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Como esperando abril

Fragmento de la novela Como esperando abril, que aborda la crisis sociopolítica que vive Nicaragua desde abril del 2018

Arquímedes González

17 de mayo 2019

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Fragmento de la novela Como esperando abril, del escritor Arquímedes González que aborda la crisis sociopolítica que vive Nicaragua desde abril del 2018, cuando iniciaron las protestas contra el gobierno. A través de diversidad de personajes, la novela narra el inicio y los motivos de las protestas que han dejado cientos de muertos, heridos, detenidos y miles de nicaragüenses exiliados.

En la novela se describen varios casos que han marcado estos meses la crisis como el ataque por más de doce horas a una iglesia donde había jóvenes protestantes refugiados, el incendio de una casa en la que fallecieron todos sus habitantes incluyendo dos niños, la historia de policías que se negaron a reprimir a la población y de personas que resultaron secuestradas, torturadas o asesinadas en los eventos.


¿Por qué es importante esta novela?

Este libro es de vital importancia para mostrar lo que pasa en Nicaragua, Venezuela y otros países donde la democracia y la vida de sus habitantes está en constante peligro. Es un libro necesario para la memoria latinoamericana y para reflexionar sobre cómo se construyen las dictaduras. Es un libro que muestra una fotografía fiel de los hechos sangrientos que han marcado el país estos meses de deterioro de los derechos humanos.

Es un libro en el que muchos se sentirán identificados por la lucha social de libertad, democracia y justicia.

******

Estanislao Paz soñaba que estaba acostado en la cama en medio de la selva. Hacía frío y llovía. Despertó asustado. Aún era temprano. Estanislao Paz rápidamente retiró las sábanas, se quitó la pijama, fue al lavandero, metió todo en una palangana con agua y les agregó un poco de cloro y detergente. Sacó el colchón al patio. Se bañó y se puso un pantalón corto y una camiseta. Cogió su cajetilla de cigarros y fue a la cocina a prepararse un café. Sacó una silla al patio, encendió un cigarro y viendo el colchón, tomó un trago de café.

Su madre lo encontró sentado en el patio fumando su noveno cigarro de la mañana.

—Despertaste temprano —le comentó.

Estanislao Paz asintió, sin darle los buenos días.

Su madre vio el colchón, pero no comentó nada.

—Te voy a preparar el desayuno —le anunció.

Estanislao Paz tampoco respondió.

La anciana fue a la cocina. Del refrigerador sacó un huevo que puso a freír en la sartén, recalentó el gallopinto de la noche anterior, sirvió todo en el plato y le agregó pan. Llamó a Estanislao Paz. Su hijo fue al comedor y se sentó. Comió en silencio. Ella calentó leche y luego se sentó con la taza casi llena. Estanislao Paz comía sin quitar la vista del plato. Su madre saboreaba la leche y de reojo miraba el colchón en el patio.

La madre de Estanislao Paz se llamaba Lourdes. Con dos años de diferencia parió a Estanislao e Ismael. Vivían en la Colonia Salvadorita, llamada así por Ana Salvadora Debayle, esposa del general Anastasio Somoza García, quien gobernó el país con mano de hierro por varios años hasta que el poeta Pascual Rigoberto López Pérez lo mató a balazos en la ciudad de León en 1956. En los años ochenta el Gobierno sandinista cambió el nombre del lugar por uno de los miles de muchachos combatientes fallecido en la insurrección popular de 1979, pero el pueblo mantuvo el nombre de “Salvadorita” como referencia del barrio.

El esposo de Lourdes se llamaba Octavio. Era mecánico. En los años setenta, Octavio trabajó varios años en los talleres Julio Martínez, pero poco a poco hizo su propia clientela hasta que montó su taller al lado de la casa. Su marido apoyó la insurrección nacional trasladando armamento de la Colonia Salvadorita a Bello Horizonte, pero un día lo capturaron. Estuvo dos meses preso. A Lourdes le contó que lo torturaron, pero no entró en detalles.

En los primeros años de la revolución sandinista, Octavio tuvo menos trabajo. Todo escaseaba. Había un embargo comercial y el país estaba sumido en una grave crisis económica. Sin embargo, usando su ingenio para reparar motores, salió adelante. Doña Lourdes se ganaba el dinero planchando y remendando ropa de los vecinos.

