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Sobre el arte de argumentar

¿Cuántos tienen el sentido del orden y elegancia para debatir? Muchos están tan convencidos de sus ideas que lo que tratan de hacer es imponerlas

Joe The Goat Farmer | Flickr.com | Creative Commons

Eduardo Estrada

15 de junio 2016

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El modelo sobre el arte de conversar que publiqué en uno de los blogs, es un modelo ideal, pero la verdad es que por muy refinados que queramos ser, es inevitable la polémica y el debate, y siempre debemos estar preparados para argumentar, para defender nuestros puntos de vistas, pero también estar abiertos a hacer ajustes en nuestra visión de las cosas, de la vida, del mundo.

Cuando se entra en un tema controversial, la mejor estrategia es hacer una exposición analítica de nuestros puntos de vista para los que nos escuchan, a partir de lo cual nuestros interlocutores puedan hacer sus propias conclusiones, claro, en el supuesto que estamos conversando con personas que también están expuestas a hacer ajustes en sus opiniones. Con religiosos fanáticos o personas con posiciones políticas extremas, definitivamente, no se puede conversar.


Una vez que hemos llegado a una conclusión bien sustentada en razones, debemos explicarlas y defenderlas mediante argumentos, dice Anthony Weston, en su libro Las claves de la argumentación. Un buen argumento no es una mera reiteración de las conclusiones. En su lugar, ofrece razones y pruebas, de tal manera que otras personas puedan formarse sus propias opiniones por sí mismas.

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El primer paso al construir un argumento es preguntar: ¿Qué estoy tratando de probar? ¿Cuál es mi conclusión? Recuerde que la conclusión es la afirmación en favor de la cual usted está dando razones. Las afirmaciones mediante las cuales usted ofrece sus razones son llamadas «premisas», enfatiza Weston. La condicional lógica, Sí entonces (→), ilustra el modelo que primero se presentan nuestras hipótesis y finamente nuestras tesis o conclusiones.

Se puede presentar primero la conclusión seguida de sus propias razones, o se exponen primero las premisas y se extrae luego la conclusión al final. En cualquier caso, expresar las ideas en un orden tal que su línea de pensamiento se muestre de la forma más natural a sus interlocutores.

¿Pero cuántos conversadores tienen el sentido del orden y elegancia para argumentar? Por lo general están tan convencidos de sus ideas, que lo que tratan de hacer es imponerlas, en vez de influir en forma positiva, tal como lo recomienda Dale Carnegie, en Cómo ganar amigos. Y la crítica y la acusación se convierten en malos hábitos de muchas personas, con lo cual no contribuyen a sostener un diálogo constructivo.

En su tratado sobre Los fundamentos de la moral, Henry Hazlitt, afirma que son malos modales monopolizar la conversación, hablar demasiado de uno mismo, jactarse, porque todo esto irrita a los demás. Son buenos modales ser modesto, o al menos aparentarlo, porque esto complace a los interlocutores.

Los modales son una moral de tono menor, enfatiza. Los modales son a la moral lo que el cepillado, el lijado y el barniz final de un mueble fino son al aserrado, desbaste y talla de la madera: los retoques finales, enfatiza Hazlitt.

Cuando alguien se expresa no envía un solo mensaje, sino cuatro: un mensaje sobre el contenido objetivo, otro que alude a la relación de esta persona con quien le escucha, un mensaje orientado a influir y otro que informa de la propia personalidad de quien habla. Todo ello implica que debemos escuchar lo que nos dicen los demás "con cuatro oídos" y, en algunos casos, elegir cuál es el mensaje más importante al que debemos prestar atención, dice por su parte, Friedemann Schultz Von Thun, en una obra también llamada, El arte de conversar.

Después de recapitular diversos enfoques sobre la conversación y la argumentación, es obvio que conversar es también es una ciencia, y no sólo arte. Las matemáticas nos alertan, en especial la lógica proposicional, que ahí done se discuten cuatro o cinco ideas, el debate se puede convertir una matriz compleja que degenera en discusiones innecesarias e improductivas, más cuando de plano, uno se enfrenta a un adversario que tiene ideas políticas o religiosas cerradas.

Para conversar o discutir un tema controversial debe hacer con orden lógico, no basta la elegancia oratoria, aunque este debería llevar implícito un orden, un método.

En el mundo de los valores políticos o religiosas, muchas veces, las posiciones contrarias son irreconocibles, decía Max Weber. Así, que advirtamos con quien vamos a entablar una conversación, y si los puntos de vista son irreconciliables, es mejor evitarla, pues nos conducirá al debate, a menos que se trate de un debate público y queramos influir en la opinión pública.

Creer que se puede ganar una discusión es una de las peores ilusiones y no forman parte del arte de conversar. No está de más recordar que todo texto escrito o hablado se considera una máquina que produce una «deriva infinita del sentido», tal como lo recuerda Umberto Eco, en Los límite de la interpretación, y más aún cuando nos encontramos con personas que conversan en forma desordenada y sin bases, que en nuestro medio, abundan.


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Eduardo Estrada

Eduardo Estrada

Escritor y desarrollador de aplicaciones educativas. Director del Centro de Entrenamiento y Educación Digital (CEED).

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