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Choque de trenes: Empresas vs. Estado

Sectores informados no se cansan en plantear el peligro de que los gigantes tecnológicos controlen la información

El Estado sigue siendo debilitado

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Y lo más dramático es que desde los organismos públicos no se ha actuado
con severidad para evitar esta acumulación de poder en unas compañías,
sino que, incluso, en algunos casos, se ha alentado esta concentración.
José García Montalvo

La colisión entre el Estado y grandes empresas era previsible, sus dirigentes se hicieron los desentendidos, cediendo espacio a su expansión y desarrollo, hasta sentirse libres de someterse a las exigencias gubernamentales. En menos de veinte años lograron acumular gigantescas fortunas y un poder sin igual. No les bastó el apoyo recibido de parte del Estado, ahora desafían sus normas y en abierto desdén, se oponen a la existencia de un marco jurídico que rija su funcionamiento. Las 'Big Tech' (Apple, Facebook-Metaverso, Amazon, Google y Microsoft), disponen de recursos económicos superiores a muchísimos países. Sus cifras son apabullantes. En vez de proteger la salud mundial, la pandemia sirvió de palanca para que las industrias farmacéuticas duplicarán su patrimonio. Nada detiene su apetito insaciable. La solidaridad humana se ha extraviado.


Después de la caída del Muro de Berlín (1989) y la implosión de la Unión Soviética (1991-1993), sintieron que el camino quedaba despejado. Los panegiristas del capitalismo cantaron loas al mercado. No sintieron la previsión de obviar lo ocurrido en los países del socialismo real. El desenfreno y la euforia les cegaron. Nadie podía oponerse a sus exabruptos. El pensamiento único —convertido en credo— era esgrimido contra quienes se oponían a los nuevos doctrinarios del capitalismo triunfante. Con evidencias en mano, publiqué el libro La otra cultura (propuestas para el cambio), Editorial UCA, (1994). Para anticiparme a lo que ya se preludiaba en los países capitalistas primer mundistas, aduje que debían evitar la tentación de suplantar la “Estadocracia” por la “Mercadocracia”. Los gobernantes no saben cómo lidiar hoy para contener su predominio.

En la nueva encrucijada se alzan voces mostrando lo negativo que ha sido para el bienestar ciudadano, dejar que las grandes empresas actúen a destajo, ahondando de manera obscena las desigualdades sociales, económicas, educativas y culturales. Los razonamientos sobre lo funesto que ha sido el resurgimiento del neoliberalismo, han sido desoídos. No han puesto límites a su voracidad. Como advierte Miguel Ángel García Leiva: “Existe una guerra entre quienes dicen que no hay una guerra y entre quienes dicen que sí la hay. Eso todo el mundo lo sabe. Las grandes tecnológicas, las farmacéuticas, las eléctricas han cavado sus trincheras. Enfrente, el Estado, y su defensa — con diezmados ejércitos— del interés general. Todo el mundo lo sabe. La sociedad, en tierra de nadie, solo posee herrumbrosas lanzas: las protestas civiles”. Una verdad evidente. Continúan sin crear contrapesos.

La lista de agravios cometidos por los mastodontes digitales es sombría. Desde la desprotección de empleados, la tercerización, aranceles, regulación, falsos autónomos, hasta la desobediencia e incumplimiento de acuerdos. No se sienten atados a nada. Las multas millonarias impuestas por los tribunales no tienen el efecto deseado. Las pagan y vuelven a reincidir. Ante la tibieza de las autoridades, García Leiva, termina preguntándose de manera angustiosa: ¿Hasta cuándo soportará el Estado este pulso de las grandes organizaciones? ¿Qué perdurará del interés general? ¿Dónde está el equilibrio entre la libertad económica y el compromiso social?” La clase política no ha sabido frenar el reto que supone para su existencia, la actuación desbocada de los grandes consorcios.

Venciendo la inercia gubernamental, algunos académicos han advertido los peligros que implica renunciar a los mecanismos que dispone el Estado para atajar las expresiones de tierra arrasada de los grandes empresarios. Las medidas tienen como propósito detener su avance arrollador. Profesores de Harvard, Yale, Berkeley, London Schools of Economics, Princeton, Stern, etc., salen al paso manifestando su inconformidad. Creen ineludible obligarlas a pagar impuestos. El 15% convenido por los europeos es muy poco, tanto que los galgos financieros aceptaron. ¿Por qué no obligarlos a competir? Se trata de monopolios que anulan a cualquier contendiente. Empresas que perciben que les harán competencia son compradas. Deben imponer fronteras ¿A qué temen los legisladores? ¿No se han percatado de su creciente fragilidad? ¿Son cortos de entendederas?

El Estado sigue siendo debilitado, las criptomonedas son una genuina expresión de los embates a que es sometida la sobrevivencia del Estado. La celeridad que imprimen a sus negocios y la lentitud de los dirigentes gubernamentales en marcar zonas rojas, permite a los empresarios explorar aspectos sensibles, para saber hasta dónde pueden llegar. Tendrían que vetar ciertas zonas. Mientras esto no ocurra, los mastodontes financieros continuarán desmantelando el Estado. La tardanza en poner diques su avance resulta inexplicable. No habrá poder alguno que pueda sujetarlos. Las criptomonedas avanzan sobre la faz de la tierra a velocidad del rayo. Se atienen a sus propias reglas. Los bancos centrales son ninguneados o pasados por alto. Las renuncias estatales se han convertido en bumerang para la clase política. Mañana no habrá nada qué hacer.