Estanislao e Ismael iban a la escuela en la mañana. En las tardes luego de almorzar y hacer las tareas, ayudaban a su padre en el taller. El trabajo era tanto que Octavio contrató a otros dos jóvenes. Fue así que pronto Octavio reunió un pequeño capital con el que construyeron los cuartos de Estanislao e Ismael. Pero a Octavio le sobró dinero y los sábados después del trabajo iba a la licorería y compraba cervezas. Al principio bebía poco y se tomaba la sopa que Lourdes le preparaba y se acostaba. Con el tiempo aumentaron los días y la cantidad de bebida. Octavio a veces terminaba de consumir licor los domingos en la noche, pero por la mañana del lunes estaba en pie reparando los vehículos. Hasta ese entonces Octavio era un hombre calmo. No tenía otra mujer ni hijos de otro matrimonio, solo que la bebida se convertía en un problema. Lourdes no entendía muy bien lo que le sucedía. Los primeros meses trató de convencerlo para que dejara la bebida, pero después terminó con un ojo morado y los platos y muebles rotos.

Un día que Estanislao e Ismael volvían del colegio, fueron interceptados por soldados del ejército. Se llevaron a Estanislao a una base militar. Ismael corrió para avisar a sus padres. Hasta dos días después, Octavio y Lourdes encontraron a Estanislao. Lo tenían en unas barracas militares junto a otros cientos de niños obligados a cumplir el Servicio Militar Patriótico. Por más intentos y ruegos, Octavio y Lourdes no pudieron sacar a Estanislao, quien a las tres semanas fue enviado al Batallón 5012 para combatir a los Contras en las montañas.

Octavio se dedicó más a la bebida. Pronto los clientes del taller dejaron de llevarle sus vehículos. Una noche, Octavio volvía de un bar y se encontró con una unidad militar. Tomó una piedra y la lanzó. Quebró uno de los vidrios del vehículo. Los soldados lo capturaron y lo golpearon. Octavio se enfrentó a ellos. Los maldijo. Los escupió. A empellones fue metido al vehículo. Lo acusaron de terrorismo, intento de asesinato y rebelión. Todas las mañanas y tardes Lourdes llegaba a la prisión a dejarle comida. Fue enjuiciado y lo condenaron a tres años de cárcel. Una mañana que Lourdes llegó a dejarle comida, le informaron que Octavio había fallecido. Le dijeron que su muerte fue por causas naturales.

Hasta un mes más tarde Estanislao Paz supo de la muerte de su padre. Su madre e Ismael llegaron hasta las afueras de Matagalpa, donde estaban reunidos varios batallones. Estanislao Paz no supo qué decir, pero en el siguiente combate desató la furia que llevaba dentro y disparó, lanzó granadas, gritó palabras soeces contra sus enemigos y combatió a como nunca lo había hecho. No le importaba morir. No le daban miedo las balas. Sentía odio. Sentía un inmenso resentimiento a todo.

Un día mientras caminaban por la montaña, encontraron un caserío. Los soldados tenían hambre y sed. Sin importar el rechazo de la gente, mataron la vaca de una de las familias y la asaron. Esa noche celebraron con licor, marihuana y más carne. Estanislao Paz tomó su fusil, dejó al grupo y recorrió el lugar. Vio la luz de un candil y entró a una casa. Dentro estaban madre e hija. Estanislao Paz les hizo de señas que no gritaran. A la chica la llevó al patio. Estanislao Paz regresó casi a la madrugada y cuando salió el sol se fueron del lugar.

Ismael cumplió voluntariamente el Servicio Militar Patriótico. De todas maneras, tarde o temprano tenía que ir a combatir a las montañas. Así que en contra de los consejos de su madre, se enroló en el ejército. A los dos meses Ismael cayó en combate. Estanislao Paz recibió un permiso para asistir a la vela. A esas alturas, Estanislao Paz era un ser impenetrable. No derramó una sola lágrima y ni un solo quejido salió de su garganta. Estanislao Paz volvió al Ejército con más coraje. Participó junto a otros tres mil soldados en la Operación Danto, la ofensiva militar de mayor alcance que en marzo de 1988 impulsó el Ejército Popular Sandinista para acabar con la Contra. Su grupo fue emboscado. Vio morir a cinco compañeros. Estanislao Paz combatió hasta que una bomba lo dejó inconsciente.

