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Calle Palo Solo

Vida, gente y rutinas en la calle Palo Solo, de Juigalpa.

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El viento de Amerrisque levantaba el polvo a lo largo de la calle, viento y polvo invitaban bajar al Mayales, a la poza de Paiguas, durante un verano intenso que mostraba su inclemencia. Los caballos llegaron temprano con las cargas de leche. La calle empezaba a despertar de su breve letargo. La música sonó hasta media noche en la roconola del Hotel Imperial. Los danzarines se marcharon satisfechos bailando los recientes éxitos de Celia Cruz, Nelson Pineda, Carlos Argentino, Daniel Santos, Celio González, los grandes de la Sonora Matancera. En el hotel poco se dormía. Los huéspedes se marchaban antes que el sol se desgajara por el lado de Tamanes. El ruido de las camionetas se filtraba por las casas. Los cantos de los gallos de pelea de don Eudoro anunciaban un nuevo amanecer. Su asistente, Rogelio Chapín, fue enviado anoche al Cine Juigalpa, para que colocara su butaca en el lugar de siempre. Nunca se sentó en otras sillas. Tampoco lo hizo el diputado conservador Dionisio Morales Cruz, tenía dos butucas, la otra era para su esposa, doña Salvadora Peralta. En una hora los vecinos empezarían a dar señales de vida, tres o cuatro mujeres y un adolescente vinieron al alba a comprar leche donde doña Clotilde Díaz. Las hermanas Montiel hacía buen rato que habían iniciado su jornada. Pepa y Amanda mantenían bajo tutela a la parentela, hijos que nunca tuvieron, los educaron con esmero y paciencia, su goce consistía en llamarlos doctores, porque en verdad lo eran. Antes de la seis se fueron a sus fincas para multiplicar los panes. Doña Juanita Montiel seguía envuelta en su rutina, cuidando a su marido, hijos y parientes. Doña María Delia Matamoros estaba presta a empezar las clases en la Escuela de Mecanografía, la única en la ciudad.

A las seis y media, Evo vino a colgar en el poste de luz de la alcaldía, el cartelón que publicitaba la película que esta noche presentaran en el Cine Juigalpa. Por la puerta de las Castrillo se colaban las primeras voces después de una noche entretenida con juegos de naipes. La tía Leonor volvería a su máquina de costura mientras su prole crecía jubilosa. William no temía a nada ni a nadie. Se liaba a los golpes con cualquiera. En el despertar de mi niñez fue mi ídolo. A esta hora Bocho y Catucho hacían el primer recorrido con su pipa. Vendían a chelín el cántaro de agua que se bebería en los hogares. Los dueños de las refrigeradoras de kerosene fueron a abastecerse en la gasolinera Esso de don Teodoro Quintero. La venta de la tía Rosibel abriría a las siete. En este momento se arreglaba para ir a dar clases en la escuela pública ubicada esquina opuesta a doña María Almanza. En la Botica Juigalpa estaban listas para iniciar la jornada. Anoche Tulita Ugarte y el Chocoyo Cuadra, desafiaron a doña Toña Rivera sin graves consecuencias. No había apuestas en el juego de cartas. Con los años, en el alto de la puerta de la botica, ciertos días de la semana una luz roja indicaba que estaría de turno toda la noche. Mientras jugaban, veían la telenovela de Canal 2 y despachaban La Prensa de Pedro Joaquín Chamorro. El diario llegaba a las cuatro de la tarde. Joaquín Castrillo, el mitotero, madrugó como todos los días —excepto los domingos— para acondicionar las oficinas de la Administración de Rentas.


Anoche el mitotero volvió a encantar a quienes escuchaban sus narraciones hiperbólicas en el Parque Central. En todas aparece como la figura central. Contó que había tenido una pelea a muerte con un León, al que había matado con una Gillette. Sus relatos, acompañados de las mímicas correspondientes, forman parte del imaginario de la ciudad. La Alcaldía Municipal permanecerá cerrada hasta las dos de la tarde, igual ocurrirá con el Juzgado Único para lo Civil y Penal. José Santiago Bendaña, el juez, despachará a partir de esa hora. Fucho llegará puntual, pese a la bebedera de anoche en el estanco de la Dora Flores. Don Humberto Castilla, el orfebre, en unos minutos empezará a darle forma al oro. Igual hará Cristóbal Bermúdez, el elevador de globos con esquelas amorosas, como lo recuerda mi hermano Jorge Eliécer. Donde don Tito Ugarte y la Bochita, el bullicio no apaga. Barlán se mimetiza en el paisaje. Sobre su pasado se dicen cosas que forman parte de la leyenda urbana. Muchos afirman que el tatuaje en su brazo se lo pintaron en sus años de marinero por las costas de Jamaica. El molino gangoso de la Bochita tritura desde la madrugada el maíz para hacer tortillas, pinol y pinolillo. Jicarito sigue pegado a la máquina de costura, estaba a unos pasos de alcanzar la estatura que llegó adquirir como miembro de los Rítmicos del Clan. Doña Natividad Molinari se asomó para ver qué eran esos gritos en la calle. La maestra Auxiliadora Arguello se empinó desde la ventana para saber quiénes eran los que discutían. Los Molinas, orgullosos de su padre, don Humberto, seguían siendo iniciados en el fisicoculturismo. Los gallos de Abelardo Castro alborotaron el vecindario como todos los días. Después de asolearlos y darles de comer, partirá rumbo a la curtiembre. El intercambio de navajas por cuadernos de la Administración Somoza fue una ligera inmersión que tuve por el mundo de los gallos durante mi adolescencia. Anoche su familia no pudo conciliar el sueño. Los enamorados se marcharon temprano de La Terraza Palo Solo, no así los asiduos quienes se rajaron el galillo ensayando las canciones que llevarían a sus novias en sus serenatas ocasionales.

