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Chontales y sus fiestas agostinas

En esta época vienen los montadores más curtidos con el ánimo de mostrar su temple y perennizar sus nombres

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A mi hermano Jorge Eliécer

1. En agosto —del 11 al 16— Chontales se convierte en centro de peregrinación, propios y extraños visitan Juigalpa con el único propósito de asistir a las corridas de toros más celebres de Nicaragua. Ninguna la iguala en gallardía, bravura y prestigio. Su fama es avalada año con año. Todos se sienten tentados de certificar su trascendencia. A muchos la curiosidad les atrae y luego ya no pueden dejar de venir a ver las montaderas de los astados de las ganaderías chontaleñas.


2. A Chontales vienen los montadores más curtidos con el ánimo de mostrar su temple y perennizar sus nombres. Es probable que nunca hayan sido tumbados en las barreras de las demás ciudades del país, eso no basta, mientras no hayan participado en una corrida en la Plaza Monumental Vicente Hurtado, Catarrán, no pueden decir que son los mejores. Vienen de todas partes de Nicaragua, hasta de Guanacaste, con la intención de obtener la presea que los acredita y sitúa en la cima.

3. A la plaza Vicente Hurtado Morales la caracterizan sus enormes dimensiones y la posibilidad de introducirse a la barrera. Centenares de personas y decenas de caballos le dan una tonalidad distinta, única, singular. Todos tienen derecho de participar en la algarabía. Las fincas quedan vacías y los campistas acuden puntuales a la cita. Las fiestas agostinas continúan siendo momento propicio, para que los chontaleños radicados fuera de Nicaragua, vengan a testimoniar su fe y asomarse a la barrera.

4. En un proceso de adulteración, algunos iluminados han empezado a nombrar como jaripeos a las montaderas de toros. Carentes de ingenio y creatividad copiaron burdamente el nombre que reciben en México, Honduras, El Salvador y Costa Rica. En vez de afianzar y arraigar lo propio, en una época donde lo local es lo que queda por oponer a los procesos de globalización galopante, se suman alegres, sin capacidad crítica, tergiversando el nombre con que se identifican las montaderas chontaleñas.

5. En México nombran como jaripeo torear, jinetear, lazar y colear a toros y caballos. Para distinguirse de los españoles —a quienes debemos estas prácticas— decidieron llamarlas de esta manera. En el norte de ese país, al ritmo de sones de toros, las montaderas son un rito encantador y desafiante. Así como componen corridos a los narcos más famosos, igualmente cantan las hazañas de los montadores más sobresalientes. Muchas corridos son dolorosos, registran sus muertes.

6. Con el ánimo de reivindicar su origen y existencia, Agustín Figueroa, afirma que el jaripeo, “es algo bien mexicano y de pueblo”. El aclamado Joan Sebastian (1951-2015), miembro de esta familia, montado sobre su caballo, cantaba gozoso para estas celebraciones. El Rey del Jaripeo, dispuesto a sobresalir, decidió en Juliantla, criar y celebrar el ritual con sus propios toros. La Candelaria, llamó a su famosa ganadería, en honor a esta virgen milagrosa, que también celebran en Comalapa, Chontales.

7. Los mexicanos sostienen la tradición. Con orgullo y beneplácito, taxidermistas de prestigio, disecaron a su semental más bravío: El Huracán, un astado de color negro, patas traseras e ijares con manchas blancas. Su bravura lo llevaba a hundir los cachos sobre la tierra baldía. Saben que las nuevas generaciones preguntaran dónde buscar los antecedentes de esta festividad popular. Por eso tenían que perfilar, a través de la creación de museos, la historia de los toros y las montaderas mexicanas.

8. En México destacan Oaxaca, Potosí y Juliantla, en El Salvador, Sonsonate, Cuscatlán, Quesaltepeque y San Juan de Opico. En Guanacaste, Costa Rica, la ganadería Río El Zapote y Santa Cruz. En Nicaragua, las ciudades de Somoto, Estelí, Camoapa y Santo Tomás, Chontales. En Rivas, el ganadero Denis Incer, impertérrito —criador de toros famosos— llama montaderas de toros, a esta fiesta que hace vibrar de entusiasmo a millares de nicaragüenses. Nada de coqueteos ni dobleces.

