nacionales e internacionales. Las democracias no pueden seguir pervirtiéndose o disminuyendo y sus actores quedar en total impunidad.

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Guillermo Rothschuh Villanueva
Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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