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De analistas, observadores y consejeros

Los discursos de Ortega, son ejemplos de lo rutinario que ya no merecen ponerles mucha atención, porque dejan la sensación de que no ha dicho nada

Es imposible imaginar que por un milagro de vulgar brujería pudiera lograrse la impunidad por hacer de todo contra todos

Onofre Guevara López

5 de mayo 2020

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Abrumados como se vive con la cantidad y la variedad de la información cotidiana, casi nunca se repara en algunas cosas que, por rutinarias, pasan inadvertidas. Notarlas, requiere momentos de reflexión; de lo contrario, ahí se quedan confundidas entre la masa de información y siguen tal como aparecen, inadvertidas. Como parte de la información general, igual pasa con el discurso político.

Los discursos de Daniel Ortega, son ejemplos de lo rutinario que ya no merecen ponerles mucha atención, porque dejan la sensación de que no ha dicho nada. Al buscar en sus discursos alguna semejanza con la realidad, solo hallamos un vacío en el espacio del tiempo que ocupó para decirlos a través de una forzada cadena televisiva.


El discurso político por la televisión de sintonía voluntaria llega a través de las entrevistas de duración adecuada a los temas (Esta Semana y Esta Noche, por ejemplo) y por medio de los telenoticieros independientes, con tres o más ediciones de lunes a viernes.

Esos noticieros presentan de los dos o tres analistas en el mismo programa—, quienes en pocos segundos nos recetan la opinión de su partido en torno al tema político sobre el cual no han hecho ningún análisis, y unos segundos después le cortan el audio y dejan su imagen moviendo la boca “como pescadito en pecera”, mientras el entrevistador se encarga de interpretarnos lo que dijo.

El análisis no aparece y los analistas tampoco, porque el entrevistado resulta ser un líder partidario, el portavoz de una organización social, o alguien que alguna vez tuvo un empleo como diplomático, lo que, por lo visto, lo convierte para siempre en un autorizado analista.

Estoy abordando este tema como observador político, y no tanto con sentido crítico, sino con el interés de señalar esta práctica de llamar analista a todo ciudadano destacado en actividades políticas, cuyas opiniones se respetan, pero no son análisis, sino observaciones políticas.

No es necesario definir en qué consiste un análisis, porque todos sabemos: “un examen de una cosa, estudiando cada una de sus partes”, lo que no es posible hacer frente a un micrófono en dos minutos.

Es que, aunque no lo parezca, el asunto es serio, porque desorienta hablar de análisis y de analistas en donde solo hay ligeras observaciones o críticas políticas. Pero, claro, hay analistas, generalmente, con desempeño en alguna institución especializada comprometida con determinados intereses políticos. Algunos, hacen análisis técnicamente doctorales, tampoco libres de compromisos, y hay analistas con posiciones políticas propias.

Algunos analistas se sitúan por encima del bien y del mal, y desde “la torre de su escritorio” señalan qué es lo que deben hacer las organizaciones políticas ante una situación determinada –como en la actual crisis sanitaria— indican el movimiento perfecto que… los otros deben hacer. Esto, además de pretencioso, es inútil, porque la dinámica de la política no se determina por la voluntad individual.

No acostumbran reconocer que no hay mejor análisis del proceso de lucha en que se encuentra un colectivo político, que el de sus propios dirigentes. Y que, sin son dirigentes, es porque cuentan con la credibilidad de sus miembros, a quienes corresponde –si trata de una organización democrática— juzgar mejor que nadie si sus actuaciones son correctas o equivocadas.

El analista serio, ayuda a entender los fenómenos políticos que se expresan durante determinada crisis política, pero no está en su derecho decirle a nadie qué cosas hacer y cómo deben hacerlas. Si quiere hacer crítica, es su derecho, pero esta no será válida si la hace porque las cosas no se hacen como él sugiere que se hagan.

Entre algunos analistas se habla de un supuesto empate entre la oposición y la dictadura, y dan sus fórmulas de cómo romperlo. Digo supuesto empate, porque pienso que eso no existe, pues ningún proceso político se paraliza. Un proceso es continuo, unas veces es explosivo y veloz (como en el 2018); otras veces (como ahora) lo vemos lento, tanto, que nos parece estático.

Aconsejar –ante el supuesto empate-- que se defina una agenda política y un plan de acción, ¡con dos años de retraso después de la aquella insurrección!, es profetizar sobre el pasado. No hay movimiento político que se inicie su proceso de organización sin una agenda mínima y actúa conforme un plan, por modesto que sea.

Recomendar que, en las actuales condiciones, se libere a los servidores públicos del secuestro político, marcando el camino hacia la salida de la crisis de la dictadura, ­­es contradictorio. La Alianza Cívica, la UNAB y los partidos políticos integrados en la Coalición Nacional, ni nadie más, podrían hacer ese “rescate”… ¡sin antes derrotar a Ortega!

Y sería después de esa derrota, que se podrá marcar “el camino hacia la salida de la crisis de la dictadura”, porque la crisis de esta dictadura no tendrá su fin automático con la caída de Ortega. Pero será el comienzo del trabajo para resolver la crisis que heredará.

Si ese consejo de hacer las cosas al revés no fuera suficiente tontería, aquí está la piedra de un analista, para el éxito:

Eso requiere el reposicionamiento de la Coalición Nacional como representante de la nueva mayoría nicaragüense, visibilizar el vacío de poder existente, y asumir un liderazgo que le ofrezca soluciones a la población, ante el agravamiento de la crisis económica-social y el coronavirus.

Todo muy fácil, solo hay que buscar el “vacío de poder”… ¡para asumir el liderazgo, o sea el poder! Agrega que no se trata de crear un Gobierno paralelo, sino de presentarle un plan de acción, el contrato social con la oferta económica y política que demanda la población para enfrentar la pandemia…

Si no se pretende esa sustitución, tampoco podría materializar esa “oferta” sin el dominio de los recursos del Estado. La ACJD y la UNAB, desde el comienzo de la pandemia han acusado al régimen de no cumplir su deber de proteger a la ciudadanía (ver su último pronunciamiento del 29/04/2020).

Suyas son las recomendaciones de tomar las medidas de autoprotección y el aislamiento social acogidas por la población, lo que ha sido una de las causas por las cuales la pandemia no se haya expandido, es un desconocimiento de la autoridad dictatorial y el rechazo sus movilizaciones masivas que favorecen la expansión de la pandemia.

Lo que la población demanda desde el 19 de abril del 2018, es el final de la dictadura, para lo que no hay fórmulas, sino lo que han venido haciendo desde el principio: elevar los niveles de organización y de actividad política para que la población pueda hacerse cargo de las tareas ya definidas.

Ese objetivo central, y la definición de las tareas necesarias, no se requieren hasta hoy: ya forman las guías políticas que le han garantizado el respaldo del movimiento auto convocado, a su vez empeñado también en fortalecer las organizaciones políticas, sociales y estudiantiles integradas en la Coalición Nacional.

Personajes y organismos de la solidaridad internacional conocen esas líneas de acción y las adoptan como propias, pues nadie las ha inventado desde afuera. En definitiva, hay análisis que no calzan en las circunstancias impuestas con la represión, el acoso, la persecución y los crímenes por la dictadura.


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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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