9. En las distintas ediciones del Diccionario de Español de Nicaragua (DEN), del profesor Francisco Arellano Oviedo, director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, no aparece la palabra jaripeo. Era lo esperado. En cambio figuran montado y montador, ambas alusivas a las montaderas de toros y caballos cerriles. Igualmente registra las palabras barrera y tope, no sale tampoco la palabra redondel. Incluye vocablos de uso frecuente entre los aficionados a las montaderas de toros.

10. Increíble verdad, perdimos Guanacaste (1826), debido a la política entreguista de algunos diputados y ahora en una vuelta de manos, en vez de ser nosotros quienes influenciemos sus corridas de toros, han venido desde allá, a colonizar nuestras más cara tradición. ¿Tan mal andamos? Me niego a subirme al carro de los desencantados. Lo rechazo por las razones apuntadas, espero que los dueños de las ganaderías más prominentes de Chontales hagan lo mismo y vuelvan por sus fueros.

11. Ni siquiera en la época clásica del cine mexicano, pudo asentarse en Nicaragua la palabra jaripeo. En los cines Mongrío y Juigalpa, crecimos viendo lo mejor del celuloide azteca. Tampoco arraigó en los diferentes departamentos del país. Con la aparición del Cine Cinthia, hubo un cambio sustancial en las propuestas cinematográficas. El doctor German Jarquín Sandoval, comenzó a tomar distancia de las películas rancheras de factura mexicana.

12. Cuando estudiaba en México, los nicaragüenses recién llegados, me atormentaban al escucharles hablar como mexicanos. Tenemos propensión por imitar el deje de otras naciones. ¿A qué se deberá que los nicaragüenses hablemos lenguas? Si vamos a Costa Rica, hablamos como ticos, si vamos a Panamá, hablamos como panameños, si vamos a España hablamos como españoles, etc. Si algo admiro de los cubamos radicados en Nicaragua, es que pese a los años, continúan hablando como cubanos.

13. Otra vergüenza de los promotores de los jaripeos, ha sido copiar a pie juntillas, la manera como elaboran los videos los mexicanos. Los hacen idénticos. No hay asomo de originalidad. Copian guiones, gestos, formas, vestimentas, pañuelo al cuello, música, nada de su propia inspiración. ¡Puro plagio! ¿Quién iniciaría tamaño despropósito? Si al menos se hubieran informado, no vinieran dando de bruces y lo que es peor, sometiendo nuestras corridas, a una falsificación burda.

14. Si de algo nos enorgullecemos los chontaleños, especialmente los juigalpinos, ha sido mantener y propiciar las corridas de toros. En vez de pensar y auspiciar algo nuestro, estas personas más bien terminaron cayendo rendidas, imitando a los mexicanos. ¿A qué vendrían a Chontales turistas de diversas partes del mundo? ¿Se asomarían a nuestras barreras, solo para ver algo más de lo suyo? Tenemos que huir de los procesos de uniformización. Debemos innovar no imitar.

15. Las fiestas agostinas duran hasta donde aguanten los montados y resistan los montadores. Seis o siete días de montaderas, con las noches y sus bailes, con mujeres alegres venidas de lejos, metidas en los chinamos. Dormir está prohibido. Terminada la parranda hay que empalmar con las dianas. La reventazón de pólvora empieza desde la madrugada. El toro rabón y los juegos de naipes, el ruido imparable de las roconolas y los promesantes asisten a Catedral, asunto de todos los días.

16. La continuidad de la tradición, una herencia sanguínea, Rito El Toro enseñó a Ezequiel a seguir bailando el toro, a embestir con alegría. Aunque Ezequiel no aprendió a rascar como Rito lo hacía con sus pies desnudos. Las Gigantonas atraviesan Juigalpa y bailan al son que les tocan. Joaquín Calentura no tuvo tiempo de transmitir su gracia. ¿Cómo aseguró el relevo? Estamos en la antevíspera. Mañana será el Tope y la Virgen de la Asunción presidirá la marcha. Ella, la festejada. Se le rinden honores y ofrendas.

17. Sobran toros y montadores, lo que hacen falta son toreros- El tiempo pasa y entre más pasa, más falta nos hace Catarrán. Su leyenda crece y el mito se expande. Las disputas se encaramaron en palco. No es una sola banda de chicheros, ahora son cuatro las que alegran las tardes. Son los hijos de Jicarito, Manuel Flores, Arnulfo Mendoza, Hugo Castilla, Juan Calero y Luis el Chiripero, a quien don Leocadio Téllez heredó sus artes. Los sones enardecen los ánimos de todos los presentes.

