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Daniel Ortega no sabe ni quiere dialogar

Se dice que “a la tercera es la vencida”, y es lo que se espera: que se negocie sobre la salida de Ortega del poder

Daniel Ortega en su pequeñez de miras no alcanza a ver que la raíz de la libertad es más poderosa que cualquier régimen por represivo que sea. Lea: ¿Para qué sirve el Diálogo Nacional?

Onofre Guevara López

22 de mayo 2018

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El autoritarismo que padece Daniel Ortega, no lo adquirió en el poder. Lo practicó durante estuvo preso en los años 60. Un autoritarismo muy similar a la disciplina de cuartel, y así impuso su autoridad sobre los compañeros del FSLN, presos como él. Eso le creó a Ortega el hábito de mandar y ser obedecido sin cuestionamientos. Decretaba huelgas de hambre, sin consultarles a sus compañeros, aplicaba sanciones disciplinarias, carente de las cualidades orientadoras y persuasivas del dirigente. Eso nos dice por qué Daniel no sabe ni quiere dialogar.

Su autoritarismo, lo desarrolló cuando fue coordinador de la Junta de Gobierno (1979-1984), lo elevó de nivel cuando fue presidente de la república por vez primera (1985-1990), lo cultivó durante “mandó” desde abajo (1991-2006), lo desarrolló a su máxima potencia del 2007 al 2018) y lo sintetizó en su exposición del primer día del intento de diálogo (16/05/18).


De ello, fueron testigos millones de personas que vieron cómo el diálogo, un encuentro histórico exigido por el dolor y el horror que bajo la represión vive nuestro pueblo, fue transformado por Daniel en un día-loco, al llegar como portador de la mentira acerca de las decenas de ciudadanos asesinados. Los estudiantes, representando el presentede quienes están forzando la entrada del paísal futurodemocrático, le ripostaron con la cruda verdadque se vio obligado a escuchar por primera vez en sus 39 años de estar en el poder, desde arriba y desde abajo.

Sí, ese día-loco comenzó con una demencial demostración de la fuerza bruta en todas sus expresiones bélicas –desde fusiles hasta helicópteros—para protegerse de su propio miedo, frente a un pueblo solo armado con su moral y su verdad.

La consecuencia de eso, solo podía ser lo que fue, una farsa. Un Daniel Ortega, poniendo a funcionar su grabadora mental para repetir su misma ficción de la realidad, cuyas imágenes se las refleja al revés: los muchachos armados de fusiles matándose entre sí mientras atacan a sus policías que, en la completa indefensión, ruegan piedad al cielo para que los proteja de la violencia diabólica desatada por los estudiantes. ¿Para qué decir nada más, si todos lo vimos y oímos hablando de su mundo al revés?

Pero sobra qué decir acerca del drama nicaragüense ante el cual Ortega se muestra no sólo insensible, sino también cínico, al extremo de echar lágrimas de cocodrilo por los –hasta ese momento— 63 palestinos asesinados por el terrorismo sionista, sin que se le moviera un solo músculo de su rostro por los 63 nicaragüenses asesinados por sus fuerzas represivas, por desgracia, hasta ese momento. No vale calificar esto de simple cinismo, pues el de Ortega no tiene calificativo propio. De tanto usarlo,ha dejado ignorantes a los diccionarios.

La inagotable, infinita, es la maldad de estos gobernantes. Después de mentir, Ortega “ofreció” soluciones “dentro del marco institucional”. ¿Cuál “marco institucional”, si él tiene más de diez años de estar violando la Constitución y las leyes para acomodarlas a sus ambiciones personales, su familia y su grupo político? El viernes se decretó una “tregua”, pero el sábado su policía incursionó contra los estudiantes de la Universidad Agraria, hiriendo a cinco, hecho que Telémaco Talavera, su rector y miembro de la delegación oficialista en el diálogo, se vio obligado a condenar.

Tampoco se agota el proceso dialéctico de toda lucha social, revelando verdades y mentiras, dándole legitimidad frente a los  heraldos del atraso.Con tantos años de continuos abusos de poder contra los derechos constitucionales, y de crear una aparente pasividad entre la población, Ortega llegó a creerse el amado e indispensable dueño de Nicaragua y del destino de su pueblo.

Y le reventó de pronto la ficción de país del vivir bonito y feliz que se había construido sobre la base de sus autoengaños. Después de sus falsedades expresadas en sus tres presentaciones de abril y el 16 de mayo, Daniel tuvo una convocatoria popular en su contra, como nunca antes pudo tenerla a su favor. Eso demostró que las concentraciones de empleados públicos los 19 de Julio, nunca pasaron de ser circenses  espectáculos con espectadores forzados.

En la segunda fase del diálogo que aún no ha podido llegar a ser verdadero, ya no estuvo presente el binomio dictatorial. Aún no se reponen de la lección recibida de parte de los estudiantes, pero impusieron sus condiciones de puerta cerrada, sin la transmisión televisiva, y sin parar la represión. Y no llegaron, porque –según observación de una estudiante— no quisieron exponer ante la CIDH la parafernalia militar del día anterior, sin la cual no tienen el valor de salir fuera del barrio por cárcel en que convirtieron El Carmen.

Se dice que “a la tercera es la vencida”, y es lo que se espera debió comenzar a suceder en el tercer encuentro de ayer lunes: que se negocie sobre la salida de Ortega del poder. Es un clamor nacional, amparado en la justicia que demanda la sangre de los caídos; lo justifica su incapacidad de gobernar sin la represión, sin corrupción y sin la mentira. Y lo reclama el presente histórico del país, porque no habrá paz, desarrollo ni bienestar sin el ejercicio libre de los derechos sociales, democráticos y humanos de los nicaragüenses.

El mesianismo, autoritarismo y falsificaciones de Daniel Ortega, es el mayor obstáculo para lograrlo.


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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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