Cuando despertó, estaba en Managua, en el Hospital Alemán. Su pierna derecha tenía varios impactos de metralla. No le daban muchas esperanzas. Su madre lo cuidó esos meses de dolorosa recuperación. Por fortuna su pierna sanó y fue dado de alta. Estanislao Paz no volvió a la guerra, pero su mente quedó atrapada en las montañas.

En la mañana del 25 de febrero de 1990, Estanislao Paz y su madre hacían cola para votar en las elecciones presidenciales. Estanislao Paz tenía veinte años y cojeaba de su pierna derecha. La fila era larga. El ambiente era tenso, pero calmo. Estanislao Paz no hablaba. Su madre sí conversaba animadamente con las vecinas. Dos horas después lograron votar. En silencio regresaron a casa. Estanislao Paz se recostó y su madre se puso a planchar ropa. Estanislao Paz había conseguido empleo en una gasolinera. Era poca paga, pero al menos tenía ingresos. Ese día tenía libre. A las once de la noche, Estanislao Paz se levantó y fue a la sala. Su madre veía una telenovela.

—¿Quién ganó? —preguntó.

—Todavía no se sabe —respondió su madre.

A Estanislao Paz esto le pareció raro porque en el telenoticiero habían dicho que anunciarían los resultados de las votaciones a las nueve de la noche. Se sentó al lado de su madre. Ella terminó de ver la telenovela. Estanislao Paz cambió de canal y se puso a ver la película Dirty Dancing, con los actores Patrick Swayze y Jennifer Grey. Su madre lo acompañó remendando ropas. Luego comenzó la película Rambo, con el actor Sylvester Stallone, pero Lourdes fue a acostarse. A Estanislao Paz lo venció el sueño y se quedó dormido en el asiento. Cuando despertó, ya había otra película. Su pantalón estaba húmedo. Apagó el televisor, se cambió de ropa y fue a acostarse.

—Estanislao —le dijo suavemente su madre.

Su hijo abrió los ojos.

—Ya van a anunciar quién ganó —le avisó.

De inmediato Estanislao Paz se levantó. En el televisor se transmitía la conferencia de prensa. Todavía no amanecía. Estanislao Paz estaba contento. Sentía que a través de su voto había vengado a su padre y a su hermano. Su madre tenía sentimientos encontrados. Ella también votó por el cambio, pero en el fondo, no sabía si esto traería una mejoría a la situación económica del país.

Un año después, Estanislao Paz perdió su empleo. El país enfrentaba las consecuencias de una década de crisis económica. Estanislao Paz fue a pedir trabajo a otras gasolineras, pero no tuvo suerte. Un día que volvía caminando de Rubenia a la Colonia Salvadorita, fue a la Cooperativa de buses Parrales Vallejos en la que trabajaban militantes y exmilitares sandinistas. Preguntó si le podían dar trabajo en la gasolinera de la empresa formada esos años con la privatización de autobuses estatales del transporte colectivo, después que los revolucionarios perdieron el poder. Le dijeron que no, pero le indicaron que buscaban un conductor de autobuses. Estanislao Paz les contestó que él podía hacerlo, pero que no tenía licencia. La cooperativa le ayudó a conseguir la licencia y después le enseñaron a manejar.

Su madre recibía una raquítica pensión por la muerte de Ismael y seguía planchando y remendando ropa. Con ese dinero y el ingreso de Estanislao Paz apenas sobrevivían. En las noches luego de trabajar, Lourdes se sentaba a ver la telenovela. A veces sola, lloraba recordando a su esposo y a Ismael. Calladamente estaba segura que Ismael hubiera salido adelante en la vida. Era un joven inteligente y se miraba que iba a ir a la universidad. Octavio también lo hubiera hecho con su taller, pero la bebida lo había arruinado. Ella rezaba para que Estanislao Paz nunca callera en eso. Rezaba cada noche para que su hijo fuera feliz, pero parecía que le habían arrancado la felicidad de su ser. Era un joven que iba de su casa a la cooperativa y de la cooperativa a su casa. Tras retirarse del Ejército, tuvo una novia. Ella salió embarazada, pero nunca vivieron juntos. Estanislao Paz era muy celoso, posesivo y tenía mal carácter. Estanislao Paz no se hizo cargo del bebé y se negó a conocerlo.

