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Democracia y socialismo en Salvador Allende

Allende no quería un partido único, una prensa uniforme, ni un estado monolítico.

Los documentos desclasificados en noviembre 2020

Roberto Pizarro

22 de septiembre 2018

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El nombre de mi padre, Oscar Pizarro, aparece en el acta de fundación del Partido Socialista de Chile. Era miembro de una de las cinco organizaciones que se unieron para formar ese Partido en el año 1933. Su militancia me permitió conocer a Salvador Allende por primera vez, en el año 1958, en torno a su segundo intento por alcanzar la presidencia. Fue en mi casa de la calle Club Hípico, muy cerca del centro de Santiago. Me impresionó su elegancia y voz microfónica.

Pero, en realidad, el contacto más directo con Allende lo tuve en octubre de 1971, cuando ya era presidente. Con ocasión de un seminario sobre “la transición al socialismo y la experiencia chilena”, el Centro de Estudios Socioeconómicos de la Universidad de Chile, que yo dirigía, había invitado a Paul Sweezy, economista norteamericano, director de la revista Monthly Review, a la intelectual italiana Rossana Rosanda, resistente antifascista y fundadora de la revista Il Manifesto y a Lelio Basso, destacado dirigente del socialismo italiano.


Al término de nuestras actividades, el presidente Allende nos invitó a almorzar a la casa de gobierno, La Moneda. Sentados frente a frente me pidió le contara sobre el trabajo realizado. Le dije que las ponencias y discusiones habían sido muy interesantes y, en mi opinión, un aporte para el proceso de transición al socialismo, que vivíamos en nuestro país. Pero, le manifesté mi preocupación, y molestia, porque el diario Puro Chile, de orientación progubernamental, había criticado duramente algunas opiniones, con cierto sesgo izquierdista, de nuestros invitados. Les había otorgado el “Huevo de Oro”.

Sin vacilar un momento el presidente me dijo textualmente: “Roberto, yo también he recibido el “Huevo de Oro”, por opiniones e incluso iniciativas que he impulsado. Pero, eso no debe molestarnos. Nunca debes olvidar que la vía chilena al socialismo, se caracteriza por la más irrestricta libertad de prensa y que nuestro país debe ser un ejemplo de funcionamiento pleno de la democracia”.

Esa afirmación de Salvador Allende ponía de manifiesto el tipo de socialismo que quería para Chile. Transformar radicalmente el capitalismo y construir una nueva sociedad, en democracia y con plenas libertades, que permitieran a todos los ciudadanos satisfacer sus necesidades materiales, asegurando a cada familia, hombre, mujer, joven y niño los mismos derechos y oportunidades en la vida.

Allende y el gobierno de la Unidad Popular impulsaron un programa profundamente revolucionario. La nacionalización del cobre permitió recuperar los miles de millones de dólares que se llevaban al exterior las empresas transnacionales; la profundización de la reforma agraria hizo posible que campesinos y mapuches se beneficiaran de las tierras que trabajaban; el control público de la banca y de las empresas monopólicas quería terminar con la usura en el crédito y los precios injustos a los consumidores; la enseñanza pública y gratuita se multiplicó; el arte y la cultura alcanzaron alturas reconocidas internacionalmente; y , la participación popular en las decisiones del país fue inédita.

Pero, al mismo tiempo, Allende insistía en sustituir el capitalismo por el socialismo sin violencia, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos. Transformar radicalmente, pero en el marco de las instituciones vigentes. De hecho, la nacionalización del cobre comprometió el apoyo de todos los partidos políticos en el parlamento.

Mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la lucha armada para transformar las estructuras oligárquicas, Allende insistía en utilizar las instituciones democráticas para impulsar transformaciones. Reconocía en Fidel Castro un ejemplo de lucha, pero no asumía sus métodos. A ello se refiere Allende en una entrevista con el periodista Julio Lanzarotti: “Yo he dicho al país que mientras sea presidente habrá elecciones. Ha habido cinco elecciones complementarias y una elección general y nadie ha reclamado”. Y agrega en otro párrafo “…este país es uno de los países en que hay más libertad de reunión, de información, de asociación y de prensa. Y le puedo afirmar categóricamente que la democracia funciona ampliamente…”.

En el Pleno Nacional del Partido Socialista, el 18 de marzo de 1972, cuando los dirigentes endurecen sus posturas, el presidente Allende llama a la razón. Rechaza los conceptos leninistas sobre el Estado, desplegando argumentos teóricos y prácticos sobre la vía chilena al socialismo: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal, el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.”

