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Coronavirus e intoxicación informativa

"La mayoría de nicas sigue guiándose por los protocolos emanados por las instituciones sanitarias internacionales. Una enorme tabla de salvación"

No debería sorprendernos que antes de fin de año la economía mundial vuelva a verse sacudida por uno o mas cisnes blancos

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“…la historia indica que la auténtica protección
se obtiene con el intercambio de informaciones
científicas fiables y la solidaridad mundial”.
Yuval Noah Harari

 


 

1. Conjurar la polución informativa

 Nunca como ahora en la historia de la humanidad la producción diaria de información ha alcanzado niveles de saturación sin precedentes. Estamos atragantados de información sobre el coronavirus. La polución informativa (permanezco fiel a la expresión de Abraham Moles), para el experto francés es tan o igualmente letal como el envenenamiento de la atmósfera por la emisión de gases. El fenómeno obedece a las transformaciones formidables impulsadas por la revolución científico-técnica, que tiene en las tecnologías de información y comunicación su barco de proa. Millones de informaciones circulan diario a través de las redes sobre el coronavirus.

Uno de los errores metodológicos más frecuentes se debe a la falta de comprensión de que el paisaje mediático cambió para siempre. La hegemonía de la información le fue arrebatada a los tradicionales medios de información, (prensa, radio y televisión). La conexión del teléfono con los satélites ha posibilitado la aparición de nuevos actores mediáticos. La terminal telefónica disputa con creces el predominio ejercido por la televisión. Millones de personas transmiten y reciben a cada momento distintos tipos de información. La pandemia del coronavirus la disparó a la enésima potencia. No era para menos. En la danza informativa todos están invitados para emitir información.

Vivimos las consecuencias de los desafíos que impone a los usuarios la utilización indiscriminada de las redes sociales. El acceso sin cortapisas a la elaboración, búsqueda y difusión de información, hizo posible la democratización de la información. Desde dónde quiera que estén y de la manera qué mejor les plazca, millones de personas participan del acceso de internet. Un cambio radical. En una crisis como la que abate al planeta, todos sienten prisa por replicar información a través de Facebook, WhatsApp, Twitter, sin tomarse el tiempo necesario para corroborar su veracidad. Todos estamos urgidos por ponerle fin a la tragedia.

Una característica específica de las nuevas tecnologías es la celeridad con que ponen en movimiento y hacen llegar las más variadas informaciones hasta los rincones más alejados de la tierra. Una verdad sujeta a discusión permanente. El hecho que la información viaje a la velocidad de la luz tiene su contracara: inhibe al ser humano de la posibilidad de tomar distancia y analizar concienzudamente la información que llega a sus manos. Un fenómeno parecido ocurre en el ámbito de la medicina. La cantidad de fármacos puestos a disposición de los médicos les impide estudiar sus bondades intrínsecas. Dan por cierta la información recibida. No tienen de otra.

Desde finales del siglo pasado, los estudiosos de la comunicación comenzaron a reflexionar sobre las enormes cantidades de información puestas a circular. De escasa, la información pasó a ser superabundante. La ecuación imperante, a mayor información mayor democracia, dejo de ser. La premisa fue sepultada por las toneladas de información que se difunden. La masa informativa alcanza dimensiones gigantescas. En vez de poder nadar a gusto en ese mar de información, existe el temor de que terminemos ahogándonos. El dictamen de los especialistas es inobjetable: la super-abundancia informativa constituye una forma de censura moderna.

La nueva censura funciona a la inversa, antes ocurría suprimiendo o amputando, hoy más bien existe en demasía, por acumulación o asfixia, como apunta Ignacio Ramonet. La difusión de información por el coronavirus alcanzó niveles estratosféricos. Nada despreciable si no fuese porque buena parte proviene de fuentes desconocidas. Muchas veces hasta contradictorias. La ciudadanía quiere hacer aportes en una materia que desconoce. El remedio que por la mañana resultaba infalible para conjurar el mal, por la tarde ya no es el más adecuado. Asistimos a una vocinglería que aturde. El rostro formidable de la crisis sigue siendo la solidaridad humana.