II

Sectores informados no se cansan en plantear el peligro de que los gigantes tecnológicos controlen la información, la desaparición de la soberanía del consumidor y la baja participación ciudadana en la política. La información fue transformada en mercancía. Muchísimos empresarios crearon cotos para utilizarla en su beneficio. Las ventas de datos (el recurso de Habeas Data no funciona), se transformó en un ámbito de negocios con rendimientos extraordinarios. Las denuncias de técnicos y especialistas que trabajaron a su servicio y luego dimitieron ante tanto desmadre, han sido pasadas por alto. No han servido para poner en su lugar a Facebook-Metaverso y Google. Ofertan datos al mejor postor, al por mayor y al detalle. El escándalo de Cambridge Analytica debió conducir a la clase política a proceder con energía. Su abstención está resultando cara.

No existen disposiciones que protejan al consumidor, está en tierra de nadie, fue abandonado a su suerte. Las impolutas leyes del mercado rigen la vida contemporánea. No hay preocupación por el prójimo. El abandono de los sectores empobrecidos resulta desesperante. La inversión en educación, salud pública, techo, etc., sigue comprimiéndose a la mínima expresión. Cada día los ricos aumentan su riqueza, mientras el número de pobres y desposeídos, crece a ritmo geométrico. El descrédito de la democracia tiene su origen en la displicencia de la clase política. Las elecciones son competencias donde participan solo quienes poseen grandes capitales. Los pobres no pueden aspirar a altos cargos de elección popular. La inversión de los lobistas es dirigida a atar de pies y manos a diputados y senadores desde antes de ser electos.

Las cifras de las 'Big Tech' provocan mareos, sumas estratosféricas condicionan la actuación de muchos países. Solo basta un par de datos. “El valor de los cinco grandes (9.2 billones de dólares…) era el doble que las 27 más valiosas de Estados Unidos”. Paralelamente las ganancias de Microsoft son absolutamente escandalosas: “Las ventas de Microsoft alcanzaron los 45.320 millones de dólares en su primer trimestre fiscal (finalizó el 30 de septiembre). Un 22% más que el año pasado”. Vuelven a sonar con fuerza las advertencias formuladas por Ignacio Ramonet hace veinticinco años. ¿Qué espera la clase política? ¿A qué obedece el desgano de las cámaras legislativas? ¿No será que sus miembros se sienten demasiado comprometidos ante la cantidad de plata recibida por los lobistas de las Big Tech? Los recursos económicos invertidos en la compra de voluntades se disparan anualmente.

Como confesó Branko Milanović, académico del Stone Center for Socio-Economic Inequality (Nueva York), a García Leiva, “Si no se los detiene ahora, será imposible pararlos una vez que se hayan extendido a múltiples áreas de la economía”. Una prevención que vengo proponiendo desde hace muchísimos años. Basta tener sentido común para saber que con el tiempo la irreversibilidad de su poderío será imposible. Chuck Collins, director del programa de inequidad del Institute for Policy Studies, razona de manera idéntica a Manuel Castells. Coinciden que la desigualdad es tolerada en Estados Unidos y así continuará mientras “la gente entienda que las reglas son justas y cualquiera puede alcanzar el sueño americano”. Tesis esgrimida por muchas personas cuando se reprocha la avaricia de los ricos. No queda más que cambiar las reglas del juego a la mayor brevedad.

José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), citado por García Leiva, dice que resulta “impresentable que Facebook no haya cumplido una de las condiciones básicas de su fusión con Instagram y WhatsApp, que impide que las empresas puedan compartir datos. Pero ¿de verdad pensaba la autoridad de la competencia que se podría controlar lo que la firma haría con los datos una vez producida la compra?” La falta de cumplimiento con los compromisos adquiridos es cada vez mayor. Las autoridades son objeto de burlas. Actúan a contrapelo de las responsabilidades que imponen sus cargos. Su actuación las convierte en cómplices del desposeimiento del Estado y torna sobrancera su existencia. Son los convidados de piedra. Solo amagan. Cada día menos personas creen en las bondades del Estado y objetan la existencia de la clase política.

Los lobistas aspiran a paralizar el Congreso estadounidense. Si los legisladores están interesados en la innovación y la ciberseguridad, aducen que “no deberían aprobar ninguna normativa que ceda terreno a competidores extranjeros y abra la puerta de los datos americanos a peligrosos y desconfiables actores”. Si actúan corren el peligro que China arrase con todo. Una objeción machacada de manera insana por los medios de comunicación bajo su tutela, para sembrar el miedo. ¡Uyuyuyy! Si tratan de poner el orden en casa, el Dragón amarillo se los comerá. En vez de buscar equilibrios que propicien la existencia de políticas sociales, la receta es la parálisis. Su deseo es que únicamente actúen cinco o seis empresarios sedientos de dinero, no importa si ello supone la desaparición de toda forma de control para evitar que el ciudadano común y corriente sea engullido por estos tagarotes. ¡El Estado clama por su defensa y reinvención!

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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