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Bulos, redes, ética

La característica fundamental radica que en el presente las mentiras son fabricadas a diario por millones. Las hay de todos los colores, peso y tamaños

El CEO del “país más poblado del mundo” no entiende de razones. Ahora que siente amenazados sus bolsillos empiezan algunos cambios.

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La verdad y el poder pueden viajar

juntos solo durante un trecho. Más tarde


o más temprano seguirán por sendas separadas.

21 Lecciones para el siglo XXI. Yuval Noah Harari

Las elecciones presidenciales estadounidense de 2016 constituyen un parteaguas en el incremento de mentiras políticas a través de las redes. En su Lección número 17 dedicada al análisis de la Posverdad, el israelí Yuval Noah Harari invita a echar un vistazo a la historia, para que comprendamos que no se trata de un hecho reciente. La propaganda y la desinformación son de vieja data. Considera que los humanos como especie prefieren el poder a la verdad. Algo más o menos parecido deja sentado el filósofo español Fernando Savater en su análisis sobre Los diez mandamientos en el siglo XXI. La diferencia hoy en día es que nunca han circulado tantas mentiras como ahora. Igualmente resulta válido el deseo de ponerlas al desnudo. Señalar con el dedo acusador a los corifeos. Una conducta desviada que alcanza a tantas almas piadosas.

Las mentiras, las medias mentiras, las medias verdades y verdades a medias, forman parte del arsenal ideológico para tratar de librar con éxito las luchas políticas. Al menos Harari se pregunta: ¿Y qué desencadenó nuestra transición a la de la posverdad? ¿Internet? ¿Las redes sociales? ¿El advenimiento de Putin y Trump? El israelí sostiene que, en vez de aceptar las noticias falsas como norma, debemos reconocerlas como un problema sumamente complejo. Más difícil de extirpar de lo que habitualmente suponemos. Su conclusión definitiva es que debemos poner todo nuestro empeño para distinguir la realidad de la ficción. Diferenciar lo verdadero de lo falso. Esa caricatura de la verdad bellamente esculpida. Advierte que “no podemos pensar en términos de absolutos de pureza prístina frente al mal satánico”. En todas partes se cuecen habas.

La característica fundamental radica que en el presente las mentiras son fabricadas a diario por millones. Las hay de todos los colores, peso y tamaños. Elaboradas con fruición por distintos centros de poder, son lanzadas a través de las redes. Viajan sin cortapisas por el universo impactando las conciencias de millones de personas. Algo han incorporado de los viejos manuales de agitación, propaganda y contra-propaganda. Las fuentes enmascaradas pululan al por mayor. Las redes facilitan la tarea. En los medios resulta mucho más difícil mimetizarse. Especialmente ahora que exigen a sus colaboradores acreditarse. En las redes los bulos transitan veloces sobre rieles. La complejidad del fenómeno se agudiza. En las autopistas de la información se incorporan una masa inconmensurable de personas que antes no hacía presencia.

En este vasto panorama los compromisos asumidos por los propietarios de las redes no acaban de aterrizar. Los acuerdos suscritos con diferentes Gobiernos viajan lentos. Cada cierto tiempo explosionan noticias dando cuenta de informaciones falsas acogidas y puestas a circular con devoción franciscana. En medio de la pandemia que azota a la humanidad, no deja de ser descorazonador que organizaciones dedicadas a investigar los contenidos en las redes, lancen alertas previniendo a la población de resguardarse ante la circulación de bulos que atentan contra su salud. Con el uso de los satélites la inmediatez informativa terminó por convertirse en norma. Una particularidad que podría resultar provechosa, porta el riesgo de echarnos a perder la fiesta ante millones de informaciones falsas. ¡Este es el verdadero desafío!

Más allá de las bondades de las redes y su valiosa contribución para enfrentar el coronavirus, la Fundación Avaaz creada en 2007 (Avaaz significa voz, en distintos idiomas), presentó recientemente un estudio donde puso al descubierto un centenar de noticias falsas sobre el coronavirus. Todas difundidas a través de Facebook. La gravedad de sus conclusiones es que “Facebook no logra localizar el 70% de las noticias falsas en español sobre la pandemia”. Un porcentaje alto. No ocurre igual con el idioma inglés. Esto supone que no somos sujetos preferentes en el rastreo que hace la plataforma virtual. Estamos a la buena de dios. Las cien noticias falsas sobre el coronavirus circularon en seis idiomas. El resultado del análisis indica que debe hacerse una crítica permanente de las redes para mejorar su desempeño.

El estudio de la Fundación Avaaz resalta que las informaciones fueron desmentidas por verificadores independientes. Los bulos difundidos fueron visualizados 117 millones de veces y compartidos por 1,7 millones de internautas. No deja de ser aflictivo y un poco preocupante que Facebook tenga que esperar muchas veces hasta veintidós días para poner fuera de circulación noticias falsas. Dispone de programas para hacerlo con mayor celeridad. Es lo que todos los usuarios esperan. Los gobernantes de Francia, Alemania y Holanda, han recriminado varias veces la ligereza con que opera la plataforma liderada por Marck Zuckerberg. El problema se debe a que mientras sus informaciones viajan a velocidad geométrica, el proceso de rectificación de los bulos es sumamente lento. En tiempos de coronavirus resulta una contradicción mortal.

Sería útil y pertinente atenernos a la sentencia del periodista colombiano Gabriel García Márquez: “La mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se sirve mejor”. Un principio ético que debería resultar innegociable para dueños y operadores de plataformas digitales. En momentos que el mundo espera con ansia noticias verdaderas y corroboradas sobre la mejor manera de enfrentar la peste, personas inescrupulosas —y las mismas redes digitales— ponen a circular informaciones imprudentes y hasta precipitadas. La responsabilidad de sus dueños salta a la vista. Las exigencias de algunos Gobiernos solicitándoles mayor atención en la eliminación de noticias falsas y la imposición de multas millonarias no han sido disuasivas. Se muestran inconsecuentes en horas decisivas para el futuro de la humanidad.

La tradición estadounidense asentada en la falta de leyes de prensa debería tener su correlato en el apego irrestricto a principios éticos irrenunciables. La mayoría de los grandes emporios mediáticos —debemos sumar las plataformas digitales— son de factura estadounidense y han venido siendo cuestionadas a lo largo de las tres últimas décadas. Ni siquiera en horas de angustia y dolor generalizados se manifiestan sensibles. Tampoco han estado abiertas a los cuestionamientos provenientes de la Cámara de Representantes y del Senado de Estados Unidos. Continúan acrecentando sus fortunas y su ascendiente sobre la conciencia de las personas se vuelve ubicuo. Son reticentes a la hora de rectificar. Durante los nueve meses precedentes ha renacido el deseo de contener su actuación mediante leyes que impongan límites a su poder.

Los nicaragüenses tenemos la alternativa de asistirnos de las informaciones brindadas por medios e instancias de probada credibilidad. En momentos que campea el miedo, la ansiedad y el estrés, disponen de los comunicados y recomendaciones emitidas por la plataforma creada por el Comité Científico Multidisciplinario, iniciativa impulsada por científicos nicaragüenses para el abordaje de la covid-19. Los hechos inducen a considerar más que apropiada la advertencia de Yuval Noah Harari: “… no hay periódico — debo decir, medio de comunicación— que se halle libre de prejuicios y errores, pero algunos periódicos hacen un esfuerzo honesto para encontrar la verdad, mientras que otros son una máquina de lavar cerebros”. Ojalá comprendamos y enfrentemos estos dilemas.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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