18. En un país desmemoriado no hay quien olvide los nombres de los toros más bravíos, ni elogie a los montadores de antaño. Es la una de la tarde y la manga se abre para dar por inauguradas las corridas. El Cumbo Negro, el Viajero, el Supongamos y el Calereño, siguen siendo nombres sagrados. El Morir Soñando hace entrar en calor hasta los más fríos. Comienza a beberse guaro hasta donde el hígado aguante. Una fiesta sin guaro, gritan encantados, no es fiesta. Otro trago, a tu salud. Gracias.

19. La mecanización tiene una contracara odiosa, los grandes lazadores siguen en proceso de extinción. Desaparecieron Nacor Amador, Concho y Margarito Villagra, Abel Lanzas, Serapio Aragón, el Zurdo Álvarez, solo para citar algunos nombres. Todavía veo a Margarito pechar con su caballo blanco a un astado de 700 kilos y a Concho, montado en su macho pardo, curtido de cuero en mano, restregarlo sobre los cachos del toro. Este sí que es hombre, grita Serapio para que lo escuchen todos.

20. En Pamplona —donde llegan todos los años para estar presente en los sanfermines— continúan siendo fieles a sus ritos. Durante el mes de julio, la ciudad recibe a ochocientos mil personas. Desean ver y reverenciar sus corridas de toros. Algunos se atreven a participar en los encierros. Una cita con la adrenalina. Correr los 849 metros en dos o tres minutos, mientras los toros les vienen pisando los talones, constituye un desafío con la muerte.

21. Desde que el Premio Nobel, Ernest Hemingway, inmortalizó los sanfermines en su novela Fiesta (1926), Pamplona empezó a remontar las alturas. No son proclives a las falsificaciones. En términos precisos, el Café Iruña, fijado en el imaginario de los lectores de Fiesta, tiene su equivalente en La Habana, en La Floridita. En este último bar escribió Hemingway Por quién doblan las campanas (1940), su celebrada novela sobre la guerra civil española. Reinventó Pa′pas, y lo convirtió en su propio trago.

22. Las fiestas agostinas, identificadas con las corridas de toros y celebraciones en honor a la Virgen de la Asunción, deben mantenerse como una festividad con sus propias características. ¿Podrá recuperarse el bramadero para que los campistas muestren las destrezas adquiridas durante las fierras de ganado? La competencia entre las ganaderías chontaleñas augura un futuro promisorio. El encastamiento con toros de lidia españoles, un nuevo capítulo en la crianza de toros.

23. El retiro de El Diablito de Muhan, en un contexto de expansión y desarrollo de las barreras, supone un reto para la nueva generación. ¿Quiénes llenaran este vacío? Juigalpa dispone de tres plazas y ahora ha surgido una cuarta, el Rancho Lumbí, ubicado en el kilómetro 131, sobre la carretera al Rama. En estos lugares los chontaleños ratifican el culto a las corridas. En una región ganadera, las fiestas taurinas son nuestro santo y seña. ¡Constituyen nuestro signo distintivo!

24. Durante los cinco o seis días de montaderas, los canales televisivos locales, se suman al goce. A través de las pantallas, incorporan a los hogares juigalpinos, tomasinos, acoyapinos y liberteños, para que sigan paso a paso esta fiesta trepidante. Ojalá que este año den un giro y entrevisten a los montadores más destacados, a los dueños de las ganaderías más renombradas, a los campistas más avezados y hagan campaña con la intención de estimular la aparición de nuevos toreros.

25. Dentro de los planes de desarrollo turístico de Chontales, llegó la hora de construir —con un diseño arquitectónico regional— la Plaza Vicente Hurtado Morales, Catarrán. Un sitio digno, en cuyos bajos se instale el Museo Taurino, donde se exhiban los rostros renegridos de Catarrán, Chema Come Cuero, Rito El Toro y Joaquín Calentura, pintados al óleo por Róger Pérez de la Rocha o el leonés Mario Jarquín Escobar, los mejores retratistas del país. ¡No hay tiempo que perder!

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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