El maitro Arguello, iba presuroso, don Miguel Ángel Díaz, devoto consagrado, asistirá a misa de cinco de la tarde, doña Adelaida Flores bajó de madrugada rumbo a Jicarito y la quebrada de Carca a comprar gallinas, huevos, frutas y legumbres. Dejó a Julia al frente de la pulpería. Doña María Teresa Sandoval, auténtica mezzosoprano, pasó muy de madrugada a cantar la misa de cinco. Lo haría de nuevo hasta la hora del rosario, se iría un poco antes para visitar a la niña Anita Jarquín, todas las noches conversaban sobre la salvación del alma. Después doña María Teresa se meterá al templo para entonar sus cantos religiosos, mientras el padre Francisco Romero, granadino, daba la misa. Juan Calero, el virtuoso, ya terminó de ensayar. Don Moisés Palacios, maestro de obra jinotegano, se encaminaba a dar los últimos toques a la construcción del Centro Escolar Pablo Hurtado. Era el papá de Mayra, guapa más allá de su miopía. Maruca, Nubia y Amparo, daban un toque especial a las tardes. En el costado este de su casa, doña Adriana sostenía su hogar con dignidad y esfuerzo. Mirian, Rosita y Manuel formaban su santísima trinidad. Amparito era un maniquí chiquitito de carne y hueso, caderas resaltadas, pechos disparados hacia arriba y piernas torneadas. En un rato la vería pasar en dirección a su trabajo. Zaparruco, el carpintero, alistaba sus utensilios. ¿De dónde vendría el apodo? ¿Sería por chiquito y enjuto? Los Mejía se reunirán la tarde y don Carlitos regresará cansado después de terminar un nuevo cerco de piedras. Toño Ugarte, el beisbolero, y la Dora, ya se habían casado, el mito de jugador estrella crecía sin hacer mella en su espíritu. Don Martín y doña Toña todavía no habían puesto pies en Palo Solo. La niña Lolita Pérez Castrillo, aun no alcanzaba la fama que gozaban la tía Leopoldina y la tía Rosibel, mientras tanto continuaba su labor como educadora y se esmeraba por la transformación de la enseñanza en Chontales.

Don Panchito Urbina, por razones de oficio, asistiría cara acontecido al entierro de esta tarde. En su casa exhibía y vendía ataúdes de madera forjados en su taller. Don Panchito estaba a unos días de acompañar otra vez la procesión del Santo Entierro durante esta Semana Santa. Embutido en un saco negro, su figura destaca entre los deudos en el cementerio. Nunca supe si a él le ocurría lo mismo que acontecía a los familiares de Julio Cortázar, el célebre autor de Rayuela. Al llegar a las velas estas lloraban afligidas, desplegaban sillas, distribuían café, los asistentes terminaban dándoles el pésame a ellas. A las ocho de la mañana la calle Palo Solo empezó a tornarse alegre, no tanto como a las cuatro de la tarde, cuando parejas de jóvenes imberbes enfilaran rumbo a la Terraza Palo Solo. A esa hora de la tarde Mama Guicha llevaba media jornada horneando. A pesar que no lo necesitaba mandaba al Chino a vender sus delicias. En la esquina del hotel estaban a la venta a partir de las tres, los pasteles, donas, repollos y empanilladas. Costaban un real. ¿Increíble verdad? ¡El córdoba ahora no vale nada! El desfile de compradores se repite todas las tardes. Siguiendo la tradición, la Panchita los hornea con idéntica sabrosura. A la orilla de Mama Guicha aprendió no solo hacer pasteles, también a manejar el Hotel Imperial y a controlar los excesos de los bailarines, que con tres o cuatro tragos armaban peloteras. La escuela primaria colindante con nuestra casa permanecerá cerrada hasta mayo que empiezan las clases. A las seis de la tarde unas luces macilentas iluminaran la calle. A las doce de la noche el pueblo quedará a oscuras. A las cuatro de la mañana empezará un nuevo ciclo de vida sobre la calle Palo Solo.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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