En 1992, durante las protestas contra el Gobierno de Violeta Barrios de Chamorro, Estanislao Paz fue llamado de urgencia a una reunión en la Cooperativa Parrales Vallejos. Los sindicalistas alertaban que la derecha intentaba quitar poder a los sandinistas y que esto significaría que los sectores sociales se verían afectados con recortes presupuestarios. Hablaban de que corrían peligro las pensiones que se daban a las madres de los soldados muertos en los años ochenta, que se quería instaurar una dictadura oligarca y que los pobres resultarían afectados con más desempleo.

Convencido, Estanislao Paz se unió en las protestas. Levantó barricadas, empuñó nuevamente las armas, disparó contra policías y defendió la causa sandinista hasta que se lograron acuerdos políticos. En las siguientes elecciones votó por Daniel Ortega. Aunque siempre perdía, Estanislao Paz siguió dándole su voto. En la administración de Arnoldo Alemán fue parte de los grupos que quemaron la Alcaldía de Managua. También participó en las protestas contra el Gobierno del presidente Enrique Bolaños.

El tiempo transcurría y Estanislao Paz seguía conduciendo autobuses. Habían pasado once años de la victoria y permanencia de Ortega en el poder. Aunque esos años Estanislao Paz votó por Ortega, su madre se decepcionó de la política y se entregó más a las telenovelas. Aún planchaba y remendaba ropa. La casa se caía a pedazos. El techo tenía más goteras que un queso suizo. Seguían siendo tan pobres que ni las navidades celebraban. Los 24 y 31 de diciembre simplemente se acostaban temprano escuchando la algarabía en las calles, los cohetes y las fiestas en las casas vecinas. Casi no conversaban. Es más, Estanislao Paz nunca preguntó nada a su madre sobre Ismael o sobre su padre. Lo que sí hacían juntos era ir a la iglesia. Después de la muerte de su esposo y de su hijo, el corazón de Lourdes quedó vacío. En la iglesia renovaba ese sentimiento de esperanza de la vida eterna y a través de sus plegarias se aseguraba que las almas de Octavio e Ismael descansaran en paz. Aunque el vacío continuaba, era más llevadero. Estanislao Paz ayudaba a caminar a su madre ya un poco ciega y lenta. Estanislao Paz no escuchaba los sermones ni lo animaban las canciones religiosas. Estaba ahí solo por su madre. A él le importaba una mierda la prédica del padre que no sabía nada de lo que era el sufrimiento y la pobreza.

Ese día que Alvarito Conrado iba en el autobús hacia Metrocentro, Estanislao Paz escuchaba la radio y concluía que era el momento de nuevamente defender a su Gobierno. Vio ese vehículo con las banderas azul y blanco y quiso arrollarlo. Qué se creían esos burgueses protestando. Ellos no tenían derecho a nada, porque eran una clase social explotadora que se enriquecía a costa de los pobres. Para Estanislao Paz, desde el regreso de Ortega al poder, el país había progresado y nadie podía quejarse. Estaban mejor que con esos malditos gobiernos de derecha. Mientras escuchaba las noticias, Estanislao Paz se fue llenando de furia y aceleraba el motor del autobús sin medir las consecuencias porque algún pasajero podía resultar herido al caer.

No supo a qué hora terminó su último recorrido, pero esa tarde no llevó el autobús al estacionamiento de la Cooperativa Parrales Vallejos. Mientras su madre remendaba ropa y veía la telenovela, Estanislao Paz manejó hacia la Upoli donde embistió una barricada y le quitó la vida a Gilberto Sánchez García de dieciséis años, quien estudiaba la secundaria en el Colegio Rigoberto López Pérez. Esos días el joven apoyaba la protesta de los universitarios que mantenían la zona tomada para evitar los ataques de los armados. Luego, Estanislao Paz se dirigió a la rotonda Jean Paul Genie. La ciudad era un caos. Lentamente se abrió paso entre el atasco de vehículos. Tardó más de una hora en recorrer seis kilómetros. Las informaciones indicaban que las protestas ya eran a nivel nacional. Mientras Estanislao Paz subía por la carretera frente al centro comercial Camino de Oriente, recordó a su padre, a Ismael, vinieron a su mente sus años en la guerra y vio al frente a la muchedumbre reunida en la rotonda Jean Paul Genie que alegres ondeaban banderas azul y blanco y exigían un inmediato cambio de Gobierno. Entonces, apagó las luces del autobús y aceleró.

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Arquímedes González

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