Como ocurre generalmente con las crisis, si algo quedó claro ha sido la necesidad de disponer de fuentes informativas confiables. La importancia de los medios de comunicación que apuntalan su existencia en la credibilidad se ha visto acrecentada. Medios que corroboran y contrastan la información que ofrecen. En estas horas tristes la ética informativa vuelve a ser centro de gravitación. En estos meses quedó en evidencia la urgencia de contar con medios y periodistas a los que puede recurrirse, para conocer la situación real de la pandemia y los avances en las medidas que se requieren adoptar para contener el número de muertos y afrontar el contagio.

2. Convocar y escuchar a especialistas nicaragüenses

La advertencia del semiólogo italiano Umberto Eco cobra fuerza, cuidarnos más que nunca de lo que se transmite a través de las redes sociales. No todo lo que brilla es oro. El combate efectivo de la pandemia exige una pluralidad de voces expertas. Las buenas intenciones en casos extremos donde se requiere de los más avanzados conocimientos, solo quedan en buenas intenciones. Nada más. El flagelo ha servido para poner al desnudo voces interesadas. Los mercaderes siguen al acecho. Continúan ofertándose medicinas carentes de efectividad para la cura y sanación de los enfermos. Hay que virar la mirada hacia medios de probada rectitud. No queda de otra.

En Nicaragua asistimos a una situación inversa, carecemos de información sobre el plan diseñado por el Gobierno. Información detallada de la situación real del avance del coronavirus. Los medios oficiales no gozan de la credibilidad y aprobación ciudadanas. En momentos que toda forma de triunfalismo debería quedar atrás, hay quienes en un rapto de inspiración se atrevieron a decir que Nicaragua era el país mejor preparado del mundo para hacer frente a la catástrofe. Nadie lo está. Ni siquiera las grandes potencias. Para llevar confianza a la población no se necesitan excesos. En un principio el presidente Trump afirmó que el coronavirus era una gripecita. ¡Ya ven!

Una forma de aceptar la necesidad que tienen los gobernantes de recurrir a otros medios, fue verse compelidos a solicitar un espacio en Acción 10, para abordar el tema del coronavirus. Algo sensato. Se vieron forzados a deponer su rechazo visceral a los medios ajenos a su tutela. Están convencidos que estos disponen de mayor audiencia. Más allá de cualquier posición política, las circunstancias tornan imprescindible convocar a todos los medios y periodistas nicaragüenses, para que desde sus respetivos dispositivos contribuyan a combatir el mal. La tragedia que azota a la humanidad carece de banderas políticas e ideológicas. Estoy a la espera. ¿Lo harán?

Como parte del conglomerado humano debemos sumar los vigores dispersos. Como admitió el comandante Ortega, Nicaragua no dispone de recursos médicos y financieros suficientes. La mejor forma de combatir la epidemia es enfrentándola juntos. Dejar a un lado posiciones partidarias. Cada quien por su lado no podrá obtener resultados satisfactorios. Entre más canales informativos aúnen esfuerzos, mayores posibilidades de evitar muertes. Una mayor apertura ofrecería al Gobierno la posibilidad de contar con el aporte de medios que gozan de rating. Ya es hora de atender y asumir las recomendaciones de los especialistas nacionales.

La mayoría de nicaragüenses sigue guiándose por los protocolos emanados por las instituciones sanitarias internacionales. Una enorme tabla de salvación de la que han tenido que asistirse. Mientras los gobernantes convocaban a marchar a su militancia, asistir a los balnearios, ir a las procesiones y visitar los templos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), aconsejaban lo contrario. Insisten en señalar como indispensable el distanciamiento social. La auto-cuarentena como medida efectiva. Pocos se tragaron el cuento que todo se resolvía con lavarse las manos. La gente no es tonta. Está en juego sus vidas.

Los nicaragüenses continúan a la espera de orientaciones precisas para enfrentar la pandemia. Negar u ocultar los hechos sería un suicidio. Llegó el momento de sumar no de restar. Las recriminaciones hechas por los entendidos en salud pública sobre los contenidos de las redes sociales son de gran ayuda. Desoír a los expertos porque no militan en el oficialismo constituye un gravísimo error. Una decisión lamentable. No vaya a ser que por no tomar en cuenta su experiencia y desoír sus indicaciones no logre disminuirse el número de fallecidos. Todavía hay tiempo para rectificar, como también para librar la batalla contra la información toxica y mentirosa.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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