Allende fue perseverante en su lucha por la transformación y en defensa de la democracia. Reiteraba una y mil veces que en la construcción la nueva sociedad deben imperar el pluralismo, las libertades individuales y las elecciones; pero, al mismo tiempo, destacaba que los trabajadores debían tener los mismos derechos y oportunidades en la sociedad.

Esa concepción de Allende explica que durante los mil días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se potenciaron como nunca había ocurrido en la historia republicana. Las libertades de reunión, de opinión y de prensa, alcanzaron su máxima expresión. Periódicos, radios y canales de TV de variado tinte político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda; trabajadores, que nunca antes habían podido manifestarse, multiplicaban los sindicatos y hablaban de igual a igual con los patrones, y participaban en las decisiones de las empresas; estudiantes eran miembros de los consejos de dirección de las universidades; campesinos se organizaban y reunían libremente para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra; y, mujeres y hombres en los barrios se organizaban en juntas de vecinos.

Durante el Gobierno de Salvador Allende no solo se desplegaron en plenitud las libertades de la democracia representativa. Había nacido algo más. Se construía un tipo de democracia que favorecía la participación de todos los ciudadanos y que, con formas directas, incorporaba a la construcción del país a los que antes se encontraban excluidos. La democracia y las libertades se habían multiplicado.

Allende no quería un partido único, una prensa uniforme, ni un estado monolítico. Por el contrario, anhelaba que florecieran opiniones variadas, que se abrieran las oportunidades para los jóvenes, las mujeres y las de todos aquellos que por décadas habían sido explotados y reprimidos por un sistema injusto.

Los intereses internacionales y nacionales no aceptaron el desafío que les impuso el Gobierno de Salvador Allende. No aceptaron retroceder en el control absoluto del poder económico y político que habían detentado durante toda la historia de Chile. Y, sin capacidad civil para enfrentar a la mayoría popular, comprometieron a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia.

Fue triste y trágico el 11 de septiembre de 1973. Triste, porque Allende, el mejor de los nuestros, moría en La Moneda, en medio de la metralla de soldados chilenos. Hasta el último minuto de su vida defendía la república y ratificaba su promesa: “únicamente muerto impedirán que cumpla mi compromiso con el pueblo”. Trágico, porque con el golpe civil-militar se clausuraba abruptamente el ciclo de ascenso del movimiento popular, que alcanzaría su máxima expresión con el gobierno de la Unidad Popular.

Se inauguró así un periodo oscuro, que impuso el crimen de Estado y que, al mismo tiempo, decidió eliminar todos los derechos económicos, sociales y políticos, que el movimiento popular había conquistado durante largas décadas.

Las transformaciones en favor de las mayorías y el desborde de alegría popular que caracterizaron el Gobierno de Allende terminaron abruptamente y se inició el camino hacia la oscuridad. El sistema político excluyente y el modelo económico de desigualdades, instaurado por Pinochet, han hecho retroceder a nuestro país en muchas décadas. En la actualidad, son unos pocos grupos económicos los que monopolizan la riqueza que producen todos los chilenos y su poder les ha permitido poner a su servició a la clase política.

Sin embargo, la figura de Allende permanece en la memoria colectiva del pueblo chileno. Su consecuencia y valentía han trascendido las fronteras de Chile. No solo los humildes de nuestro país, sino los demócratas del mundo entero reconocen en Allende al líder que se propuso transformar a la sociedad chilena por medios pacíficos y respeto a las libertades públicas. Su proyecto de construir una sociedad más igualitaria se conoce en los más diversos países y su nombre está presente en calles y plazas.

Los asesinatos, el exilio, la represión y el neoliberalismo no podrán borrar de nuestra memoria que durante los mil días de la Unidad Popular, los obreros, los campesinos, los jóvenes y los desamparados pudieron expresarse con plenitud, hablar de igual a igual con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.

Los que tuvimos la fortuna de conocer los esfuerzos de Salvador Allende por transformar la sociedad probablemente comprendemos mejor que las nuevas generaciones la tragedia que significó su derrocamiento. Se podrá discutir en torno a los errores del gobierno de la Unidad Popular. Pero, lo indiscutible es que el presidente Allende estuvo siempre del lado de los trabajadores y de las libertades de los chilenos.

Lamentablemente no se puede ocultar que gran parte de la generación política, que acompañó a Salvador Allende en su lucha transformadora, ha terminado administrando el régimen político de injusticias y el modelo económico de desigualdades que instaló el dictador Pinochet. Las anchas alamedas no se han abierto para el pueblo chileno y es una tarea pendiente para las generaciones venideras.

*Economista, exdecano de la Facultad Economía Política de la Universidad de Chile y exministro de Planificación de Chile.

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Roberto Pizarro

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