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Defender la dignidad y derrotar la transgresión

Las fisuras dentro del régimen son un recordatorio de que la tortura, la crueldad y la violencia, son moral y políticamente indefendibles

Las fisuras dentro del régimen son un recordatorio de que la tortura

Manuel Orozco

29 de noviembre 2019

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Las acciones recientes del gobierno de Daniel Ortega incitando la violencia, permitiendo la humillación y la tortura policial, fomentando que otros hagan lo mismo, representan la continuidad de la autoridad política por la vía de la transgresión.

Las fuentes fundamentales que legitiman la autoridad política son el respeto a la ley y las bases morales de una sociedad. El régimen ahora autoriza a su círculo de poder, intentando hacer de la transgresión algo moralmente permisible, toda vez que ha agotado su capacidad legal para autorizar la fuerza, ya que ésta nacional e internacionalmente ha sido sancionada.


Las consecuencias de esa permisibilidad son múltiples, graves y duraderas.

Cuando de forma literal los seguidores del régimen reciben permiso de efectuar un ataque cotidiano y sistemático, en su mayoría armados, cuentan con el moralismo falso de actuar para transgredir a discreción propia.

Cuando se promueve la polarización. El gobierno ha estandarizado un conflicto de interés entre la moral nicaragüense de abogar por el consenso y la moral del régimen de abogar por la coerción.  Aunque la mayoría de los nicaragüenses, sandinistas o no, están indignados, les presentan que la permisividad de la violencia y la transgresión son aceptables formas de interacción con la persona humana, están siendo forzados a elegir entre uno y otro método.

Cuando se crea desconfianza. Daniel Ortega dijo que lo que ocurrió en Bolivia justifica el “derecho y la obligación de buscar las armas para tomar el poder por la vía revolucionaria” y su comentario creo desconfianza y temor entre sus ciudadanos.  Este fue un acto que dio luz verde a la legitimidad moral del uso de la violencia.

La otra consecuencia de esta permisibilidad es que el modelo moral que el régimen está fomentando se convierte en política y estándar de dignidad. La dignidad humana es el valor adjudicado al ser humano como ente social, con virtudes, creencias, y prácticas que contribuyen al desenvolvimiento de éste.  Ahora que el presidente, su familia y su gobierno permiten la humillación, las pintas en la calle con amenazas de muerte, golpean, patean, extorsionan e incluso asesinan, están denigrando la dignidad a la subordinación del valor humano a la coerción y la desconfianza. Para Daniel Ortega ser bueno es ser violento.

Clausewitz estipuló acertadamente que la guerra, la continuación de la política por otros medios, depende no solo de la fuerza física, sino de la acción moral.  Pero eventualmente son “los factores morales los últimos determinantes de una guerra,” dice.  La acción política depende de la evocación del líder al espíritu moral de sus seguidores, y cuando el gobierno, Daniel Ortega, Rosario Murillo, Juan Carlos Ortega, Fidel Domínguez, y otros del círculo de poder justifican la indignación como aceptable, ellos han reescrito el código moral del régimen.

¿Qué hacer?

El acoso contra la dignidad humana no es saludable y la defensa a los valores nicaragüenses representa la mayor fuente de firmeza contra este ataque. No hay justificación moral y política en atacar la dignidad humana.

Es importante que los nicaragüenses consideren que para ellos el valor más importante de su historia ha sido el respeto a la vida humana, a la dignidad de cada uno, y la convivencia social sin subordinación.

La cultura e historia política Nicaragüense se caracteriza por su sentido de justicia, libertad, igualdad y paz.  En la historia de este país, la sociedad se ha opuesto a los actos de injusticia contra dictadores, actos de crueldad contra sus ciudadanos.  Los nicaragüenses saben que la igualdad de derechos y la equidad son bases de la nación nicaragüense, más no la extorsión.

Saben también que el silencio del cañón y la ausencia de sangre derramada es recordatorio que su gente quiere la paz, no la guerra.

Para ser firmes hay que contar con los valores que ilustran la historia de Nicaragua, en los héroes que creen en las mayorías, en la autodeterminación pacífica, en el ejercicio de la soberanía popular mediante el justo voto, en apropiarse de esos principios globales y nacionales que hacen sonreír día a día al nicaragüense que está en paz con su vecino.

Si hay algo que no está en duda es que el mundo siempre se llena de gusto en visitar Nicaragua porque le encanta la sonrisa de su gente, su hospitalidad y su sentido caluroso de compartir su espacio con ellos.

¿Fisuras internas?

La violencia, la transgresión física y verbal, no representan a Nicaragua.  Daniel Ortega como líder tiene que tener presente que la paciente impaciencia de la que hablaba Tomás Borge es un principio a la razón moral, no a la violencia.

Con la moralización de la violencia, ni Daniel Ortega ni Rosario Murillo serán recordados en la historia de Nicaragua como ejemplares del bien, de la paz, o de la justicia.  Tienen la obligación política y moral de reconsiderar sus acciones, como también la tienen sus seguidores y líderes de las instituciones políticas y militares.

¿Por qué fomentar la guerra, cuando se quiere la paz?  Si Daniel Ortega está convencido de que no debe su ejercicio del poder al uso de la fuerza, no debe temer neutralizar los aparatos de seguridad y bajar la guardia.  Si está convencido que debe su ejercicio del poder a las mayorías, no debe temer realizar reformas electorales que demandan grupos opositores.

Si teme que su fuente de poder es ilegítima y moraliza la violencia, la familia del régimen tiene que ofrecerle a su gente otra opción que no sea la fuerza porque la dignidad humana siempre prevalece tarde o temprano y ellos lo saben.  Por muy minúsculo que uno sea, uno grande se sueña, pero en convivencia, no en destrucción.

En los últimos meses han aumentado las fisuras dentro del régimen las cuales son un recordatorio de que la tortura, la crueldad y la violencia, son moral y políticamente indefendibles.  Dentro del círculo de poder e inclusive dentro de quienes trabajan para el gobierno, está creciendo el descontento de seguir órdenes de ataque, acusación, insultos, entre otros a quienes no sean pro-Ortega.  Ya no es Rafael Solís, o Ligia Gómez, y otros más, sino un número mayor de disidentes que mantienen silencio pero están tratando de hacerse a un lado del sistema.

Una razón de esto es lo indefendible de los ataques. Ya muchos han externado la insostenibilidad moral de la represión (por eso el régimen busca razones para moralizarla).

Otra razón es un cálculo racional que dicta que, si hoy estos ataques van contra la oposición, mañana será contra ellos mismos. De igual forma que Roque Dalton fue ejecutado en El Salvador por sus disputas dentro del liderazgo de la guerrilla Salvadoreña, dentro del FSLN hay disputas que pueden crear las mismas acusaciones y consecuencias a la salvadoreña. Los policías están cansados de golpear a la gente por protestar, prefieren agarrar ladrones, cobrar multas de tráfico o ir contra narcotraficantes.

Es obligación para todos dar ejemplo de respetar la dignidad humana y promover la democracia.

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Manuel Orozco

Manuel Orozco

Politólogo nicaragüense. Director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano. Tiene una maestría en Administración Pública y Estudios Latinoamericanos, y es licenciado en Relaciones Internacionales. También, es miembro principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, presidente de Centroamérica y el Caribe en el Instituto del Servicio Exterior de EE. UU. e investigador principal del Instituto para el Estudio de la Migración Internacional en la Universidad de Georgetown.

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